"Tengo frío y hambre y quiero irme a casa"
Un malentendido por las notas está en el origen de la desaparición, con final feliz, del niño de Amorebieta que activó todas las alarmas en BizkaiaIker pasó una noche gélida en una borda de un monte de Lemona
AMOREBIETA-ETXANO. Precedido por su sonrisa, entre pícara y traviesa, y tocado con un sombrero, ancha el ala y roja la pluma, que le confiere cierto aire carnavalesco, nadie podría sospechar que este niño de 12 años que llega escoltado por dos ertzainas se las ha ingeniado, él solito, para mantener en vilo, durante 20 horas dramáticas, 1.200 minutos de pura angustia, a todo un pueblo, Amorebieta, que amaneció plagado de carteles que alertaban de su ausencia y que ayer vivió única y exclusivamente por y para encontrar, sano y salvo, al pequeño Iker Etxebarria, este niño de sonrisa pícara y sombrero prestado de ala ancha.
-¿Qué tal estás, Iker?-, pregunta este periodista cuando el crío se dispone a franquear el portal de su domicilio familiar en la calle Andra Mari, amplia y céntrica plaza en cuyas paredes esculpe cada día Iker sus sueños balompédicos. No dice el crío ni mú, pero esboza una sonrisa lo suficientemente amplia para trasladar un mensaje reconfortante al interlocutor y a las cuatro vecinas que aguardan su llegada, alertadas por la radio, a una distancia prudencial: la precisa para no salir en la foto, la justa para poder dar fe al vecindario del buen estado de salud del chaval.
-¡Está bien! ¡Está bien!-, informan a la tribuna de pobladas ventanas y concurridos balcones.
Desconocedor aún del tremendo revuelo social, policial y mediático que su fuga ha causado, hasta el punto de convertir a este pueblo de apenas 17.000 habitantes en el epicentro informativo de Euskadi, Iker desfila muchísimo más entero de lo que lo ha hecho su madre, María, cinco minutos antes. La Ertzaintza ya le ha comunicado que el mayor de sus dos hijos ha sido hallado sano y salvo, con un frío atroz y un hambre voraz pero ileso, en una borda de la vecina Lemona, a 5 kilómetros. Pero las 20 horas de tortura física y psicológica han hecho mella en el rostro de la madre, desencajado, y en su organismo, desfallecido. Parece desnortada. Sólo quiere ganar el portal, aguardar la llegada de su hijo y recuperarlo a través de un abrazo eterno, infinito.
¿Y todo por qué? Todo por nada, por una tontería: una pequeña riña, una excesiva preocupación por las notas, un malentendido. Nada que el amor de unos padres no pueda restañar.
iker no regresa Son las 16.49 horas y la plegaria de todo un pueblo ("ay, por favor, que sea todo un berrinche del crío, una travesura, un susto enorme, pero que no sea ninguna cosa rara de ésas que salen en la tele") ha sido atendida. Atrás quedan las 20 horas más dramáticas que recuerda Amorebieta, odisea que había arrancado la víspera, a las 20.55. Luis, el padre de Iker, inquieto por su inusual tardanza, acude a su encuentro. El crío sale a las 20.30 horas de la academia de inglés en la que recibe clases particulares, a apenas tres minutos de céntrico y concurrido callejeo, y "nunca, jamás, llega a casa más tarde de las nueve menos cuarto". De ahí que su familia dé ipso facto la voz de alarma entre los allegados. Saldado sin éxito el rastreo de su ruta habitual, sus padres deciden llamar al 112. Son las 22.15 horas. Se activa un operativo sin precedentes.
Efectivos de Ertzaintza, Policía Municipal y Cruz Roja peinan toda la noche el casco urbano. Se da aviso a los servicios de transporte: autobuses, trenes, taxis… Se escrutan ambas orillas del río Ibaizabal, cuyo cauce discurre a 100 metros del domicilio familiar. Portales, garajes, soportales, lonjas, cajeros automáticos… No hay rastro de Iker. Los dos amigos que le acompañaron a la salida de la academia son desvelados en medio de la noche y encuestados por la Ertzaintza. Nada hubo de raro en el comportamiento de Iker: se despidió, como siempre, al inicio de Cecilia Gallarzagoitia, iluminada calle peatonal. Sólo un paso de cebra y un breve paseo le separaban se su domicilio. "Es imposible que, a esa hora, nadie viera nada si al chaval alguien quiso hacerle daño", confiaban los vecinos. "Además, éste es un pueblo muy tranquilo. Aquí nunca ha pasado nada".
Amorebieta dobla la esquina de una noche infructuosa para amanecer plagado de carteles: falta Iker, 12 años, 1,60 de estatura, 50 kilos, chubasquero azul marino, pantalón de pana oscuro, carpeta roja del Athletic… La noticia va de boca en boca a la velocidad de una maldición. Los teletipos escupen su ausencia y el desembarco de periodistas, fotógrafos, cámaras y unidades móviles confiere al centro urbano de un aspecto cinematográfico, sensación reforzada por la visión que ofrecen los buzos que dragan el Ibaizabal y el helicóptero que, a baja altura, rastrea al cauce del río, desde la ikastola Lauaxeta, en Euba, donde estudia Iker, hasta la vecina Lemona, adonde conduce una de las muchas pistas, hasta 17, que llegaría a recopilar y verificar la Ertzaintza.
Se comprueba si todos los compañeros de Iker han acudido a clase y se registran sus domicilios en previsión de que alguno le diese cobijo; se informa a la Policía Nacional y a la Guardia Civil para que escruten los domicilios que la familia tiene en Cerezo de Río Tirón (Burgos) y Laredo (Cantabria); se investiga el entorno familiar, educativo y de ocio de Iker; se rastrea la ladera noroeste de la sierra de Aramotz, cuyas faldas comparten Amorebieta y Lemona; a los perros de la unidad canina se les facilita el pijama que Iker no ha vestido esta noche tan fría y tan larga...
el pueblo se moviliza 14.00 horas. Dos centenares de voluntarios acuden a la llamada del alcalde, David Latxaga, del portavoz de la familia, Jorge Espiña, tío de Iker, y de la Dirección de Atención de Emergencias del Gobierno vasco, que dirige el operativo. Rastreado sin suerte el centro urbano, el entorno rural de Amorebieta queda dividido en siete sectores, uno por cada brigada de preocupados pero animados vecinos. Pero no hay noticias de Iker. La preocupación cala en los investigadores, tipos curtidos en mil batallas. "Es todo muy extraño. En Euskadi, desde que opera la Ertzaintza, no se ha registrado un solo caso de rapto de menores", relata a mediodía un portavoz de la policía vasca. "Además, que Iker sea un chico bueno, aplicado y nada conflictivo nos preocupaba bastante", reconocía, ya por la noche, un miembro del dispositivo de búsqueda. No obstante, las que más alarmaron a los investigadores fueron dos pistas que impregnaban al asunto de un barniz turbio y alarmante. Una llamada telefónica ubicaba a Iker la noche del lunes en una zona próxima al río en compañía de un hombre adulto. Además, la Ertzaintza había localizado en Amorebieta una furgoneta sospechosa. "Hemos llegado a sospechar que la desaparición tenía que ver con un posible caso de pederastia", confesaba otra fuente de la investigación.
Por suerte, las pistas buenas llegaban desde Lemona. Un amigo creía haber visto a Iker, la noche del lunes, cruzando las vías del tren en dirección a Lemona. A media mañana de ayer, una mujer telefoneó a SOS Deiak para informar de que su esposo, camionero, había visto un niño o un joven embutido en un chubasquero caminando, a las tres de la madrugada, por el arcén de la carretera que va de Amorebieta a Lemona. A las 15.30 horas, un comunicante localiza a un crío de 12 años y chubasquero azul en el barrio Elorriaga de Lemona, en la falda más occidental de Aramotz. A las 16.15, una patrulla rural de la Ertzaintza localiza a Iker, campo a través, en el barrio de Gandarias. No ofrece resistencia. "Tengo frío. Y hambre. Y quiero irme a casa con aita y ama", les dice, y les cuenta que ha pasado la noche en una borda.
"Iker fue andando de Amorebieta a Lemona y, una vez allí, se puso a buscar un lugar en el que pasar la noche. Se desorientó y acabó en las faldas de un monte, metido en una chabola, relatan fuentes de la investigación. "Pero el chaval estaba tranquilo. Nos ha contado que todo se debía a una pequeña discusión, a un problemilla con las notas", añade. "No era que las notas fueran malas, sino que no eran tan buenas como él esperaba".
Cuenta uno de los presentes que la escena en la que Iker, despojado ya de su sombrero de ala ancha, abrazó a su madre, liberada del dolor que le perforaba el alma, y a su padre, recobrado el sentido de vivir, fue desgarradora, capaz de rasgar a jirones el más pétreo de los corazones. Cuentan quienes lo vivieron que un pueblo entero se acostó ayer dichoso, orgulloso, plácido, espantado entre todos el fantasma de los carteles avisadores, de las búsquedas infructuosas, de las ausencias irremediables.
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