Una de las piezas más reconocidas de todo el mundo tiene una particular historia. La antorcha olímpica nace en el embrión de Ámsterdam, concretamente en 1928, dando lugar a su primera mecha. Y, es, que, esta llama es un emblema de los mundialmente conocidos Juegos Olímpicos.
Una llama muy arcaica
La antorcha trata de simbolizar el sagrado significado del fuego, así como odiseas griegas como las de Prometeo y su relación con los hombres.
Pues en realidad, el origen de la antorcha olímpica proviene de las antiguas tradiciones griegas, ya que, en los altares y santuarios griegos, siempre se debía mantener una llama. Además, en ocasiones, se realizaban carreras de antorchas, donde los corredores llevaban el fuego de un altar a otro, aunque este tipo de competiciones no formaban parte de los Juegos Olímpicos, pero sí de los Juegos Panatenáicos. Los antiguos griegos encendieron su primera llama usando un shaphia, un espejo parabólico que atrajo los rayos del sol.
Fuego contemporáneo
La llama, que hoy conocemos, se convirtió en una tradición en los Juegos Olímpicos modernos cuando se encendió en la entrada del estado de Ámsterdam en 1928. Jan Wils, el arquitecto neerlandés, fue el protagonista y creador de esta pieza única e internacionalmente conocida. Wils tuvo la idea de encender en ella una llama, durante la duración de los juegos, como símbolo de la fuerza del deporte.
El encendido de la llama resultó de tanta atención y fascinación del público, que ahora es parte de la tradición de la ceremonia de apertura de los juegos. No obstante, no todo son tiempos modernos, actualmente, se sigue utilizando un espejo parabólico, que, actúa como lupa gigante para atrapar los rayos del sol. Se enciende en el Templo de Hera, en las ruinas de Olimpia, Grecia, tal y como dictan los “dioses” o la tradición.