vitoria. En 2007 nació el mural interior de Pando Argüelles, en un taller impartido por ustedes. Tres años después, la iniciativa se ha convertido en un itinerario, "La Ciudad Pintada", con apoyo institucional. ¿Una evolución inesperada?
CHRISTINA: La evolución, no, porque siempre hemos sido ambiciosas. Es como los niños que juegan con la pelota y sueñan con ser futbolistas... Nos hemos criado con el muralismo público de Estados Unidos y hemos intentado adaptar el modelo a Vitoria. Inesperada, en todo caso, ha sido la grata acogida que ha tenido.
VERÓNICA: La ideología del muralismo público es tener fe y esperanza en la gente. Sabemos por experiencia que la gente que no es artista y la que lo es tiene ganas de participar en la cultura. Por eso, no ha sido sorpresiva esta evolución.
A los ojos del paseante, "La Ciudad Pintada" son fachadas recuperadas de manera artística, una ruta incluso museística. Pero ustedes afirman que hay mucho más que no se ve.
C.: Efectivamente. En esta sociedad donde todo va tan rápido, con objetivos anuales que cumplir, las cosas que no se miden se caen entre las rendijas. Y este proyecto ofrece mucho en ese sentido. Lo que cuesta un andamio o la pintura no es lo importante, sino la metodología que se aplica: en los murales participan personas voluntarias que dan de su propio tiempo y se comprometen durante seis semanas, cosa que hoy en día no es habitual. Acude gente de todas las procedencias y profesiones, de 16 años hasta jubilados. Gente que normalmente no se conocería se conoce, y se crean relaciones que perduran en el tiempo. En el mural de Haurtzaro, un chico senegalés, Omar, conoció a un señor de aquí, Ramón Goñi. Se hicieron amigos y ahora Omar está en el coro de la mujer de Ramón. Se ayudan, se acompañan, toman café juntos...
V.: Ese ejemplo es más colorista, pero yo estaba pensando en la dificultad de socializar fuera del bar. Este proyecto permite que personas de la misma edad coincidan, sean amigos, puedan ayudarse a nivel laboral...
¿Cómo valoran la implicación de los vitorianos en este proyecto?
V.: Fenomenal. Y cada año hay más gente, incluso lista de espera. Ahora tenemos 50 personas apuntadas para los talleres que empiezan en junio. Por cierto, el día 22, a las ocho de la tarde en Montehermoso, haremos una presentación explicando los trabajos previstos para este año y cómo puede apuntarse la gente.
C.: Cuando se trata de arte, al principio la gente se retrae. Tiende a decir "yo no puedo, no voy a saber", algo que a nadie se le ocurre pensar si va a jugar al tenis con un amigo.
V.: Además, en el muralismo, al ser algo tan monumental, hacen falta muchas manos. Y hay muchos pasos previos antes de llegar a lo más fino. Por eso, hay voluntarios que piden rellenar con una brocha gorda, y al final de la sexta semana están con un pincelito y una paleta. Cogen confianza y se dan cuenta de que no es tan difícil o de que tenían talento.
El itinerario también ofrece la oportunidad de hacer prácticas.
V.: Efectivamente. Éste va a ser el tercer año en el que participarán alumnos de la Escuela de Artes de Zaramaga. Para ellos, es una buena forma de poner en práctica todo lo que están aprendiendo.
En 2009 empezaron a funcionar las Brigadas de la Brotxa, abiertas a jóvenes de 16 a 20 años para que se ganen un dinerillo. ¿La mejor manera de contraatacar al botellón?
C.: Pues hay quien dice que la mayoría de los jóvenes de Vitoria sólo conocen el Casco de noche. Las Brigadas de la Brotxa están yendo muy bien: el boca a boca entre ellos funciona de maravilla. Hay plazas reservadas a jóvenes que hacen Bachillerato artístico, pero esta oportunidad también está abierta al resto. Hay jóvenes que optan por estudios menos artísticos porque la vida es así, porque los padres somos así (presionamos para que cursen ingenierías, Derecho...), pero son creativos. Eso da la oportunidad de que gente distinta se conozca y de que quienes van de artistas se den cuenta de que otras personas también lo son.
"La Ciudad Pintada" salió en 2009 de la colina y llegó a dos patios de colegio. Tras el "baby-boom" de los años setenta, ¿nos espera ahora un "artist-boom" en Vitoria?
V.: Ojalá. En el plan de estudios de los colegios, el arte ocupa cada vez menos horas. La realización de estas actividades extraescolares permite potenciar la vena artística de los chavales, pero además involucra a toda la comunidad escolar, porque participan también padres, profesores...
C.: Además, con los chavales intentamos abordar el aspecto de la colaboración. La creatividad es muchas veces individual, con los lápices hago mis dibujitos y ya está. Y cuesta cambiar eso, pero los críos acaban animándose a colaborar. Además, se dan cuenta de la importancia de cuidar su entorno. El graffiti agresivo, que ensucia y afea, no crea un ambiente positivo en los colegios. Pero cuando ven algo de belleza y ellos lo han creado, se enorgullecen y lo protegen.
Este año se proyectan dos nuevos murales, en el jardín de la muralla y en la Escuela de Artes y Oficios. ¿Y así, hasta cuándo? ¿El itinerario puede tener fecha de caducidad?
V.: El muralismo es público, así que el público decidirá. Hay fachadas ilimitadas: hasta ahora hemos trabajado sobre fachadas enteras, pero también hay la opción de trabajar en soportes más pequeñitos.
¿Qué es lo más difícil de este proceso: encontrar las fachadas, convencer a sus dueños, encontrar voluntarios, crear la idea, hacer el mural...?
C.: Ninguna de esas cosas son difíciles. Lo difícil fue dar el paso para conjuntarlo todo, lograr el apoyo de las instituciones y de las empresas que colaboran, poner la semillita. Lo demás, no. Voluntarios siempre hay. De hecho, este año, en una de las fachadas la comunidad de vecinos se ha presentado voluntaria. Y no le íbamos a decir que no.
Hasta ahora se han plasmado telas, animales, imágenes primaverales... ¿Cómo son esas sesiones en las que se consensúan los temas?
V.: Son excitantes. Lo normal es que haya algún conflicto, como cualquier parto de ideas. El primer día la gente está más tímida, pero luego se calientan los motores. Luego siempre hay un momento de crisis, y entonces florecen los temas.
De los murales realizados hasta ahora, ¿tienen algún favorito?
V.: Personalmente, el de Burullerías, porque fue el primero. Fue una labor de amor. Teníamos poco presupuesto, Correría estaba en obras... La gente nos miraba un poco raro, había controversia, cosa que es buena.
¿Les han llegado críticas?
V.: Es díficil saberlo, porque la gente no se suele atreverse a decir a la cara comentarios negativos. Pero claro que ha habido de todo. Cuando llegué a Vitoria me parecía posible hacer murales, pero difícil, porque hay un concepto de conservación del patrimonio muy rígido. En Estados Unidos, nos encontramos con páginas en blanco, todo es nuevo, por lo que emprender cosas raras y revolucionarios cobra más valor. No obstante, el primer mural, el de Burullerías, tuvo aceptación. Y la inauguración fue muy especial: una de las participantes llevó músicos, se creó un ambiente festivo en torno a ese esfuerzo, y se le dio vida al barrio, más que al poner una placa en un edificio del Casco Viejo.
¿Vitoria podría llegar a ser un referente muralístico en Europa?
C.: Con el tiempo, ¿por qué no? Fíjate en el Festival de Jazz. Los músicos quieren estar siempre en el circuito, y Vitoria se ha convertido en un punto importante de esa ruta. Los murales son también contagiosos.