Iruñea - La ganadería gaditana de Núñez del Cuvillo protagonizó ayer el quinto encierro de los Sanfermines, que por cuarto día consecutivo se completó sin heridos por asta de toro después de una carrera vistosa y con momentos de mucho peligro, lo que últimamente estaba escaseando. Se alargó durante 2 minutos y 50 segundos, el segundo más lento tras el encierro del día 7 por culpa de un toro despistado que se dio un garbeo por el ruedo antes de acceder a los chiqueros. De no ser por este remoloneo final, el tiempo hubiera sido similar al que emplearon la víspera los atléticos Fuente Ymbro ya que la velocidad de la torada hasta la entrada al callejón fue calcada (22 kilómetros por hora).
El encierro tuvo su miga. Se demostró que no es necesario que se produzcan embestidas para que la carrera demuestre el riesgo que guarda dentro, sobre todo cuando se producen caídas y los corredores perciben cerca de su piel unas cornamentas tan imponentes como las que ayer hicieron gala los seis ejemplares de Núñez del Cuvillo.
Ya se sabía que no lo iban a poner fácil. Con una media por encierro de casi dos corneados y una tendencia natural a ir por libre, era previsible que no sería tan tranquilo. Al inicio de Santo Domingo dio la sensación de que aún podía ser peor, con un toro negro amagando por la derecha a todo lo que se movía y otros dos un poco por detrás haciendo lo mismo, pero sin llegar a embestir. Los mozos supieron aprovecharlo, con espectaculares carreras al inicio de la cuesta.
Los metros de ‘Tramposo’ Con tres toros por delante junto a un cabestro, la manada llegó muy estirada a la plaza Consistorial, donde rápidamente se puso en cabeza un jabonero, Tramposo, que sin demasiado esfuerzo logró ganar unos metros de distancia antes de llegar a curva. Parecía que sin la protección de los cabestros, que en esta trazada lo bordan, el impacto con la protección resultaba inevitable, pero Tramposo guardaba un as en la manga y superó la curva como un experto.
No tuvo tanta suerte otro de sus hermanos que resbaló al salir de la parábola, aunque en su descargo cabe decir que fue por culpa de un manso que se pasó de frenada y terminó por empujarle. En la Fórmula 1, hubiera supuesto para el cabestro una infracción de cinco segundos y entrada a boxes, pero en el encierro se perdonan estos excesos de ímpetu en carrera.
Resulta increíble que aquí no hubiera corneados. Varios corredores, unos por la propia inercia y otros por desconocimiento, volvieron a situarse en el lado izquierdo en plena trayectoria de la manada, que se los llevó por delante sin demasiados aspavientos. No hay una explicación, pero los toros de la ganadería gaditana fueron esquivando cada corredor que se les ponía por delante, con las astas pasando a milímetros de cabezas, cuellos o espaldas. Y eso que es un un hierro cuyo comportamiento en el encierro suele ser sinónimo de peligro en forma de cornadas, aunque en esta ocasión lo obviaron.
Una manada fracturada Tanta caída provocó que la manada quedara fracturada, lo que siempre son buenas noticias para los mozos. Volvieron a tener espacios para colocarse bien cerca de los astados tras la decepción que vivieron el día anterior.
Con Tramposo por delante, el resto de la manada enfiló la bajada del callejón muy junta hasta que una montonera provocó la caída de tres toros, uno de cada color. La nobleza que exhibieron los morlacos de Núñez del Cuvillo hizo que no repararan en los mozos de los lados. Al toro castaño, Gavilán, le costó un poco más levantarse y luego se paseó despistado por la plaza, hasta que los dobladores consiguieron llevarlo a chiqueros, después de ser citado varias veces.