s gris. Todo se ve en blanco y negro”. Así se expresa el fotógrafo de la agencia Efe Jesús Diges, quien durante una semana ha fotografiado con un dron la zona de exclusión de La Palma, allí donde la acción del volcán abierto en el parque natural de Cumbre Vieja más daño ha hecho durante sus diez semanas de actividad. Donde el gris de la ceniza y el negro de la lava solidificada cubren ya más de mil hectáreas, los gases enturbian el aire y el futuro se presenta oscuro.
Diges ha contado con autorización del Cabildo Canario para recorrer la zona y poder documentar desde el aire la catástrofe social y económica que supone este desastre natural. Únicamente pueden acceder a estos lugares los vecinos desalojados para tratar de mantener en condiciones sus viviendas, los trabajadores de las plataneras y otros cultivos que tratan de salvar sus cosechas, los servicios de emergencias y vigilancia en su más amplio sentido y los operadores de drones que vigilan con sus aparatos la situación del volcán, el avance de las, de momento, once coladas de lava que asolan el suroeste de la isla canaria y los daños que se producen.
Las imágenes aéreas nos muestran desde una nueva perspectiva, extraña y atrayente, los catastróficos efectos en el paisaje humano y natural. Las imágenes tomadas a ras de tierra enseñan los frentes de las coladas, los daños directos, pero desde los drones es más fácil ver su extensión, la fina y dramática línea que separa lo arrasado de lo salvado. También asombrarse ante la espectacularidad salvaje del vulcanismo, del fuego más primitivo.
La masa informe de lo vomitado por la tierra choca con estructuras humanas casi geométricas y racionales en un choque mítico entre caos y orden. La lava y la ceniza invaden espacios humanos y humanizados obligando a los palmeros a luchar con incierto éxito para salvar lo que la naturaleza cree suyo.
El cementerio de Los Ángeles, en la localidad de Las Manchas, ejemplifica este combate desigual. Dos meses de trabajo retirando la espesa capa de ceniza volcánica que lo cubría terminaron el jueves 25 cuando una lengua de lava, la número 11, arrasó el recinto, sepultando parte de sus 5.000 nichos y derribando el único crematorio de la isla.