José Ramón Flecha es un sociólogo e investigador de prestigio internacional cuyo nombre aparece ligado desde hace años a la lucha contra las violencias machistas. Considerado el primer científico del mundo especializado en esta materia, sus primeros trabajos se remontan a una época en la que la imparable ola feminista era una quimera.

¿Cuándo se despierta su interés por la violencia hacia las mujeres?

— Yo empecé en los años 70. Presenté la primera denuncia por acoso sexual en una universidad del Estado en 1995.  Ella actualmente es una reputada feminista internacional, Lidia Puigvert. Hasta entonces no había nadie que apoyara a las víctimas ni víctimas que se atrevieran a denunciar.

Su entorno más próximo le reconoce su implicación personal, mientras también apuntan a la existencia de represalias

— Sin duda. Se ejercían sobre quienes se atrevían a contar su historia y sobre quienes les apoyábamos. Recuerdo amenazas de muerte, difamaciones, casos en los que los docentes - aunque hubieran publicado en una prestigiosa revista científica o en la mejor universidad del mundo-  eran ninguneados por posicionarse del lado de la víctima. Sucedía todo lo contrario si apoyabas al agresor.

En lo que respecta a sus trabajos, pone el foco en cómo el agresor siempre busca silenciar a la víctima y a quienes la arropan. Un fenómeno que denomina ‘violencia sexual de segundo orden’.

— El agresor persigue que las víctimas se queden solas y aisladas. Sin embargo, para que ellas puedan superar lo vivido, evidentemente, necesitan apoyos. Hay que apoyar a las víctimas y nadie lo hace por temor a esas represalias.

¿Y cuál es su propuesta para acabar con la espiral del silencio?

— Pasa por tipificar la ‘violencia de género aisladora’, nombre científico que también recibe esta conducta propia de los agresores. El Parlamento Vasco ha legislado sobre esta cuestión, bajo el nombre de ‘violencia ejercida contra las personas que apoyan a las víctimas’. En cuanto al Parlamento Foral es una tarea pendiente.

"Fui el primero que presentó una denuncia por acoso sexual en el ámbito universitario. Lo hice en 1995".

¿Y en la calle?

— Ese es el gran problema. La forma de superar la violencia de género es lograr que la víctima no se quede sola, de lo contrario quedará destrozada. Lo dicen todas las investigaciones internacionales, es la llamada revictimización. Hay que lograr que no se queden solas y para que no se queden solas hay que legislar, penalizar y atacar la ‘violencia de género aisladora.  

En el ámbito universitario, ¿cuándo diría que se produce el mayor avance?

— En 2007 el Estado adoptó dos legislaciones importantes. La primera, instaba a las universidades a reconocer el problema del acoso sexual a estudiantes y docentes. También se acordó fijar una serie de medidas para frenar este problema. La segunda, introdujo criterios objetivos de selección y promoción del profesorado universitario.

"Hay que legislar, penalizar y atacar también la ‘violencia de género aisladora’".

En las conclusiones de uno de sus estudios recoge que de lo contrario hubiese sido muy difícil atajar el problema.

— Pongo un ejemplo. Recuerdo cómo el catedrático más reputado de la Universidad de Barcelona abusaba sexualmente, escudándose en su poder, de parte del alumnado. Todo el mundo lo sabía.  De hecho, cuando saltó a los medios, la decana reconoció  haberlo sabido desde que era estudiante.

Las alianzas también son claves para poder abordar esta lucha.

— En mi caso, he tenido el apoyo de Harvard, de Cambridge, de la European Women’s League… apoyos internaciones muy fuertes que otras personas no tenían, pese a que hubiesen querido defender a las víctimas. Además, como autor de referencia para la Universidad de Harvard, tengo muy buena relación con su ‘Centro contra el asalto sexual.

Este centro se involucró en la denuncia de Ana Vidu contra un profesor de la Universidad de Barcelona, ¿es así?

— La Comisión de Igualdad de la UB desestimó la denuncia de Ana. Dijo que no había caso, que no creían a la alumna, que se lo había inventado. Sin embargo, no contaban con que el mismo informe presentado ante aquella Comisión de Igualdad fuese remitido a Harvard. Lo envié personalmente y llegó una carta a la Universidad de Barcelona instándole a que abriese el proceso de investigación. No les quedó más remedio.