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Apariciones en Ezkioga

Barria fue refugio de los devotos de la Virgen de Ezkioga, creyentes en unas apariciones que fueron negadas por la Iglesia

Apariciones en Ezkioga

Barria. Esta historia comenzó el 29 de junio de 1931 cuando una niña de once años y un niño de siete, hermanos, naturales y vecinos de Ezkioga, afirmaron que habían visto a la Virgen María en una arboleda situada en una colina en las afueras del pueblo. La lechera Antonia Etxezarreta, enterada del hecho, lo puso en conocimiento del párroco de Zumarraga, quien inmediatamente tomó cartas en el asunto. Antonio Amundarain era un sacerdote de ideas integristas, fundador de la asociación femenina Hijas de María, de fuerte influencia en la sociedad vasca de la época.

La primera vidente, la niña de once años, tuvo dieciséis visiones a lo largo del mes de julio. En todas ellas dijo ver a la Virgen, pero no recibió de ella ningún mensaje. Tras aquella experiencia se encerró en un hermético mutismo, permaneciendo al margen de los acontecimientos que ella misma había desencadenado. Su hermano, que no hablaba castellano, siguió experimentando algún tipo de fenómeno durante al menos tres años. A diferencia de su hermana, que decía ver a la Virgen siempre en el mismo sitio -el que luego fue el lugar de las apariciones- tuvo sus visiones en distintos lugares. Estos dos primeros videntes, la hermana mayor por su temprano silencio, el menor por su carácter arisco y esquivo, además de por su incapacidad para comunicarse en castellano, perdieron pronto interés para el público y la prensa.

El antropólogo norteamericano William A. Christian Jr., que investigó estos hechos en los años ochenta, llegó a la conclusión, tras entrevistarse con testigos de los acontecimientos, de que estos primeros videntes eran completamente inocentes de cualquier manejo posterior. Dichos testigos eran de la opinión de que los presuntos videntes que les sucedieron lo "estropearon" todo. Estas nuevas visiones tienen lugar en el contexto de la escenografía organizada por Amundarain, consistente en la localización del lugar exacto en el que se había aparecido la Virgen por primera vez, congregando allí a los asistentes, el núcleo de los cuales era convocado por él mismo, movilizando a sus Hijas de María, y dirigiendo los rosarios y oraciones que en aquel lugar se rezaban. Estos nuevos videntes comenzaron a declarar que recibían mensajes de la Virgen, entre los cuales estaba la realización de un milagro, como demostración de la veracidad de las apariciones.

Una de aquellas primeras videntes que ya en el mes de julio comenzaron a recibir mensajes fue Ramona Olazábal. Esta muchacha, natural de Beizama, a veinte kilómetros de Ezkioga, pertenecía a una familia campesina, pero, como muchas otras muchachas del entorno rural, se había trasladado a San Sebastián para trabajar como criada. A diferencia de los primeros videntes, sobre su cultura rural había recibido un importante barniz urbano. El 16 de julio tuvo su primera visión, seguida por muchas otras a lo largo del verano. Por aquellas fechas se concentraban en la ladera del monte de Ezkioga hasta cincuenta mil personas, dirigidas y organizadas por Amundarain.

Estigmas u hoja de afeitar El día 15 de octubre se habían reunido entre quince y veinte mil personas. Unos días antes, Ramona Olazábal había prevenido a sus allegados para que llevasen pañuelos al lugar de las apariciones, pues afirmaba que la Virgen le había anunciado que iba a ser estigmatizada. Al llegar Ramona allí, hacia las cinco y cuarto de la tarde, levantó las manos, pudiendo observar los presentes que de ellas brotaba sangre. La gente gritaba odola! y los más próximos manchaban pañuelos con su sangre. Ante la posibilidad de que realmente se hubiera producido un milagro en Ezkioga, el obispado tomó cartas en el asunto. Tras algunas entrevistas con los protagonistas, la jerarquía eclesiástica se mostraría escéptica. Un testigo informó de que había encontrado una hoja de afeitar en el lugar en el que Ramona sufrió las pretendidas estigmatizaciones. Posteriormente los médicos corroborarían que las heridas habían sido producidas por la herramienta de rasurar. De resultas de esos análisis, el obispado prohibió a los sacerdotes dirigir los rezos en Ezkioga, amonestando especialmente a Antonio Amundarain, quien disciplinadamente saldría de escena.

Tras la retirada de aquél, otros personajes entraron en acción, entre ellos, Carmen Medina y Garvey, aristócrata sevillana, soltera, de unos sesenta años, conservadora, católica y monárquica alfonsina. A partir de entonces se empezaron a escuchar en Ezkioga vivas a la España católica. Tras las supuestas estigmatizaciones de Olazábal, los asistentes a las sesiones de Ezkioga llegaron a los ochenta mil. El 17 de octubre una muchacha de Ataun mostró un rasguño en una mano, afirmando que se lo había hecho el Niño Jesús con un puñal. Se construyó un estrado de madera, sobre el que se situaban los videntes acompañados por sacerdotes y otras personas allegadas. Uno de los que colaboraron en esa construcción fue Patxi Goikoetxea, de Ataun, quien bien pronto se distinguió por la transmisión de altisonantes revelaciones, como la de que los vascos debían prepararse para una guerra civil o que la Virgen le había comunicado su deseo de que la República fuera derrocada. Pero los repetidos fracasos de los anuncios de milagros y prodigios realizados por Patxi, provocaron su caída en desgracia ya a principios de 1932. En octubre de 1932 el gobernador civil de Guipúzcoa le envió al manicomio de Mondragón, donde permaneció cerca de un mes. Otra de las primeras videntes fue Evarista Galdós, de Gaviria, quien tenía diecisiete años. Predijo numerosos prodigios y milagros que nunca se cumplieron. Fue protegida de Carmen Medina, quien en 1934 se la llevó a Madrid.

A finales de 1931 comenzaron a acercarse a Ezkioga visitantes procedentes de Cataluña. El obispo de Barcelona, Manuel Irurita Almándoz, natural del valle de Baztán, estando de vacaciones en su pueblo natal, en julio de 1931, tuvo noticias de los acontecimientos de Ezkioga, trasladándose allí el día 21 de ese mes. Irurita era uno de los defensores de las profecías de María Rafols, quien se encontraba entonces en proceso de beatificación. Ese hecho, unido a la coincidencia de fondo entre las profecías de la madre Rafols y los mensajes de la Virgen en Ezkioga, en un momento tan problemático para la Iglesia como el que se vivía entonces, así como el carácter de monseñor Irurita proclive a la credulidad en acontecimientos sobrenaturales, favoreció su participación en ambos hechos. Asombrosamente, el presidente Maciá accedió a recibir a uno de los videntes, José Garmendia, natural de Segura, de treinta y ocho años, soltero, trabajador en una fábrica de Legazpia, donde era conocido por el apodo de Belmonte, así como por su afición al alcohol. Era un hombre solitario que encontró entre aquellos católicos llegados a Gipuzkoa desde Cataluña un remedo de familia. José Garmendia siguió teniendo visiones en Ezkioga hasta 1934, aunque éstas se limitaban a mensajes muy precisos que le daba la Virgen, normalmente a requerimientos de terceros. Posteriormente afirmó tener visiones en otros lugares, tales como su casa, la iglesia o la calle.

Cultura tradicional La cultura rural tradicional vasca permanecía casi intacta por aquellos años a pesar de la fuerte industrialización de Vizcaya y Guipúzcoa. La emigración del campo a la ciudad había sido importante, pero los nuevos obreros, antiguos campesinos, mantenían sus lazos culturales con el campo, ayudados por las pequeñas distancias y por la robustez de los nexos familiares, que tenían sus raíces en la casa del pueblo. La religión constituía el eje de esta cultura. Por otra parte, las familias eran numerosas y muchos de los vástagos profesaban como monjas o sacerdotes. Familia, religión y sociedad, formaban un todo indisoluble en la cultura tradicional vasca.

El panorama político de la época era complicado. Los antiguos liberales decimonónicos, en todo su amplio espectro, predominaban en las ciudades. Había derechistas republicanos y monárquicos, radicales, de Lerroux y de Martínez Barrio, y socialistas, cuya principal clientela estaba entre los trabajadores inmigrados. Los nacionalistas eran una fuerza creciente. El mundo rural se lo repartían carlistas, integristas y nacionalistas. Durante los comicios de 1901 hasta la llegada de la dictadura de Primo de Rivera, en 1923, el distrito de Azpeitia, al que pertenecía Ezkioga, había sido un feudo del integrismo.

El 12 de abril de 1931 se celebraron en toda España elecciones municipales, en un ambiente de agitación política y social, en el que la monarquía o, más bien, la figura de Alfonso XIII y el sistema corrupto que él representaba, se habían cuestionado como nunca. En esas circunstancias, las fuerzas republicanas habían considerado aquellas elecciones como un plebiscito. Aún cuando en el cómputo general de votos los republicanos no ganaron a los monárquicos, en las grandes ciudades la victoria de los primeros fue aplastante. Un 75% en Madrid y un 80% en Barcelona. Ante tal coyuntura, Alfonso de Borbón y su camarilla no vieron más salida que la abdicación y el abandono del país, a lo que siguió la proclamación de la II República.

El 11 de mayo de 1931 se inauguró en Madrid un Círculo Monárquico, lo que originó unos incidentes que enseguida se propagaron a otras ciudades. La consecuencia fue la quema de un centenar de iglesias y conventos ante la pasividad de las autoridades republicanas. Tras estos acontecimientos se irían sucediendo la expulsión del obispo de Vitoria Mateo Múgica, el 17 de mayo, y la del cardenal Segura, arzobispo de Toledo, el 16 de junio. Todo ello culminó con la disolución de la Compañía de Jesús, la retirada de los crucifijos de las escuelas y la definitiva laicización del Estado, consagrada en la constitución de 1931. Todos estos acontecimientos convencieron a los católicos vascos, ya fueran nacionalistas o carlistas, de que la revolución comunista estaba a la vuelta de la esquina. El mundo rural vasco-navarro de 1931, erigido en sustentador de la cultura propia, de las reivindicaciones forales, de la tradición y de la religión, se sentía acosado y en retroceso. En esas circunstancias, será recibido con entusiasmo el apoyo sobrenatural.

Los videntes, tras la sublevación A partir de junio de 1934, cuando la jerarquía católica condenó el culto a la Virgen de Ezkioga, algunos grupos de creyentes siguieron reuniéndose en la ladera de la colina, pero también en casas particulares. Durante este periodo surgieron nuevos videntes. Luis Irurzun, de Irañeta, en abril de 1936 declaró que la Virgen le había comunicado la inminencia de un alzamiento militar. El 18 de julio de ese año se encontraba en Urnieta. Estuvo escondido hasta septiembre, cuando, supuestamente por consejo de la Virgen, decidió pasar a la Sakana por los montes de Ataun. Fue detenido por los sublevados y estuvo a punto de ser fusilado, pero fue reconocido por don Mónico Azpilicueta, párroco de Lezaun, quien había estado en Ezkioga, salvando la vida y alistándose en el ejército del bando nacional, pasando a ser ayudante del comandante José María Huarte, falangista de Pamplona, cuya familia era de Irañeta, quien además era devoto de la Virgen de Ezkioga. Posteriormente Luis Irurzun volvió a estar a punto de ser fusilado, ya que fue detenido por las autoridades franquistas, que habían iniciado una ofensivas contra videntes y creyentes de Ezkioga. Uno de ellos, el sacerdote Celestino Onaindia, que era nacionalista, fue fusilado por los franquistas. Esta represión continuó en la posguerra, con destierros y deportaciones. En Zaldibia los creyentes fueron detenidos y multados.

En los años cuarenta los creyentes se reunían en una tienda de Ordizia y en una casa de Ormaiztegi. Durante estos años surgieron incluso algunos nuevos videntes. Los creyentes de Ezkioga intentaron obtener la aprobación del obispo de Vitoria, Carmelo Ballester, pero éste les comunicó que la Iglesia veía concomitancias con el comunismo y ninguna aparición verdadera. En 1952, al crearse la nueva diócesis de San Sebastián, los creyentes se entrevistaron con el obispo, el catalán Jaime Font i Andreu, quien permitió las oraciones en el lugar de las apariciones, aunque no certificó su veracidad. Irurzun siguió experimentando supuestas visiones hasta su muerte en 1990. Uno de los lugares donde se reunían los seguidores de la Virgen de Ezkioga, era el monasterio de monjas cistercienses de Barria. El promotor de estas reuniones era Tomás Imaz, un corredor de fincas de Donostia. William A. Christian afirma en su libro Las Visiones de Ezkioga, que en la zona "se había generalizado una especie de sentimiento de vergüenza respecto a las visiones", que "había provocado una especie de amnesia histórica".

En definitiva, en todo este asunto se podrían distinguir distintos tipos de videntes. Los que realmente experimentaban algún tipo de fenómeno y sinceramente creían en ello, entre ellos los dos hermanos primeros videntes, los que estaban convencidos de haber tenido algún tipo de experiencia mística, aunque realmente no fuera así, y los que directamente fingían sus visiones. Respecto a estos últimos, hay que tener en cuenta que muchos de estos farsantes comenzaron perteneciendo a alguno de los dos primeros grupos.

En opinión de Christian, "las visiones de Ezkioga fueron una empresa colectiva de cientos de miles de personas a la búsqueda de sentido y rumbo", por lo que los "videntes pusieron voz a la esperanza de la sociedad".