i el gran Umberto, que en guerra descanse, tuviese que reeditar su mítica obra Apocalípticos e Integrados, a buen seguro empezaría cambiando el título y poniendo algo parecido al de este pergamino, pero, siendo él un genio, fijo que más inspirado. Vivimos bajo el poder de la amargura y la felicidad es un valor cada vez más denostado, cuando no mal visto y hasta perseguido. Desgraciadamente la cosa se contagia. Llevo días empeñado en escribir unas líneas alegres sobre algo alegre y mire usté, cuesta encontrar el tema. Y no solo a mí. Pregunto por ahí, y es una epidemia. Parece que tenemos la obligación moral de vivir en la tristeza. Como si no fuese serio afrontar hasta incluso los problemas con una sonrisa, o romper el hielo con la risa. Me consta que hay quienes lo intentan con empeño, pero van contra corriente. Al tren que vamos acabarán prohibiendo el himno de la alegría por subversivo y tendremos que cerrar las ventanas y ponernos auriculares para oír, sin cantarlo, por supuesto, aquello del tengo el corazón contento de Pepa Flores, Marisol, como se la conocía entonces. Tendremos que hacerlo así, no vaya a ser que algún vecino amargado nos denuncie. Podemos celebrar fiestas y festejos con alegría y emoción interior, pero firmes como reclutas el día de la jura de bandera. Y de bailar y cantar, por descontado, nada de nada, no sea que de pronto podamos darnos cuenta de que ser felices no sólo no es una actividad de riesgo ni pone en cuestión la salud del colectivo, sino todo lo contrario. Y si finalmente alguien nos sorprende riendo, diremos que no es risa de feliciano, sino risa de hiena, que eso, visto lo visto, parece ser que es más humano. En fin, que yo no me rindo y sigo buscando, a ver si la semana que viene consigo algo gracioso y podemos compartirlo. ¡Que nunca nos amargue un dulce y que viva la risa sin tapujos! jajaja.