Diario de Noticias de Álava nos invita a que, desde nuestras atalayas, unas muy altas y otras más a ras de suelo, estrujemos nuestras cabecitas para vislumbrar el futuro de nuestro querido Territorio Histórico, Araba.

El mundo en el que vivimos se está convirtiendo en un escenario en el que nadie sabrá qué va a suceder la semana próxima, en el que no se pudo vaticinar la crisis de las subprime en 2008 y su enorme repercusión social, ni el acelerón económico de 2015 a 2018 del que casi todos los analistas se dieron cuenta a posteriori, ni que sufriríamos una pandemia mundial, incluso cuando veíamos que en Asia ya se empleaban mascarillas. Y qué decir de las consecuencias de la invasión rusa. En un escenario así, me pregunto si se puede llegar a decir o prever más allá del turrón que esperemos comer esta Navidad, aunque sea del duro.

Es prácticamente imposible saber hacia dónde iremos cuando en los últimos años hemos visto tipos de interés negativos –aspecto que no figuraba ni en los más prestigiosos libros de economía–, cuando en tan solo los últimos nueve meses nos encontramos con una inflación no conocida en los llamados países ricos desde la postguerra mundial y, cuando lo peor del ser humano, jugando a la guerra, nos amenaza a toda Europa y el mundo con un lanzamiento nuclear.

No seré yo quien se embarque en esta fuerte marejada de las previsiones para los meses venideros. Pero sí comparto una visión que creo es oportuno constatar, aunque pudiera parecer obvia, y es que pese a todo estamos vivos y vivas, quizá con cierto cansancio, pero con vida y compartiendo esa vida en uno de los mejores lugares del mundo para desarrollarnos como personas.

Casi pleno empleo, una de las rentas per cápita más elevadas de la Unión Europea, un crecimiento positivo de nuestra economía, una de las áreas con mayor desarrollo industrial de Europa y con un nivel de calidad de vida extraordinario, un territorio con una de las más elevadas esperanzas de vida del mundo, unos servicios sociales de vanguardia, un índice de pobreza envidiable y una estabilidad y paz política ganadas a pulso. Sin embargo, no se me olvida que nuestra realidad también incluye situaciones personales dramáticas, que constato cada día al frente de nuestra obra social.

Aun con estos datos, que todos los que conocen nuestra realidad nos los apuntan, parece que todos y todas queremos más, más y mucho más; sin darnos cuenta de que para ello todos y todas tenemos que aportar más, más y mucho más.

Con el aterrizaje de la pandemia se llegó a sentenciar que surgiría una sociedad más solidaria; me temo que no se puede afirmar tras haberla superado. Puede que incluso nos haya hecho ser personas más egoístas, más ocupadas en nuestras realidades cotidianas, y en ocasiones, ciegas para ver la verdad de nuestro alrededor, repleta de más necesidades que las nuestras. Desde el anonimato que ofrece la crítica en redes sociales o la complicidad de compartir conversación con una cerveza en la mano, criticamos de todos y de todo sin preguntarnos a nosotros mismos: ¿hoy qué hemos hecho por nuestra comunidad o por la persona mayor que está sola en su casa? ¿Y ayer? ¿Y anteayer? ¿Y qué haremos mañana?

Es ese árbol el que no me deja ver el bosque del futuro, el que me ciega ante lo que vendrá. Si no hay un cambio en nuestra perspectiva, si no se generaliza la capacidad de valorar lo que sí tenemos y de ser conscientes de que lo hemos conseguido conjuntamente –lo bueno y lo no tan bueno– y seguimos echando la culpa de todo a otros sin aportar a la sociedad ni un granito de arena, de humanidad, vendrá lo que nos tenga que venir, pero no seremos nosotras ni nosotros los que hayamos impulsado un futuro mejor.

Desde las Fundaciones Vital sí puedo garantizar que el compromiso por el futuro de nuestro Territorio y Vitoria-Gasteiz es intenso y claro. Estaremos allí donde sea necesario para impulsar la igualdad social, la cultura, la investigación, la sostenibilidad de nuestro medioambiente y la inclusión de todas las personas. Crearemos vida en nuestro entorno, nuevas actividades y mejoras en nuestras Fundaciones. Y lo haremos desde la humildad y lo que es seguro, con una sonrisa. La sonrisa que provoca el agradecimiento, la del te quiero, la del tú eres importante para mí, la sonrisa del respeto al que piensa diferente, la de la unión. En definitiva, la sonrisa con la que como seres humanos que somos, juntas y juntos, podemos superar cualquier adversidad y disfrutar cualquier alegría en nuestra tierra.

Ánimo a todas y todos y mejor no esperemos a ver qué pasa en 2023; seamos nosotras y nosotros quienes provoquemos que pasen buenas cosas el próximo año. Nos vemos sonriendo…