agurain - Un año más, el Carnaval rural, el tradicional Ihauteri, acude puntualmente a su cita, procurando mantener su carácter simbólico y transgresor, a pesar del paso del tiempo. En el afán de los pueblos de recuperar la fiesta se ha formado en la Llanada una asociación de los carnavales rurales de Álava, Arabako Herri Inauteriak, para revivir esta antiquísima celebración, que volvió a salir a la calle ayer en Asparrena (Ilarduia, Egino y Andoin) y en Kuartango. En Zalduondo, el Ihauteri dará comienzo el domingo día 15. En Kanpezu será el martes 17, mientras que en Salcedo (Lantarón) será el sábado 21, ya comenzada la Cuaresma, cosa impensable en otros tiempos. En Agurain también se celebrará el Carnaval rural el domingo 15. Y así, el invierno se viste de fiesta”.

Pero, ¿fue siempre así?, ¿por qué una fiesta tan callejera en invierno? Ese es su primer significado y su primer misterio. El Carnaval es la fiesta de despedida del año viejo y de recibimiento del nuevo. ¿En febrero? Sí, porque el Carnaval se rige por un calendario anterior al nuestro. El tiempo, para el mundo rural, no es lineal, sino cíclico. Trabajos y fiestas vienen señalados por las estaciones, en pura lógica, el año nuevo acaba con el final del invierno y comienza con el principio de la primavera. Antiguamente todos los calendarios eran lunares, por eso las semanas tienen siete días, que es lo que dura cada una de las cuatro fases de la luna. Por eso, porque los antiguos vascos medían su tiempo por meses lunares, en lengua vasca la luna recibe el nombre de ilargi, que significa luz del mes. Los romanos también tenían un calendario lunar, como lo tienen aún actualmente los musulmanes, pero en un momento determinado adoptaron el solar. Aquel calendario lunar romano tenía diez meses, pero al hacerlo solar se le añadieron enero y febrero, cambios que implantó Julio César. En resumen, en aquellos tiempos, el año empezaba no como ahora, al comienzo del invierno, sino en el inicio de la primavera, en marzo, y en esa transición del invierno a la primavera, el equinoccio de primavera, se celebraban los carnavales, que los romanos llamaban saturnales.

Y ¿por qué en febrero? Aquí es donde entra la Iglesia Católica, que hace coincidir la resurrección de Jesucristo con la Pascua judía, que conmemora la huida de los judíos de Egipto y se celebra el sábado de la primera luna llena de primavera. El problema fue que antes de la Semana Santa, la Iglesia sitúa la Cuaresma, un periodo de cuarenta días de penitencia, incompatible con Carnaval. Por eso, además, porque se mezcla un calendario lunar con otro solar, tanto Carnaval como Semana Santa cambian de fecha cada año. En consecuencia, se puede afirmar que Carnaval, tal como lo conocemos, es hijo del cristianismo, aunque pervivan en él caracteres paganos. Suponía un periodo de relajación y permisividad previo a los rigores de la Cuaresma, en el que los campesinos, hombres y mujeres, mediante la máscara y el disfraz cambiaban de personalidad, incluso de sexo, por unos días.

Misterios A los ojos de un observador del siglo XXI, el Carnaval está lleno de misterios, empezando por su nombre. La palabra castellana parece ser de origen italiano y no aparece hasta el siglo XVI, antes, estas fiestas se denominaban carnal o carnestolendas, en referencia a la permisión de la carne, manjar prohibido durante la Cuaresma, pero también como referencia a los llamados placeres carnales. En suma, el Carnaval era el momento de excederse en cuanto a la gula y la lujuria, mientras la Iglesia miraba hacia otro lado. Actualmente se considera que empieza el jueves y acaba el martes, víspera del miércoles de ceniza, pero antiguamente se celebraba los tres días anteriores al miércoles de ceniza. Por eso en algunos lugares de Gipuzkoa al Carnaval se le llamaba asteartinak. En otros tiempos se celebraban también los dos jueves anteriores, llamados izekunde o jueves de compadres y emakunde o jueves de comadres. El jueves Gordo o de Lardero, entonces, era gizakunde o jueves de los seres humanos, tanto hombres como mujeres. Por ejemplo, en Arrieta, en la Llanada, el Jueves de Lardero era conocido como Día del Pastor. El miércoles por la tarde los niños recorrían las calles cantando y pidiendo alimentos para hacer una merienda. Uno hacía las veces de obispillo y otro cuidaba de un gallo. Una de las niñas hacía de abanderada, otra ataviada con falda negra portaba una cesta para llevar los huevos, tocino, chorizo, morcillas, patatas, aceite, manteca y miel que iban recogiendo. En la comitiva figuraban también la bolsera, la niña que llevaba la bolsa negra de Judas, reservada para el dinero de la cuestación. Los niños iban de puerta en puerta cantando una canción que, entre otras cosas, decía: “La señora de esta casa es una santa mujer, pero más santa sería si nos diera de comer”. En Vitoria se cantaba “Ángeles semos, del cielo venemos, a pedir chorizos, patatas y huevos”. En muchos pueblos de Álava sigue siendo costumbre que los más jóvenes salgan cantando solicitando alimentos para hacer una merienda. En cuanto al jueves de comadres o emakunde, se trata de una fiesta equiparable a la matronalia romana, que era una fiesta sólo para las mujeres casadas. La Iglesia Católica decidió cristianizar las fiestas de comadres, las matronalias, trasladándolas al día de Santa Águeda, con lo que además de conservar su carácter femenino, no las alejaba mucho en el tiempo del Carnaval. Así se ha mantenido esta fiesta en lugares como Boltaña (Huesca) y Uruñuela (Rioja), como fiesta de las mujeres, especialmente de las casadas, por eso el día de su festividad en esos pueblos mandan ellas. Sucede lo mismo en otras localidades como Castronuevo (Zamora) o Zamarramala (Segovia). Entre nosotros, hoy en día, la víspera de Santa Águeda recorren las calles los coros, cuadrillas inicialmente de hombres. Es otro misterio el por qué entre los vascos, en un momento concreto que desconocemos, las cuadrillas de hombres sustituyeron a las de mujeres en el día de Santa Águeda, cambiando el emakunde por el izakunde, quitándoles el único día al año especialmente dedicado a ellas.

La fiesta El Carnaval no es una fiesta caótica ni desordenada sino que su desarrollo está sometido, a unas reglas, a un guión, aunque con unos márgenes amplios de improvisación. El antropólogo Julio Caro Baroja señala una serie de actos propios del Carnaval, como: arrojar a los espectadores salvado, harina o ceniza, quemar estopas, correr gallos, mantear perros y gatos, colgar de las colas de estos animales vejigas, botes u otros objetos, arrojar agua con pucheros o jeringas, apedrearse con huevos o naranjas, colgar o mantear muñecos o peleles, fustigarse unos a otros con porras o vejigas, producir ruidos con artefactos especiales, quebrar pucheros y ollas, injuriar a los espectadores, criticar a la autoridad, robar utensilios o aperos, carros o arados, para esconderlos o bien cruzarlos en las calles, subirlos a los tejados o colgarlos de los árboles. En cuanto a los gallos, además de perseguirlos tirándoles piedras, era costumbre elegir entre los mozos un rey de gallos. En algunos lugares se celebraba el oilokunde o jueves de gallinas, también llamado gallo de marzo. En sitios como Bidangotze, en el valle de Erronkari, o Mendexola, Zeanuri y Meñaka, en Bizkaia, se consideraba al gallo como un espíritu que protegía contra el demonio y que al final de la fiesta era sacrificado. En efecto, Carnaval acaba siempre con la muerte y el entierro de algún personaje, al que se le hace responsable de los males acaecidos en el año que acaba. En Francia este personaje es conocido como Saint Pansart, nombre del que deriva nuestro Zanpanzar, que es un gran monigote relleno de paja, que recibe golpes de los demás participantes en el Carnaval. En Salamanca a este personaje se le llamaba Sancto Panza, en el que se inspiró Cervantes para crear su Sancho Panza. Entre nosotros es Markitos en Zalduondo, Miel Otxin en Lantz, Judas en Salinas de Añana y Moreda, el Hombre Malo en Okariz, el Viejo o la Vieja en otros lugares, como San Román de San Millán. El domingo salían los jóvenes pidiendo alimentos por las casas. Iban vestidos de porreros, personajes ataviados con las cosas que cada uno podía encontrar en su casa, tales como vestidos en desuso, retales de telas o sombreros viejos. Se pintaban la cara y llevaban un carro en el que iban una pareja de novios, en la que el chico se vestía de novia y la chica de novio, la cual llevaba colgando de la cintura un pimiento rojo que hacía alusión al miembro sexual masculino. El carro era llevado por dos mozos disfrazados de bueyes. Los porreros arrojaban ceniza a los espectadores, llevaban cencerros o cascabeles y hacían ruido con carracas. Llevaban varas con las que golpeaban al Zanpanzar y una especie de látigo hecho con crines de caballo, con el que fustigaban a las chicas. También podían llevar una putxika, una vejiga de cerdo hinchada, con la que perseguían a los niños. Otros personajes eran el hojalatero, que recuerdan a los caldereros del carnaval de Donostia, el quincallero, la Vieja o el Diablo, armado con una putxika. Todos ellos cenaban esa noche con lo que habían recaudado por las casas. El martes se juzgaba al hombre de paja, haciéndole responsable de todos los males del pueblo, se le condenaba y se le ajusticiaba, quemándole en la hoguera.

El Carnaval, que se celebraba en gran parte de Europa con este modelo, también era habitual en nuestros pueblos hasta 1936. Prohibido por el franquismo, fue resurgiendo tras la muerte del dictador, siendo la localidad de Zalduondo la pionera en este renacimiento. En los últimos tiempos y centrándonos en la Llanada, han sido bastantes las localidades que se han propuesto recuperar la fiesta.