Siempre hay momentos en que las circunstancias nos pillan a todos descolocados: Invitas a tu chica o a tu chico al cine para disfrutar de una interesante película del Sundance, aclamada por la crítica y descubres, mientras una sensación te embarga sobremanera ante la profundidad del film, que al minuto diez tu pareja está roncando desparramada sobre la butaca en una pose grotesca? Decides dar una sorpresa a tu hija adolescente, yendo a buscarle al instituto con un osito rosa de peluche y la descubres besándose con un rapero de pantalones caídos, apoyada contra una farola mientras el tiparraco le toca una teta? Te adhieres al club de los ecologistas, lees los componentes de todo lo que compras en el súper huyendo del aceite de palma y las grasas hidrogenadas y descubres, con lagrimas en los ojos, que esos Donuts que te zampas los fines de semana viendo el partido del Alavés cumplen con todos los requisitos para ser prohibidos por el Convenio de Ginebra sobre la no proliferación de armas químicas?

En fin, subes al bus a la carrera porque llegas tarde al trabajo, ya que el coche ha decidido por cuarta vez en lo que va de mes no arrancar en absoluto y descubres con encarnizado horror que solo llevas billete de millón y medio para pagar al conductor.

-Pero hombre -le dije al señor que me entregaba uno de cincuenta euros-, esos billetes no podemos coger. Lo prohíbe el reglamento de la empresa?

-Pues cuando voy a hacer la compra semanal al Eroski sí que me los admiten.

-Ya, pero el título de viaje en el autobús es de uno con cuarenta y la compra en el hipermercado rara vez baja de doscientos euros; se lo digo yo que me encargo de hacerla en casa cada sábado.

Tras rebuscar un rato por todos los bolsillos, al final le aparece calderilla de las vueltas del pan. Prueba superada. En la siguiente parada, una mujer sube con un billete de veinte euros. En la otra, dos ciudadanos montan con papel moneda de cinco y diez euros, respectivamente. Poco después, un chaval, de camino al colegio, me entrega un billete de dos mil: esta vez del Monopoly a ver si cuela.

Llegando a la terminal, veo cómo un hombre de unos cuarenta años, con barba profunda y aliento intenso, andaba leyendo el cartel con las normas de uso. Antes de bajar se dirigió a mí:

-¿No cree usted que es un poco confuso lo del quíntuplo de la parte contratante de la segunda parte del billete?

-La verdad es que sí -le dije sincero-. Lo idóneo es usar la tarjeta monedero y así no liarse con los cambios.

-Sin duda -me respondió mientras descendía-, porque en este mundo hay dos clases de personas: las que saben contar y las que no.