donostia. ¿Les ha dado tiempo de asimilar lo ocurrido?
Todo ha sido bastante imprevisto. Había sufrido una caída y tenía alguna molestia. En principio no parecía nada grave, hasta que en agosto le llevamos al hospital y le diagnosticaron un cáncer bastante avanzado. Ha sido muy repentino.
Una de sus últimas apariciones públicas fue en abril, en Tolosa, en el aniversario de la República...
Sí, ha estado activo hasta el final. Siempre ha sido un hombre pragmático, de los que hacen las cosas sin dilación. Es algo que ha aplicado hasta en la manera de abandonar este mundo.
¿Cómo afrontó la enfermedad?
Sabía lo que tenía, sabía a dónde iba y habló con cada uno de los miembros de la familia. Se fue muy tranquilo, con una sensación de paz interior: "sé que cuidaréis de la ama, y sé que me ayudará la fe religiosa profunda que tengo". Eso dijo.
Una mente lúcida hasta el último momento...
Sí, era consciente del deterioro físico que estaba viviendo, pero se fue con la cabeza lúcida. La noche del viernes, cuando falleció, yo regresaba de un viaje de trabajo de Estados Unidos. Mi mujer estaba con él: "Bakartxo, dame agua". Era muy consciente de dónde estaba y lo que sucedía. Por cierto, queremos mostrar nuestro agradecimiento al Hospital Donostia, a Osakidetza, por la atención que ha brindado a mi aita la sanidad pública.
Su padre ha sido una persona de dilatada trayectoria y de gran proyección pública. ¿Es algo que se percibe ahora, a pie de calle?
Estamos recibiendo muchísimas muestras de cariño. Tanto de integrantes de partidos políticos como de la sociedad o los amigos. También se han acercado muchas personas desconocidas, como la mujer que se personó el domingo en el tanatorio: "Estoy muy agradecida a tu padre. Cuando nadie me daba trabajo, él me lo ofreció en el Hotel de Londres, y eso no se olvida". Así me lo trasladó, y me dejó sobrecogido. Hemos recibido mucho cariño.
¿Y cómo era de puertas adentro?
Era un hombre con mucha personalidad que se hacía notar allí donde estaba. Se ha ido como se fue, batallador. En su faceta pública era un batallador, pero de puertas adentro era un hombre cariñoso con un sentido del humor terrible, y extremadamente generoso con la familia. Siempre estaba dispuesto a lo que fuera por cualquier miembro de la familia. A los tres hermanos nos ha dejado un claro mensaje, el de la batalla, el de la pelea, la lucha por lo que uno cree. Siempre nos decía que las cosas se consiguen con esfuerzo. Nos ha inculcado el respeto a la palabra dada y la honradez.
Su padre amaba su tierra, pero sin perder de referencia el mundo...
Siempre tuvo mucho empeño en que fuéramos al exterior. Tras su etapa política, unió aún más la familia. En los años 80 comenzamos a viajar en caravana, y la familia, de algún modo, se volvió a cohesionar. Nos íbamos todos un mes entero...
¿Es cierto que esa autocaravana la ha usado su padre hasta hace poco?
La ha estado utilizando hasta el año pasado con mi ama en sus viajes por Europa. Mi padre tenía profundas raíces vascas, sentía orgullo por el euskera, pero a su vez tenía una visión cosmopolita. La caravana es el empeño de un hombre por conocer. Siempre nos decía que no se puede viajar como una maleta. "Si queréis viajar a Roma, a Estados Unidos, donde sea, tenéis que empaparos de historia". Nos decía que el mundo era grande, y que había que conocerlo.
Al él le tocó salir de Euskadi a la fuerza...
En la Guerra Civil tuvo que salir por piernas. En todo caso, de aquella experiencia extrajo valiosas lecciones, como su educación francesa de primer nivel. También era muy anglófilo. La emigración es algo que estaba en nuestros genes, como solía decirnos recordando al bisabuelo que emigró a Argentina. La historia del bisabuelo que dormía en la barra de la tienda de ultramarinos con una pistola.
¿Qué echará de menos de él?
Todavía no me ha dado tiempo, no me hago a la idea de que no esté. Quienes le van a echar mucho de menos son nuestras hijas y los sobrinos. Mi hija de ocho años y los sobrinos iban todas las semanas a comer con él y les preparaba un arroz. Ayer me preguntaba la cría que quién le iba a hacer ahora el arroz...
Tenía aspecto de aitona entrañable.
Les quería muchísimo. El aitatxi tenía lo que en casa llamaba la banca Labayen, una pequeña asignación que daba a cada nieto. Él administraba el dinero por ellos porque decía que no sabían ahorrar (sonríe). Estaba orgulloso de sus nietos.