- "Aunque sea un poco increíble, estoy trabajando. Si te parece, hablamos en una hora". Dicho esto, Iker Moreda cuelga el teléfono y continúa su tarea hasta mediodía en una empresa de transportes en Oiartzun. A la espera de retomar la conversación, sus primeras palabras no pueden resultar más elocuentes: tener trabajo es "un poco increíble". Este errenteriarra de 27 años pertenece a la generación de los millennials, hijos de la crisis económica de 2008 y del covid-19, quienes asumen que el empleo de calidad, un derecho fundamental para vivir con dignidad, se ha convertido en un anhelo que, por un motivo u otro, siempre se posterga.
Al cabo de una hora, se pone de nuevo al teléfono. "Sí, me resulta un poco increíble estar trabajando porque tuve que volver del extranjero cuando hacía prácticas. Me pilló la pandemia por el coronavirus. Llegué aquí, mande muchísimos currículums y no contestó nadie. Ahora hay cero movimiento. Es deprimente, la verdad", lamenta con cierta impotencia Moreda, que no sabe por cuánto tiempo se prolongará su primer contrato laboral que ha encontrado "por carambola".
Tenía 15 años cuando Euskadi, que parecía haber entrado en una senda de crecimiento, comenzó a notar aquel segundo semestre de 2008 una recesión económica cuyas secuelas perduran.
Muchos millenials como él no estaban en edad de trabajar, pero vieron cómo sus padres perdían sus empleos. Jóvenes de más edad comenzaron a perder sus sueños. "Estudié Periodismo, pero no encontré ninguna salida. En mi entorno todos habían hecho un grado superior y me decanté por Comercio Internacional". Gracias a ello, y después de su estancia en Cracovia donde se formó, ha podido encontrar ahora un hueco laboral en una filial de una multinacional del transporte. "Estaba haciendo prácticas en Cracovia cuando llegó la pandemia, aunque no fue tan virulenta como aquí. La verdad es que ha sonado la flauta, pero tampoco estoy muy contento porque es un horario de trabajo muy esclavo que no me permite estudiar, y sé que tarde o temprano esto se acabará".
Moreda tiene previsto reinventarse por enésima vez. "Voy a trabajar de lo que sea durante un año". Quiere dedicarse a la docencia. "He sido entrenador de baloncesto y creo que puedo encajar. Pero es como empezar de nuevo, eligiendo otro camino casi por descarte". Sonríe cuando se le pregunta si vive con sus padres. "¡Cómo no lo voy a hacer, si este es el primer contrato que tengo!".
Jon Mikel Pikabea también es de esos jóvenes nacidos entre los 80 y el cambio de siglo, la generación de los últimos veinte años del siglo XX. Lleva más de una década fuera de casa. "Estar fuera tanto tiempo puede resultar engañoso porque, hasta no encontrar un empleo estable, perdura la dependencia económica de los padres", dice este hondarribiarra de 29 años. Es hijo de la generación del baby boom (nacidos entre 1958 y 1977), por lo que creció con muchas expectativas, teniendo las referencia de sus padres, con un coche, casa, hijos, un trabajo y salarios dignos.
Por eso los millennials pudieron acceder a una formación superior, llegando a ser la generación más preparada de la historia. El viento parecía soplar de cola para triunfar. "Hasta que te das cuenta de que la mitad que ganas se lo lleva el alquiler de un piso que nunca va a ser tuyo". Pikabea es licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. Tiene dos másteres y un doctorando. Combina su trabajo como profesor universitario en Santander con la de monitor de tenis de mesa y un sinfín de tareas. Ha llegado a simultanear cinco trabajos para reunir un sueldo de 1.600 euros. "No cabe otra que el pluriempleo. Sí, soy de la generación de la titulitis. Hoy en día hay licenciados a patadas, y ya no solo vale con cursar una carrera, saber euskera e inglés€ Antes con un máster eras Dios. Ahora te hacen falta tres, y encima te piden experiencia".
Después de once años en Gasteiz, ni se plantea la posibilidad de regresar a casa de sus padres, aunque mantiene con ellos una buena relación. "Sería como un paso atrás, además tengo a mi pareja en Donostia. El problema que se plantea es el camino a tomar... ¿Quién de los dos se mueve? ¿En qué momento compras una casa? ¿Una reducción de jornada para tener familia? ¿Cómo hacerlo si las cuentas no dan? Habrá que echarse al río en algún momento de la vida, pero por ahora no está claro el camino", confiesa el joven de Hondarribia.
Cuando la crisis económica golpeaba más fuerte, el irundarra Joseba García Martín inició sus estudios de Sociología en la Universidad del País Vasco. Bajo el paraguas familiar, asume que vivió la crisis "como un monstruo" al que todavía no tenía que enfrentarse. Entretanto, se hizo con "el pack completo": licenciatura, máster, doctorado y, desde 2016, un contrato de cuatro años como investigador en formación en la universidad.
Se muestra crítico con el discurso que trajo consigo la recesión. "Se retomó aquello de la formación, el trabajo duro y la constancia como estrategias de resistencia. Arrastramos todavía hoy los efectos no deseados: aceptación de la precariedad laboral porque menos da una piedra, la asunción de la explotación laboral porque por lo menos tienes un curro, y un largo etcétera. Ojalá que no, ingenuo de mí, pero creo que estos discursos van a pasar a un siguiente plano en los próximos años".
Este joven de 29 años asume que a partir de ahora le va a tocar vivir la crisis sanitaria en sus propias carnes. "Ha explotado en un momento de vulnerabilidad importante. ¿Cómo puede afectar esto? Creo que volverá la "forzada" austeridad anterior a la pandemia, con el discurso sobre la "necesidad" de hacer recortes y, visto lo visto, no parece razonable que éstos tengan lugar en el ámbito de la salud y los cuidados".
El porvenir lo ve con inquietud e inseguridad, pero también con ánimo. "En este panorama crítico, un punto de optimismo es más que necesario, aunque sin pasarse. Creo que la crisis anterior condicionó la mirada de nuestra generación. Me da la impresión de que no solo estamos muy pendientes del corto o medio plazo, sino que, además, lo hacemos bajo la presión y ansiedad que produce la incertidumbre del próximo movimiento". Asegura que la red social y familiar juega "un papel fundamental" en el proceso de sobrellevar toda esta situación.