Los emperadores romanos también se iban 'al pueblo' huyendo del fragor de Roma. De hecho, la alta burguesía romana inventó el turismo veraniego. Argumentaba que había días en que Roma resultaba inhabitable a causa del tráfico y el ruido. Los que podían permitírselo huían de la ciudad buscando el descanso en lugares tranquilos lejos de aquel fragor de la urbe.
Cualquiera podría decir que hablo de tiempos actuales, y sin embargo me estoy refiriendo a la época de los césares. Fue entonces cuando se inventó eso de irse al pueblo en verano o construirse un chalecito junto a la playa. Vamos, el turismo estival.
Los romanos se quejan en la actualidad del endemoniado tráfico que tienen sus calles, de la contaminación, del ruido... Parece que para ellos no ha pasado el tiempo, porque ya en su época de mayor gloria, cuando eran los amos del Mediterráneo, los césares y patricios se quejaban de la misma forma, y eso que estaban muy lejos de conocer el automóvil.
Se ha hablado mucho de las hazañas de emperadores que han pasado a la historia por su crueldad o locura, dando pie a estereotipos que en muchos casos se alejan de la realidad. Aún está por demostrarse que Nerón provocara el incendio de Roma, pero de lo que no cabe duda es de que este hombre, como otros de su especie, se movió por terrenos en los que las conspiraciones y los asesinatos familiares estaban a la orden del día.
Calígula y sus yates
Calígula y sus yates
Tanto Nerón como su tío Calígula nacieron a poco más de 50 kilómetros al sur de Roma, en Anzio, un pueblito de pescadores que se puso de moda entre la corte por ser tan ilustre cuna. Los nobles, en un intento de halagar a los emperadores, lo eligieron para levantar allí sus villas a orillas del Mediterráneo, buscando tranquilidad, reposo€ y favores. Uno de ellos fue Cayo Mecenas, gran impulsor de las artes y asesor del emperador César Augusto, al que le unió una gran amistad hasta que descubrió el encaprichamiento real con su esposa.
Calígula -¿recuerdan su personaje en la película La túnica sagrada?- debió ser un personaje de cuidado. A punto estuvo de nombrar cónsul a su caballo Incitato, de quien estaba tan enamorado como de sus propias hermanas, con las que mantenía relaciones sexuales a decir de los historiadores. Sus veraneos fueron de lo más sonado en los corrillos romanos, porque tenían una particularidad: se adelantó en muchas décadas a quienes hoy se pueden permitir disfrutar de un yate. Mandó construir galeras de cedro que componían un conjunto naval de recreo de lo más vistoso, por cuanto utilizaban velas de seda carmesí. Pero lo que más llamaba la atención eran las piscinas y jardines de cubierta, amén del solarium montado en la popa.
En semejantes instalaciones se desarrollaban atractivos programas de fiestas para entretener a un emperador tan caprichoso y a los palmeros que se le pegaban para llevar a cabo el más descarado ejercicio de adulación. La flota recorría preferentemente la costa de Campania, frente a Nápoles, sin alejarse mucho de Roma porque en aquella época las ausencias eran muy arriesgadas. Vamos, que los veraneos de Calígula serían considerados hoy como turismo de lujo.
Gracias a estos dos personajes históricos, Anzio alcanzó una gran notoriedad, pero la afluencia turística cesó tras la caída de Roma. El pueblo volvió a vivir preferentemente de la pesca hasta el siglo pasado, cuando su fama y la de la vecina Nettuno fueron recuperadas mediante promociones de carácter histórico que las situaron en el puesto que tuvieron en el pasado.
Nunca supusieron los senadores y patricios que sentaron sus reales veraniegos en esta zona que mucho tiempo más tarde, en 1944, aquellas tranquilas playas se convertirían en campo de batalla durante la II Guerra Mundial, ya que fue allí donde desembarcaron las tropas aliadas para liberar a Italia del fascismo. Durante casi cinco meses tanto Anzio como Nettuno fueron escenario de violentísimos combates, decisivos para la conquista de Roma.
La segunda vivienda
La segunda vivienda
Salir de la capital del imperio durante los meses de verano fue una costumbre que se impuso entre los césares y la nobleza. Las aspiraciones que tenían no variaban mucho de las que tenemos en la actualidad, una casita con jardín, sol, temperatura agradable, apetitosas viandas, buen vinillo, paz y tranquilidad. Cada propietario rivalizaba con su vecino en pomposidad y lujo, de forma que la costumbre se convirtió en una corriente turística que causó furor.
Se elegían las zonas del sur de la capital, posiblemente buscando el calor procedente del continente africano. Sicilia fue uno de los destinos favoritos de la época, por esa razón y porque aún quedaban en pie las construcciones y obras de arte que habían dejado los griegos en una anterior dominación. A la estancia había que darle también un toque cultural. Todo fue bien hasta que las guerras púnicas hicieron irrespirable el ambiente y la isla sureña perdió interés para los romanos.
También los hubo que rechazaron la costa y el mar para plantar sus reales en terrenos del interior. Es el caso del emperador Galba, el que sustituyó a Nerón en el trono. Tiene su explicación: había nacido tierra adentro, en Terracina, y le tiraba el medio rural. Tal vez por esa razón huía del mar y pasaba el verano en Tusculum, una localidad de los montes Albinos situada a 25 kilómetros de Roma, desde donde tenía impresionantes vistas de la capital. En realidad, no disfrutó mucho de esta residencia, ya que fue el primero de los cuatro emperadores que tuvo Roma en un año, el 69. El índice de mortandad, como se puede apreciar, fue muy alto en esa fecha y no fue precisamente por una pandemia. A Galba le decapitaron y enterraron su cabeza en su mansión de verano.
Vespasiano, el emperador que consiguió sobrevivir a aquel fatídico año 69, era un militar nato que manejó muy bien las relaciones públicas en un intento de caer bien a la población. Durante los diez años que estuvo al frente del gobierno mejoró mucho la imagen de Roma. Inició la construcción del célebre Coliseo e intervino en numerosas acciones de guerra, entre ellas la famosa invasión de Britania.
El trajín de este hombre era mitigado por la acción del agua y los masajes que recibía en las Termas de Cotilla, en la región de Campania. Se sentía tan confortado que levantó una imponente villa en Rieti, a dos pasos de los baños. Pero todo tiene su riesgo, y en uno de sus lavatorios se le produjo una inflamación intestinal que le llevó a la tumba.
Tívoli, pasión de Adriano
Tívoli, pasión de Adriano
La localidad de Tívoli, cercana a Roma, corresponde a la antigua Tibur, un lugar de gran belleza que en su momento despertó grandes pasiones al emperador Adriano, por lo que de inmediato pasó a ser la meca de los patricios, quienes se apresuraron a levantar villas a cuál más lujosa y más próxima al palacio real. Todos ellos se aprovecharon de los bosques y las fuentes naturales que creaban un entorno realmente maravilloso. Incluso hoy, las ruinas que se conservan dan una idea del paraíso veraniego que tuvo que ser aquel lugar.
En su residencia de Villa Adriana y cual faraón egipcio, el emperador gestó y siguió la obra de su propio mausoleo a orillas del Tíber. No lo vio acabado. Con el tiempo se ha convertido en el Castillo de Sant'Angelo, uno de los focos de atención en la capital italiana.
La ruta abierta en Tívoli fue todo un descubrimiento para muchos romanos que preferían veranear sin la molestia de la arena playera. Así dieron con un pueblito llamado Preneste, un paraje maravilloso al que hoy se conoce como Palestrina. Sus habitantes se enorgullecen tanto del Santuario de la Fortuna, levantado en la época de los césares, como de ser la patria chica del compositor renacentista Giovanni Pierluigi da Palestrina, padre de la polifonía.
Cicerón, lago y costa
Cicerón, lago y costa
El abanico de lugares de veraneo de los césares romanos se completó con un turismo distinto: Ni mar ni monte: a orillas de un lago. De esta forma surgieron las villas a la orilla del Averno, un fatídico nombre para las almas que mueren en pecado, pero que traía sin cuidado a los emperadores y a sus huestes.
El lago Averno, situado en los llamados Campos Flégreos, a unos 20 kilómetros de Nápoles, es en realidad el cráter de un volcán relleno de agua gris y tranquila. Posiblemente ajenos a este hecho, muchos veraneantes acudían a rendir culto a Apolo en el templo que le dedicaron. En las proximidades localizamos otro lago, el Lucrino, en cuyo borde tuvo una casita de verano el gran filósofo Marco Tulio Cicerón. No era la única, ya que el orador poseía otra en Formies, donde escribió sus tratados de retórica y filosofía. Fue su última mansión.
Los hubo que descubrieron destinos turísticos que se han mantenido con el tiempo, algunos de ellos para un público de alto standing. El emperador Tiberio, que motivó la frase "montar un tiberio" en atención a los últimos líos de su mandato, se mostró partidario de los veraneos en Capri, frente a Nápoles, hoy destino de lujo. De hecho, tal vez en un deseo de salvar su vida y no acabar asesinado como era tradicional en la corte romana, dejó el trono a su nieto Calígula y se retiró a esta isla.
Su estancia no pasó desapercibida, ya que fueron notorias las orgías que montaba en la Villa Jovis, en lo alto de una montaña, y que hacían sonrojar a los más crápulas de la capital. Aún se pueden ver las ruinas de esta residencia, aunque los fastos los lucen ahora otras construcciones modernas.
Hay una leyenda en esta isla relacionada con las rocas Faraglioni que se encuentran en los jardines de la que fue residencia del emperador. Dicen los nativos que se trata del lugar donde las sirenas trataron de atraer a Ulises cuando iba camino de Ítaca. El mismo argumento se cuenta en Djerba, la isla tunecina que asegura ser la que cita Homero en su escrito.
Virgilio, el poeta romano autor de La Eneida, se enriqueció con la poesía, lo que ya tiene mérito. Gracias al favor de Cayo Mecenas y del mismo César pudo mantener una casa en Roma, cerca de los jardines de Mecenas, y otra de veraneo en Nola, término de Nápoles, entre en Vesubio y los Apeninos, un lugar espectacular donde el escritor, como él mismo reconoció, veía crecer los rosales.
También Horacio, el más grande de los poetas satíricos que ha tenido Roma, se vio favorecido por las mismas personas viviendo espléndidamente gracias al amparo de ese abrigo económico. Su casita de campo en los montes Sabinos, en el centro de la península, fue un obsequio del gran benefactor de las artes para que el poeta compusiera sus obras tranquilamente. La relación entre ambos fue tan estrecha en vida que fueron enterrados juntos.