Bilbao. LA violencia política es una forma de lucha “moralmente legítima y políticamente correcta”. El aforismo corresponde a la III Asamblea de ETA, celebrada el 3 de mayo de 1964. Una máxima que asistió a más de un debate en el seno de la organización entre aquellos que defendían la preeminencia de la lucha armada y los calificados como obreristas, que planteaban explorar acuerdos con partidos de izquierda, así como otorgar a la lucha de masas y a la palabra el papel central de la estrategia. ETA político-militar comenzó a tantear ese terreno en 1974, bajo el liderazgo temporal del desaparecido Eduardo Moreno Bergaretxe Pertur, para acabar abrazando definitivamente la apuesta exclusiva por la política el 28 de febrero de 1981, cuando anunció su alto el fuego indefinido y sin condiciones para engordar las filas de Euskadiko Ezkerra. Parte del colectivo, sin embargo, no abandonó la estrategia militar y continuó operando como ETA VIII Asamblea, para sumarse después a ETA (m).
Los polimilis sellaron en 1981 un recorrido marcado por el intercambio de impresiones sobre la conveniencia o no de complementar la estrategia violenta con la política o la necesidad de desligarlas. Un debate que ya había conducido a la separación entre ETA militar y ETA político-militar en octubre de 1974. La violencia, no obstante, no fue rechazada totalmente por dicha vertiente. De hecho, las acciones de ETA (pm) llegaron a rivalizar en intensidad con las de sus excompañeros en 1980, y entre ellas se contaban varias muertes y secuestros que generaron un fuerte impacto entre la opinión pública, como ya sucediera con el asesinato del empresario Ángel Berazadi en 1976. La imagen del director gerente de Sigma, euskaltzale y nacionalista vasco, encañonado por una pistola de sus secuestradores, causó una profunda conmoción.
Su cese definitivo se produciría tras su alto el fuego de febrero de 1981. El 28 de mayo certificó su intención de no volver a empuñar una pistola. El 30 de septiembre de 1982, por otra parte, alumbraría la puesta en escena ante los medios de comunicación, y a cara descubierta, de su disolución, como resultado de las negociaciones con el ministro del Interior Juan José Rosón. Las conversaciones, en un momento en que las víctimas no contaban con gran capacidad de presión, fueron además meramente técnicas, ya que se pactó la reinserción de los presos sin delitos de sangre, y no se abordaron reivindicaciones políticas.
LA CLAVE DE LA ASAMBLEA VILos anales de ETA (pm) habría que buscarlos en 1970.Tras su primer atentado mortal político y premeditado, contra el torturador Melitón Manzanas, ETA vio germinar el debate en sus filas. La celebración de esa VI Asamblea concluyó con la separación entre la ETA V de los militaristas y ETA VI, obrerista, tras el intento de estos últimos de limitar los atentados. Más tarde, engrosarían las listas del PCE o de ETA V. Las divergencias volverían a ponerse de manifiesto en la Segunda Asamblea ETA VI -los militaristas no reconocieron la anterior cita-, celebrada en Hazparne en 1973, una época en la que comenzaba a sufrir con especial violencia el cerco policial, al tiempo que hubo de enfrentarse en 1970 al franquista Proceso de Burgos.
El sector contrario a restar margen a las armas decidió unilateralmente actuar contra Carrero Blanco, con la consiguiente marcha de los obreristas, que formaron el partido Langile Abertzale Iraultzaileen Alderdia. La formación desaparecería en 1984 tras formar parte de HB y abandonar posteriormente la coalición. El empujón definitivo que movería al nacimiento del sector político-militar, sin embargo, hubo de esperar unos meses más. En concreto, hasta octubre de 1974. Un mes antes, el 13 de septiembre, había tenido lugar el primer atentado indiscriminado, que provocó 12 muertos civiles en la cafetería Roland de la calle Correo de Madrid. Si bien no reivindicaron la acción, fue la que condujo a la separación y creación de ETA (pm), que pasó a apoyar la formación del partido Euskal Iraultzarako Alderdia para concurrir a las elecciones de 1977, y al objeto de centrarse en la lucha ideológica, mientras la vertiente militar se limitó a las armas.
Pero los polimilis no abandonaron la violencia, sino que asignaron esa labor a sus comandos bereziak de Apala y Pakito. Entre sus acciones se cuentan la muerte del inspector de Policía Alfonso Estevas en 1978, la campaña de 1979 contra intereses turísticos -con trece bombas-, el secuestro del militante de UCD Javier Rupérez ese mismo año, o el ataque con lanzagranadas contra el helipuerto de Moncloa en 1980, año que asistió a los atentados mortales contra el directivo de Michelin Luis Hergueta Guinea, Joaquín Becerra, Mario González Blanco o el policía Basilio Altuna.
El 29 de octubre de 1974 se había producido su primer asesinato y el de uno de sus activistas en un tiroteo en el que murieron Ignacio Iparragirre y el sargento de la Guardia Civil Jerónimo Vera García. Un año después, Franco moría y comenzaba una transición que trajo consigo los primeros contactos entre ETA y el Gobierno español. Las negociaciones de Ginebra de 1976, donde el Estado propuso una tregua para estudiar la concesión de la amnistía, fracasaron.
DE OTSAGABIA A EE En el mes de julio, mientras tanto, los polimilis se enfrentaban a la desaparición y eventual asesinato de Pertur, aún pendiente de ser esclarecida. Se baraja la hipótesis de la implicación de grupos ultraderechistas españoles, neofascistas italianos o, incluso, de los comandos bereziak, descontentos con la ponencia Otsagabia que preparaba el activista y que sería aprobada en la VII Asamblea de septiembre de 1976. El texto postulaba la necesidad de desligar la acción armada de la palabra. La violencia quedaría relegada a la retaguardia, como garante de las conquistas políticas, y desprovista de su carácter ofensivo, mientras la política tomaría las riendas. En 1977, los bereziak, contrarios a esa nueva línea, abandonaron el colectivo y se sumaron a ETA (m).
Ese mismo año, no obstante, la apuesta política pareció ganar enteros, con el ingreso de EIA y Euskadiko Mugimendu Komunista en el nuevo partido Euskadiko Ezkerra -que en 1993 se fusionaría con el PSE-, y con el logro de un diputado, Francisco Letamendia Ortzi, en las elecciones. Los avances, aunque paulatinos, comenzaban a hacerse notar con pasos como la aprobación del Estatuto de Gernika de 1978. EE, completamente integrada en las instituciones e, incluso, en el caso de Juan María Bandrés, en el Consejo General Vasco de ese mismo año, optó por dar por bueno el texto del autogobierno, de modo que la escalada de atentados de ETA (pm) comenzó a escamar en el partido. No deseaba figurar como corresponsable ni como brazo político de la organización artífice de aquellos ataques.
PASOS HACIA LA DISOLUCIÓN Un caldo de cultivo que propició que, en 1981, Euskadiko Ezkerra ejerciera de puente entre los polimilis y el Ejecutivo de UCD -objeto de una severa campaña de los activistas por la lentitud en el desarrollo estatutario- para dirimir sobre un proceso de reinserción a cambio de deponer las armas. Una negociación conducida por el miembro de EE Juan Mari Bandrés, por el dirigente de EIA Mario Onaindia, y por el ministro Juan José Rosón. El Plan de Reinserción Social, que contemplaba la amnistía para los presos sin delitos de sangre y el regreso de los refugiados, culminó con éxito en enero de 1985.
Con motivo de las negociaciones, ETA (pm) ya había decidido orillar los atentados. El 30 de septiembre de 1982, en una rueda de prensa en el frontón Euskal-Jai de Biarritz, diez activistas anunciaban el fin de la organización a cara descubierta. Joseba Aulestia Zotza, Juan Miguel Goiburu Goiherri, Miren Lourdes Alkorta Argi, José María Lara Txepe, Luis Emaldi Mitxelena Mendi, Fernando López Txiki, Juan María Ortuzar Ruso, Pedro Díez de Ulzurun Periko, José María Zubeldi Joxe Mari y Josu Sánchez Terradillo Josu escribieron el último capítulo en la historia de ETA (pm), que pasó a formar parte de EE. Una fracción, los octavos, por el contrario, siguió apostando por las armas y engrosó ETA (m).