Hay términos que aparecen en la conversación habitual mostrando cómo evoluciona nuestra comprensión del mundo. Lo de la biomasa no es nuevo, por ejemplo, un término utilizado ya desde hace dos siglos para estimar la cantidad de materia de origen orgánico. La energía de la biomasa la estuvimos usando los humanos desde el primer fuego que aprendimos a controlar. Ahora hablamos de la biomasa que permite obtener combustible aprovechando esos restos orgánicos o cultivos. Pero también nosotros los humanos somos biomasa. Una pequeña parte de la del planeta: las plantas y las bacterias dan cuenta de casi el 95%. Los animales somos menos del 1% de ello casi todo son artrópodos y peces. Los humanos y el ganado, eso sí, somos la mayor parte de la biomasa mamífera. No es un consuelo: lo somos a costa de la disminución de especies salvajes.

Por cierto, a pesar de que desde el tecnooptimismo interesado de las empresas energéticas se nos presenta la biomasa como una solución neutra en lo de las emisiones de carbono y una buena alternativa para mantener los vehículos de combustión pero usando algo que hasta llaman “verde”, es todo parte del engaño habitual del que ya hemos venido hablando por esta esquina del periódico otras veces. Por el contrario varios estudios científicos muestran que la disponibilidad de biomasa para preservar la industria petroquímica y la energética de los combustibles fósiles con los consumos actuales no es suficiente ni lo será nunca en el escenario de cambio climático que vivimos sin poner en serio peligro la biodiversidad, el equilibrio territorial y hasta la alimentación humana. Sin embargo, no paran de ponerlo en los anuncios algunas petroleras. Somos biomasa, quizá algo ingenua, pero sobre todo engañada. El equivalente a 60 millones de toneladas de carbono, aproximadamente.