unas cuantas décadas atrás, instantáneas recogidas por coleccionistas vitorianos de tarjetas postales muestran a Vitoria-Gasteiz como una recoleta ciudad, en la que predominaban curas y militares, y esta realidad social terminó convirtiéndose en imagen exportada de lo que ocurría a orillas del Zadorra, en unos trances históricos que anunciaban el fin de una época y la llegada de las turbulencias de los años treinta, con guerra fratricida incluida, tras sedicioso levantamiento militar, uno más en la historia de ruidos de sables, pronunciamientos y protagonismo militarista de la Historia Contemporánea.

El estereotipo, la imagen fabricada sobre los moradores de la ciudad, era la de sotanas y bonetes, trajes de uniforme y espadón al cinto, en un intento de reflejar el tipo de sociedad regida por los principios de ortodoxia católica y orden militar. Era una forma de representación del estilo de la ciudad de aquellos pasados tiempos.

Más de un veterano vitoriano me ha descrito la imagen de cientos de seminaristas desfilando por parejas desde el Seminario hasta el corazón de la ciudad, apacible y ensimismada en un desarrollo de los días sin alteraciones ni sustos. Era un modélico y organizado paseo semanal, casi al estilo militar, que servía de descanso a las azacaneadas vidas de inocentes aspirantes al poderoso sacerdocio, con amplio reconocimiento social.

La presencia militar en la ciudad no dejó especial huella en el devenir de Vitoria-Gasteiz, que vio cómo la huella militronche de más de cien años acabó esfumándose sin dejar señal alguna en el corazón de vitorianos/as que contemplaron la eliminación de todo vestigio de construcción militar, sobre todo en la larga época del mandato del alcalde Cuerda, que desmilitarizó la arquitectura urbana vitoriana.

La unión del altar y la espada se forjó durante muchos decenios en la Europa Occidental y suponía el caminar paralelo de dos poderes, obligados a entenderse para mantener sus predominios, hasta que estalló la Revolución Francesa y los derechos de los ciudadanos se sobrepusieron a los del Antiguo Régimen.

Lo civil se impone hoy a la hora de definir el tipo de sociedad que habitamos y su organización. La Vitoria-Gasteiz de curas y militares no deja de ser un tipismo localista que no encuentra ya ningún sentido, ni explicación, en una ciudad seis veces mayor que la de entonces. Lo sabido, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, en el mejor de los casos; una sociedad que se dice no confesional y que algunos quieren llevar a disposiciones políticas de laicidad.

Los tiempos cambian que es una barbaridad y quien no lo entienda, se quedará en la acera viendo pasar la procesión de los días. Y así las pasadas liturgias de Semana Santa han sido piedad para los creyentes y tiempo de ocio y turismo para el resto de ciudadanos. En nuestro calendario festivo sólo existen dos actos religiosos que reúnen a creyentes e increyentes: la Procesión de los Faroles y el multitudinario Rosario de la Aurora, señas de identidad de gasteiztarras contemporáneos.

Y cambiamos de tercio. Más de uno se barruntaba que la dinámica de trabajo en la que había entrado el concejal nacionalista Borja Belandia estaba tomando visos de desbordamiento y superación de responsabilidades. Y así, a mediados de semana saltó la noticia del abandono de su concejalía, que abarcaba Urbanismo, Medio Ambiente, Zona Rural, Hacienda y Seguridad Ciudadana, además de presidencia del CEA y TUVISA.

Las malas lenguas dicen que se ha ido por desavenencias con su partido por nombramiento prometido y no ejecutado, pero me parece que el asunto tiene que ver con el organigrama municipal y cargas mal repartidas que han provocado saturación, agotamiento y pérdida de resuello para acometer a tanto miura a la vez.

Anda el cotarro político agitado con reuniones, mítines encubiertos y runrunes de adelanto electoral tanto en la Corona de España como en el territorio vasco, que según algunos se ha metido en la vorágine de incumplir el calendario legislativo de cuatro años de ciclo. Considero al actual lehendakari como hombre de palabra, y aunque sea leyenda urbana, por estos lares respetamos la palabra dada y así nos reconocen los demás. Por ello, me parecen cicateras y malintencionadas las informaciones de diversos medios y oposición política, que hablan de adelanto electoral en las intenciones y declaraciones de Urkullu que son interpretadas como adelanto electoral.

El lehendakari ha dicho que de tal asunto nada de nada, que hay mucho trabajo por delante; y quiero creerle porque con las cosas de la imagen pública, del honor y del querer no se juega, y romper la palabra dada es jugar con la credibilidad y confianza del personal. En las próximas semanas, se aclarará el panorama electoral español y vasco, y veremos quién cumple o incumple la palabra dada, que no es asunto banal y trivial.