¿Qué ocurrió en la tarde del 29 de diciembre de 1990 en A Coruña? Una pregunta sin respuesta desde hace más de tres décadas, cuando Fernando Cuadrado, un médico de 49 años, salió de su casa para hacer la compra y nunca regresó. Y son treinta años ya tratando de aportar luz a este extraño caso.
Fernando Cuadrado Conejo (Valladolid, 1941) era jefe del Servicio de Rehabilitación del Hospital Juan Canalejo, ahora llamado CHUAC, y vivía con su mujer y sus tres hijos pequeños -entonces, de 1, 3 y 5 años, respectivamente- en la calle Almirante Cadarso, muy próxima al estadio de Riazor.
Nadie tiene ni una pista de lo que pudo sucederle a este facultativo, que era un conocido dirigente de la asociación antiabortista Pro Vida y miembro numerario del Opus Dei, algo por todos sabido.
La idea de una marcha voluntaria se antojó, desde un inicio, muy poco probable, dado que Fernando abandonó esa tarde su hogar con muy poco dinero encima y porque llevaba una vida corriente, sin problemas; al menos, si existían, no trascendieron, y sus parientes no tienen constancia de que le preocupase algo.
Son numerosas, por tanto, las incógnitas que rodearon desde un comienzo su inesperada falta, que la Policía no olvida, pues este 2020 ha vuelto a tomar muestras de ADN a sus familiares, señalan a Efe desde el entorno directo del sanitario.
29 DE DICIEMBRE: UNA CENA A MEDIO SERVIR
Aquella navideña tarde de sábado de hace tres décadas pretendía celebrar junto a su esposa su aniversario de bodas. El matrimonio había planeado hacerlo, con antelación suficiente, invitando a cenar a algunas amistades. Sin embargo, esa cita nunca se llegaría a producir, ya que uno de los protagonistas principales no hizo acto de presencia.
Sobre las 20.00 horas, Fernando Cuadrado salió de su piso para hacer compra. Lo hizo con una cantidad irrisoria de dinero y sin documentación, con la aparente pretensión de regresar enseguida y ultimar así los preparativos de la velada. Pero no retornó.
Lo que pasó después no se sabe. Los interrogantes acerca de lo acaecido en su camino o, incluso, sobre si llegó a pisar comercio alguno, todavía no tienen una respuesta firme.
Algunos testigos, no obstante, aseguraron, como consta en la investigación practicada, que realizó aquella compra y regresó a su edificio. Una de las últimas personas que lo vio fue el propietario de un hotel, que, desde el anonimato, rememora en una conversación con Efe algo que le sorprendió: "Siempre saludaba y esa tarde no saludó”.
Este empresario cuenta, al igual que se lo relató en su día a la Policía, que lo vio “desde lejos”, a través del cristal de la cafetería que regentaba en aquel entonces y observó que “llevaba una bolsa”.
A continuación, se encontró con el doctor Cuadrado un matrimonio ya fallecido de su mismo bloque. Fueron las últimas tres personas que lo vieron. “Es lo único que pudimos aportar. Pero todo son sombras”, asegura hoy en día el hostelero.
BÚSQUEDAS IMPRODUCTIVAS
La Policía trabajó sin descanso. Reprodujeron sus últimos movimientos, desde las horas anteriores a que bajase a comprar hasta ese corto trayecto que, en teoría, hizo. Los agentes se entrevistaron con las últimas personas que lo vieron y también con amigos, familia y conocidos.
Además, se realizaron pesquisas en el mar, pues las corrientes que golpean la bahía de Riazor y el Orzán, especialmente en la época invernal, hacen de este un lugar peligroso ante una posible caída, no descartada. La costa coruñesa fue peinada sin éxito.
El propio edificio en el que vivía el doctor Cuadrado fue revisado de cabo a rabo, incluida una singular vivienda abandonada de la última planta en la que antiguamente habitaba el portero. Otra batida improductiva.
La ciudad de A Coruña, consternada, se volcó. Los pacientes de la residencia de la Seguridad Social Juan Canalejo, actual CHUAC, y de la clínica privada que atendía Cuadrado en la Avenida de Linares Rivas no entendían qué podía haberle pasado a este "agradable" doctor, como lo definían y lo recuerdan.
SUPOSICIONES INCOHERENTES
Un sinfín de hipótesis, todas barajadas. Desde una huida voluntaria a un secuestro, un posible suicidio e, incluso, un delirio. Todas y cada una de ellas imposibles de demostrar.
Sus más cercanos descartan, desde siempre, la idea de una fuga por su propio pie. No ven motivos por los que el doctor Cuadrado se hubiese querido marchar de repente sin despedirse y, más concretamente, el día de un acontecimiento tan importante para él y sin portar documentación. Tampoco se llevó su vehículo.
En una ocasión, la familia del activista de Pro Vida llegó a revelar que había recibido llamadas de una persona que aseguraba ser miembro de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO) y reivindicaba un supuesto rapto. Sin embargo, no se le dio credibilidad a esa comunicación y esa línea quedó desechada sin atisbo de duda.
LA INVESTIGACIÓN NO CESA
Tres meses después de la enigmática pérdida, en marzo de 1991, el juzgado de Instrucción número uno de A Coruña decretó el sobreseimiento provisional del caso y perfiló la fuga voluntaria como la opción con más enteros.
Pero la falta de pruebas no hace que las fuerzas de seguridad olviden una desaparición. El caso del doctor Cuadrado sigue activo. De hecho, recientemente la Policía tomó muestras de ADN a los familiares directos del rehabilitador (era su especialidad), para agregarlas a una base de datos por si hubiese coincidencias, según ratifican a Efe fuentes de este entorno.
Ha transcurrido mucho tiempo y los medios técnicos mejoran. Pese a ello, la única certeza en treinta años es que Fernando Cuadrado se esfumó sin dejar rastro.