“Cuando por fin se reunieron con el Abad, (…) les pidió que lo acompañasen a través del extraordinario jardín y les mostró con detalle el Claustro de los Caballeros y el de los Obispos, que a Marina le pareció un lugar único y repleto de misterios antiguos; tras cada sombra, tras cada puerta parecía esconderse un secreto. El Abad, complacido por el interés de la joven, terminó relatándoles a ella y a su padre, los milagros de los nueve anillos”
Este párrafo corresponde a un fragmento de la novela 'El Bosque de los Cuatro Vientos' que fue la que sembró en mi mente las ganas de conocer de cerca la historia que narra y la zona en la que se desarrolla. Galicia está llena de leyendas; cualquiera que sepa un poco sobre esta tierra sabe que, entre sus piedras, bosques y olas, se han tejido muchas veces un entramado de secretos y enigmas que no han hecho sino acrecentar el aura de magia que rodea la antigua cultura celta.
El monasterio
La autora de la novela, María Oruña, también gallega, nos traslada a un monasterio benedictino, el Monasterio de Santo Estevo de Rivas de Sil, en la provincia de Ourense, columpiando la narración entre el pasado y el presente, en el que un famoso investigador pasa unos días en el Parador averiguando qué hay de verdad y qué de leyenda en la historia de los anillos mágicos que hace siglos parecían sanar a los enfermos. Inesperadamente todo cobra mayor interés cuando, tres meses después de publicarse la novela, y durante unos trabajos de restauración, hallan en la Iglesia del Monasterio, cuatro de los nueve anillos.
Pero de eso hablaremos un poco más adelante, de momento volvamos al Monasterio, hoy reconvertido en el que se considera uno de los mejores Paradores del país.
Fue levantado a los bordes de la Ribeira Sacra, junto al serpenteante río Sil y en medio de bosques milenarios. Diferentes fuentes sitúan su origen en el siglo VI como pequeño cenobio o ermita, y otras pasan al siglo X … pero lo cierto es que el gran conjunto arquitectónico que hoy se contempla, fue levantado en diversas etapas, y en él pueden contemplarse de manera armónica, diferentes estilos como el románico, barroco, renacentista...
Entre los siglos X y XI acogió a varios obispos, 9 en total, que fueron a terminar allí sus días, retirándose del mundo, y seguramente, dando lo apartado del enclave, del avance del Islam en la península. Ello hizo que el Monasterio fuera adquiriendo nombre y fortuna y se considerara casi un centro de peregrinación, especialmente por la fama que sus anillos episcopales adquirieron de sanar a los enfermos. Así, el Monasterio se mantuvo en constante crecimiento hasta que fue abandonado por los monjes en el año 1875, a consecuencia de la última Desamortización que duró hasta finales de siglo ( un proceso que tenía como objetivo hacer frente al enorme endeudamiento de la Hacienda real, acometiendo la expropiación de bienes tanto municipales como eclesiales ) . Fue ya avanzado el s. XX que para salvarlo de su estado ruinoso, entra en la lista de Patrimonio Histórico Nacional, lo que propicia que a comienzos del XXI fuera exhaustivamente rehabilitado para convertirse en lo que es hoy, un lujoso Parador Nacional. Su ubicación, sus alrededores, lo cuidado de sus dependencias y su propia historia, hacen de este lugar un espacio ideal para el retiro, para el descanso y la contemplación, y también para disfrutar de diferentes opciones de senderismo y naturaleza.
Si todo esto no fuera suficiente, entre sus dependencias cuenta con un moderno Spa donde es posible también relajar los sentidos.
Otro de los atractivos de este Parador-Museo, son las visitas teatralizadas semanales que se realizan recorriendo diversos espacios y dependencias, pudiendo así disfrutar de muchas de las maravillas arquitectónicas que guarda este lugar.
La primera impresión, ya sólo al traspasar el Portón de entrada, es deslumbrante, pues nos ofrece la vista de un gran claustro de estilo renacentista, el Claustro de los Caballeros, al que se asoman algunas habitaciones del Parador, y una galería acristalada al fondo tras la que se ven algunas mesas de la cafetería. Allí se ubica la que para el visitante es una visita obligada, no sólo por ser uno de los espacios a los que más acudían los protagonistas de la ya mencionada novela, sino también por ser el punto de salida hacia los jardines, esos jardines cubiertos hoy en muchos tramos de grandes robles y castaños, que guardan aún sendas y rincones de aquellas lejanas épocas en las que monjes y obispos convivían.
Pero hay más que descubrir. Otro de los lugares en los que seguir asomándose a esos cañones y bosques de la Ribeira Sacra, es el original y sorprendente espacio que ocupa una de las joyas del Parador, el Restaurante “Dos Abades” situado en las antiguas caballerizas, y que, tras una acertada y atrevida rehabilitación, se abre bajo una gran bóveda de piedra de unos 14 metros de altura. Allí, además de posar la vista en el paisaje, hay que dedicar un tiempo a deleitar el paladar entre tesoros de la gastronomía local, que no son pocos; quizá un Rodaballo a la parrilla salteado de algas, o los quesos regionales… acompañados cómo no, de un vino de la Ribeira Sacra que ya aviso, no dejará indiferente a nadie.
La historia que nos guía
Recorrer el Monasterio, sus jardines, el pequeño pueblo, la iglesia… nos introdujo de nuevo en la novela y en su tema central, los 9 anillos, los verdaderos protagonistas de la novela.
Cuenta la leyenda que la gente acudía a ellos cuando enfermaba, y se dice también que las mujeres embarazadas los utilizaban para tener un buen parto. Pero esa leyenda poco a poco se fue olvidando, al mismo tiempo que los anillos, y nunca más se supo de ellos. Si era verdad que habían existido, nadie los había visto ni se tenía idea de su posible paradero… de modo que todo quedó, como digo, en el olvido. Pero he ahí que una escritora, María Oruña, gallega y familiarizada con la historia, un día decidió investigar sobre ello, e investigó tanto que le dio para escribir una novela que ya va por la cuarta edición.
Lo curioso de este relato es que el clímax no está en el desarrollo de la trama, como es habitual, sino más bien, diría yo, al final, al terminarla… un clímax 'exento' de la propia novela, que aparece cuando unos 3 meses después de salir publicada, la experta al cargo de la restauración de los relicarios de la iglesia, Vania López, encuentra allí durante el transcurso de unos trabajos, una bolsita de tela de seda, algo oscurecida y raída por el tiempo, cuyo contenido era ni más ni menos que cuatro de los nueve anillos mágicos. Y en ella, una pequeña nota en pergamino que rezaba:“ Estos cuatro anillos son de los que quedaron de los nueve Santos Obispos. Son los que han quedado. (sic) Los demás desaparecieron. Por ellos se pasa agua para los enfermos y sanan mu[chos]”. Aquello, según dice, fue para ella mejor que ganar la lotería.
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Lo dicho, la realidad supera a veces a la ficción. Los anillos habían dejado de ser sólo una antigua leyenda, para pasar a ser, inesperadamente, toda una realidad.
De modo que, animados por la buena acogida durante nuestro recorrido, por la experiencia de recorrer el Sil, por nuestra estancia en el Parador, y nuestra propia imaginación, decidimos seguir las huellas de los anillos y acercarnos a la ciudad de Ourense, quién sabe si con la suerte de poder contemplarlos. Pero una vez allí, resultó que no iba a ser tan fácil, pues casi nadie sabía dónde estaban o a qué nos referíamos.
Consultas en la oficina de Turismo, visita al museo arqueológico (que permanece cerrado desde hace no sé cuántos años…), llamadas al Obispado… todo sin resultado aparente. Surgían dudas y más preguntas. La verdad, ahora que lo pienso, debíamos parecer un par de turistas un tanto excéntricos preguntando por unos anillos misteriosos de los que muchos de los habitantes de la región, aún no habían oído siquiera hablar.
Pero la paciencia y buen hacer siempre dan resultados. Tuvimos la suerte de que desde la Oficina de Turismo, un experto en Historia, se interesara un poco más e hiciera una última llamada, y aunque la respuesta no fue muy prometedora, no nos desanimamos y nos acercamos al propio edificio del Obispado, allí en el Casco Antiguo de la ciudad. Una vez allí, otro número de teléfono, otra llamada, esta vez al encargado del Archivo Histórico, alguien directo, quizá entonces…. Pero este buen hombre, pillado por sorpresa y sin aviso, tenía sus cosas que hacer y no podía atender a unos desconocidos que aparecían así de repente preguntando por unos anillos de hace mil años… “sí, le entiendo, de verdad… pero es que venimos de tan lejos para verlos…” Le digo. Unos segundos de silencio y un “si van a hacer el recorrido de la Catedral, llámeme de nuevo sobre las 13.00”. Hecho. “Bien, muchas gracias”.
Así pues, una hora después, tras disfrutar de los rincones y la belleza de la Catedral, (tiene una portada policromada de las más bellas que existen hoy en día en cualquier catedral del país) llegaron las 13.00 y la verdad, algo impaciente, hice una nueva llamada: “Sí, - contestó el mismo hombre al otro lado del teléfono – llego en diez minutos, esperen ahí a la entrada, por favor.” Y empezó a llover a cántaros.
Pasaron más de diez minutos… mi nerviosismo aumentaba. Mi mirada se perdía en las gotas de lluvia que explotaban con fuerza sobre las grandes baldosas de piedra de la Catedral… y de vez en cuando, un comentario: “nos va a enseñar los anillos”… “pues no sé.. ya veremos”… yo no lo tenía nada claro, la verdad.
Por fin, apareció la figura pequeña y gruesa de un cura vestido de negro, buena presencia, barba y gafas bien ajustadas; un paraguas en una mano y un par de libros en la otra. Se acercó a nosotros directamente pues éramos los únicos que parecían estar esperando. Nos saludó, nos presentamos y nos pidió que le siguiéramos, sin más explicaciones.
Le seguimos. Incrédulos aún, sin saber bien qué pensar. Nos condujo entre las largas filas de bancos, y abrió una puerta en forma de arco de medio punto, semioculta tras una gran columna. La zona estaba algo en penumbra, dudamos un momento cuando comenzó a subir las escaleras que había en el interior. “venid, seguidme” – dijo. Le seguimos de nuevo. Aquellas escaleras conducían a unas dependencias adjuntas a la Catedral; pasamos por una pasarela que daba a otra puerta y allí entramos a la zona de estudio donde el encargado del Archivo pasaba largas horas estudiando códices, pergaminos y otros documentos. De alguna manera aquello me recordaba a “un lugar único y repleto de misterios antiguos, donde tras cada sombra, tras cada puerta parecía esconderse un secreto”. Vitrinas de cristal, librerías y grandes armarios de roble. En las ventanas, altas, de gran tamaño, repicaban las gotas de lluvia que iba perdiendo intensidad. El lugar olía a una mezcla de humedad y madera. Mesas ocupadas por algunos ordenadores, lámparas de estudio, libros, y un aparato deshumidificador en medio de la estancia “hay mucha humedad en esta parte de la Catedral y se ha filtrado agua recientemente” – nos explicó.
Dejó sus cosas en un escritorio y sin decir más, se retiró hacia el fondo, hacia un armario del que volvió con una sencilla caja de madera, al estilo de un joyero, con varios cajoncitos.... La posó en la mesa y sin más preámbulos, abrió sus diferentes compartimentos, tres exactamente: el primero para los cuatro anillos, el segundo para la bolsa de tela y plata donde se habían mantenido estos guardados durante siglos, y el de más abajo para el trozo de pergamino con la nota escrita. Allí los tenía. Al principio me quedé muda. Los miré durante no sé cuántos segundos, no podía creerlo. Era como si la historia se completara. Frente a nosotros, cuatro anillos de plata, de factura sencilla, tres de ellos con una piedra de adorno, otro sólo con el hueco donde un día seguramente tuvo una. Ya restaurados y limpios, lo mismo que la bonita bolsa gris de seda.
Después vinieron las preguntas y la amable aportación del Jefe del Archivo. Quisimos saber si se expondrían algún día los anillos en el Monasterio, y nos confirmó que la idea era llevarlos en un futuro cercano para ser contemplados por todo el mundo. Pero antes deberán pasar por más estudios e investigaciones. Sin olvidar que ahora la búsqueda continúa en espera de hallar los otros cinco anillos… quién sabe.
Era hora de despedirse. Unas fotos, las gracias y una sensación extraña de estar reviviendo una gran historia.
Y es que algunas veces es sólo dejarse llevar, por una intuición, por un deseo profundo, o por una buena historia.