Entre el sábado y martes pasados, las autoridades italianas rescataron en el mar Mediterráneo a unas 3.800 personas, casi mil por día, superando así la cifra de inmigrantes llegados a las costas italianas, y más concretamente a la isla de Lampedusa, en todo el mes de enero. Estos datos indican todo un récord, ya que habitualmente el tráfico de inmigrantes disminuía considerablemente y, a veces casi se paralizaba, durante los meses de invierno.
Una semana antes, una nueva tragedia sacudía conciencias en Europa: 340 personas morían, algunas de ellas de frío, en el Canal de Sicilia intentando alcanzar las costas italianas. Al igual que ocurrió en octubre de 2013, el dramático suceso acaparó titulares en todo el continente, pero los defensores de los derechos de los inmigrantes y refugiados advierten de que este no es un hecho aislado, sino parte de un drama cotidiano ignorado por la mayoría. Según Acnur, en 2014, un total de 207.000 personas cruzaron el Mediterráneo en busca de una vida digna, mientras que otras 3.500 perdieron la vida. La cifra, en cambio, podría ser mayor, ya que el Mediterráneo se ha convertido en un gran cementerio que se ha tragado las ilusiones de miles de personas.
Desde Italia advierten de que no se trata de un problema nacional, sino comunitario, pero la Unión Europea no parece inmutarse. “Me sumo a lo que ha dicho la alcaldesa de Lampedusa. La política de cierre de fronteras es una condena a muerte”, alza la voz Javier Galparsoro, presidente de CEAR-Euskadi. “Toda esta gente está huyendo por circunstancias muy poderosas y, en la mayoría de los casos, sabemos que son refugiados”, explica. Ya en diciembre, cuando dio a conocer las cifras de la inmigración en 2014, el presidente de Acnur, Antonio Guterres, aseguraba: “La seguridad y la gestión migratoria son preocupaciones para cualquier país, pero las políticas han de ser diseñadas para que las vidas humanas no acaben siendo un daño colateral”. “No se puede parar a una persona que huye para salvar la vida por medios de disuasión sin incrementar aún más los peligros. Hay que hacer frente a las causas, lo que significa analizar por qué la gente huye, qué evita que busquen asilo a través de medios más seguros y qué se puede hacer para acabar con las redes que se benefician de ello”, agregaba.
En este sentido, Galparsoro sostiene que “la cave está en qué está haciendo Europa, ¿hacia dónde está mirando cuando estamos abocando a miles de personas a la muerte porque no se les está dando la oportunidad de poder pedir protección internacional?”. Según el presidente de CEAR-Euskadi, Europa ha suprimido la posibilidad de pedir asilo a través de las embajadas o consulados, lo que obliga a miles de personas a intentar alcanzar el Viejo Continente por travesías cada vez más arriesgadas. Y esto se debe a que gracias a los acuerdos que ha establecido la UE con los países del norte de África para que vigilen sus fronteras y eviten así la partida de los inmigrantes hacia las costas europeas, las rutas se han ido desplazando hacia lugares donde no existe ningún tipo de control.
Y en estos momentos, ese lugar es Libia, un país que ha caído víctima del caos y la guerra civil. Según los analistas, el país es una fotocopia a orillas del Mediterráneo de estados fallidos como Siria o Irak, en los que la ausencia de un plan de transición más allá de la caída de un dictador promovida por Occidente ha dejado un terreno baldío en el que grupos islamistas, partidarios del régimen depuesto, señores tribales y traficantes de armas, drogas, petróleo y personas se alían para controlar los recursos naturales. El pasado 7 de febrero, sábado, tres lanchas neumáticas partieron de Libia, cada una de ellas con más de 100 personas a bordo. Según los testimonios de los pocos supervivientes, los traficantes les obligaron a partir a pesar de las malas condiciones meteorológicas y con comida y agua para apenas un día. El resultado: todas ellas naufragaron dos días después debido al temporal en una nueva tragedia que dejó más de 340 muertos. De hecho, esta vuelta a las zodiacs como principal vía para cruzar desde Libia, en pleno invierno y con las peores mareas, hace temer que el número de tragedias se multiplique durante 2015.
Las misiones de rescate Conmocionado por la tragedia de octubre de 2013, en la que murieron cerca de 400 inmigrantes, Italia puso en marcha la operación de rescate Mare Nostrum que, con nueve millones de euros de coste mensual, contaba con 32 barcos, dos submarinos, 900 militares y cubría un radio de 70.000 kilómetros cuadrados. “Su objetivo expreso era el salvamento marítimo”, explica Carmen González Enríquez, Investigadora principal de Demografía, Población y Migraciones Internacionales del Real Instituto Elcano.
Durante el año que estuvo en marcha, Mare Nostrum rescató a cerca de 150.000 inmigrantes en el mar Mediterráneo. Sin embargo, cuando Italia acudió a Europa en busca de ayuda para su financiación, no solo se quedó sola, sino que algunas voces, como el Reino Unido, comenzaron a criticar la operación “por crear un efecto llamada”. Finalmente Mare Nostrum fue sustituida por la operación Tritón. “Esta operación está dirigida por Frontex y su primer objetivo es el control de fronteras, lo que no quiere decir que no hagan salvamento marítimo cuando se encuentran un barco a la deriva”, explica González.
El hecho, además, de que cuente con un menor presupuesto y, por lo tanto, menos medios, ha despertado críticas en Italia por la sustitución de Mare Nostrum por Tritón. Rodríguez reconoce que “hay más riesgo de morir en el intento del que había antes”. Sin embargo, Galparsoro lo tiene claro: “El efecto llamada no existe, existe la necesidad de salir y Europa quiere tranquilizar su conciencia con estas operaciones, pero por muchos rescates que se hagan parece imposible controlar un mar tan inmenso como el Mediterráneo. Que me dejen de Tritón, Mare Nostrum; la clave es: ¿hacia dónde mira Europa?”.