Tras una noche de juerga, llegas a casa muerto de hambre y te abalanzas sobre la nevera en busca de algo que calme tu apetito. Aunque te diste un buen homenaje en la cena, con el paso de las horas, y unas cuantas copas encima, sientes que la tienes ya en la punta del pie.
No es la primera vez que te pasa, ni eres la única persona a la que le ocurre, y no entiendes a qué se debe ese hambre voraz. Pues bien, el Instituto Francis Crick de Londres ha realizado un estudio en el que da una explicación científica a este fenómeno.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que el alcohol es una sustancia cargada de calorías vacías que no aporta al organismo ni vitaminas, ni minerales, ni fibra y sí mucha grasa. Esto se debe a que el etanol, la sustancia activa del alcohol, es el segundo nutriente más denso en calorías después de la grasa. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, en lugar de inhibir el hambre, lo estimula.
Alcohol y obesidad
De esta forma, la ingesta de alcohol está muy relacionada con la obesidad, sobre todo la abdominal. Un gramo de etanol puro contiene 7 calorías y, por ejemplo, en el caso de una copa de vodka, nos aporta 300 calorías. Si además combinamos el alcohol con refrescos, obtenemos una auténtica bomba de calorías.
Precisamente, el hecho de que ingerir una sustancia tan calórica como el alcohol en vez de saciar nuestro apetito nos dé más hambre, resulta desconcertante.
Pues bien, los científicos británicos han concluido en su investigación que esa sensación de hambre se debe a una respuesta neuronal, en concreto de las neuronas AgRP o neuronas del hambre, que están en el hipotálamo y se activan cuando el cuerpo experimenta hambre para despertarnos el apetito.
La ingesta de alcohol va a producir una actividad inusual de esas neuronas AgRP. Cuando el cuerpo come algo rico en calorías, lo registra y manda señales para que desaparezca la sensación de hambre. Sin embargo, cuando bebemos alcohol, este bloquea esa señal y vuelve a activar el apetito. Nuestro cerebro nos volverá a pedir que comamos, ya que entiende que tenemos hambre, y esto nos llevará inevitablemente a una sobreingesta de alimentos a causa del alcohol.
Nivel de azúcar en sangre
Otro efecto negativo del alcohol es que su ingesta puede provocar una disminución del nivel de azúcar en la sangre. Esto se debe a que el hígado ve afectada su capacidad de liberar la cantidad de glucógeno o de glucosa almacenada en sangre necesaria para mantener los niveles estables.
Por esta razón, tu cuerpo te pedirá tomar alimentos azucarados o muy calóricos, grasos y ricos en hidratos de carbono. Esto no hará más que empeorar la situación, ya que tanto el estómago como el hígado que ya están trabajando para digerir el alcohol, tienen que hacer un sobreesfuerzo para digerir las grasas y los azúcares.
Lo ideal es tomar alimentos que contengan el azúcar de forma natural, como es el caso de las frutas ricas en vitamina C, que además ayudan al organismo a recuperarse gracias a sus propiedades antioxidantes. Además, favorece la metabolización del alcohol en el hígado para eliminarlo.
Tomar un menú rico en vitamina B12, compuesto por huevos, lácteos, carne o pescado, te ayudará a expulsar el alcohol del organismo a través de la orina.
Desinhibición o sensibilidad
Otros estudios dan explicaciones más simples a este apetito voraz y mientras unos apuntan como causa que la desinhibición que provoca el alcohol relaja el control de lo que comemos, otros señalan que el alcohol provoca una mayor sensibilidad del olfato ante ciertos alimentos, lo que nos causará una sobreestimulación y nos incitará a comer más.
Aunque ya sabes que lo más saludable es no beber nada de alcohol, si vas a tomarlo hazlo con moderación y nunca con el estómago vacío. De esta forma evitarás que se te suba rápidamente a la cabeza y que, con el paso de las horas, se dispare tu ansia por esa comida que menos te conviene.