llevo casi diez años fuera de Eusko Alkartasuna. Y, aunque oportunidades he tenido muchas, he mantenido una posición de no pronunciamiento mediático sobre esa sigla, por lealtad a un proyecto que fue fundamental para nuestro país, así como también para mí, al darme la oportunidad de desarrollar mi compromiso nacional y social. Ese tiempo me permite en este momento tener una perspectiva suficiente para mirar las cosas con objetividad y templanza.

Quien espere ahora de mí una critica airada que no siga leyendo, porque lo único que encontrará es un somero análisis enmarcado en la actualidad política y que no debía pasar por alto, dado el congreso que celebran este fin de semana y el cariz de las decisiones a tomar.

Ya sabemos que los debates en los partidos conllevan siempre la inevitable -y no siempre acertada- presencia ante los medios de comunicación, y más en los momentos cumbre de los congresos. Ahora también la gente de EA merece el respeto que se debe a cualquier debate interno y, aunque, quienes deben velar porque se preserve la estabilidad y no se confunda ni a la ciudadanía ni a la militancia, son precisamente quienes aspiran a dirigirlo, sorprenden tantas declaraciones que están generando más confusión que otra cosa.

El fondo de la cuestión parece ser la configuración futura de Bildu como un partido o, al menos, como una estructura única que está por ver. A estas alturas casi no importa qué puedan decidir en Donostia este fin de semana pues EA, desgraciadamente, perdió su masa crítica por diversas circunstancias que requieren más extensión que la que permite este artículo. Y que tuvieron que ver, en un primer momento, con la falta de visión estratégica y la ruptura, de malas maneras, de la coalición que tenía con el PNV.

Una coalición que a mí me tocó liderar como EA y que, con sus inevitables diferencias al coaligarse dos partidos distintos, planteó, entre otros, un programa claramente soberanista, de superación del marco estatutario y constitucional y favorable a la autodeterminación del pueblo vasco. Ejemplos claros fueron la decisión mayoritaria del Parlamento por un nuevo estatus político vasco en el año 2004, además de otras muchas de gestión social como la Ley de Igualdad o la Carta de Derechos Sociales.

Entonces EA tenía grupos y portavocías propias en Parlamentos y Juntas, una economía saneada y una presencia política en pie de igualdad al resto. En un año sin coalición todo cambió radicalmente y la presencia institucional y parlamentaria cayó a mínimos históricos con la práctica desaparición en las siguientes elecciones.

Si el argumento principal era entonces el peligro de diluirse en el PNV -cosa que no ocurrió- la “integración” en Bildu, por ejemplo, costó al cabeza de lista en Nafarroa ser relegado y no tener la portavocía. Ahora la cuestión que enfrenta a quienes entonces se quedaron en EA es una realidad ya contrastada de desaparición en EH Bildu de la práctica totalidad de los cargos de EA (y por lo tanto su influencia), por mucho que se digan otras cosas. Y con el máximo respeto pienso que para no ser, podría resultar menos doloroso tomar la dura decisión de bajar la persiana de un proyecto político que ya desapareció prácticamente entonces.