n pleno siglo XXI todavía hay mujeres que hacen cosas por primera vez y que se siguen enfrentando al reto de sumergirse en una esfera en la que su presencia es minoritaria. El del taxi es uno de esos mundos altamente masculinizado en el que cada vez es más habitual toparse con mujeres que toman el volante para convertirlo en su forma de vida.

Celia Villanueva y Yolanda Urarte, son dos de esos ejemplos que han hecho del taxi su forma de vida, pero no un taxi cualquiera, sino el taxi rural. Porque hay algo, de las muchas cosas en las que coinciden, que repiten con firmeza : “somos taxistas rurales”, una definición que lleva aparejada un servicio al público en su máxima expresión y un conocimiento de su clientela pormenorizado que les lleva a saber “las costumbres, problemas y alegrías” de quienes ocupan lo asientos de sus vehículos y hacer una adaptación del servicio que en el ámbito urbano es más complicado “Me gusta esta profesión, pero en el mundo rural. Si tuviese que hacerlo en la ciudad o de otra manera no se yo...”, asegura Yolanda mientras Celia asiente.

Ambas llegaron a este mundo de casualidad, sin que fuese algo que pasase por sus cabeza y tampoco eran la primera opción de quienes les precedieron cuando tuvieron que traspasar sus licencias. Ambas son propietarias las dos licencias del Ayuntamiento de Treviño y lejos de ser competencia la una de la otra, se ayudan y colaboran de manera natural y habitual.

Celia Villanueva, periodista de vocación y profesión durante algunos años, trabajaba en una empresa de telecomunicaciones cuando su padre Fermín se iba a jubilar. No estaba nada contenta, quería dejar aquel trabajo y pensó que podría ser una ocupación temporal interesante. “Algo temporal de 20 años”, bromea mientras recuerda que la opción de su padre para que siguiera con la licencia era su hermano. “Yo no entraba en los planes, pero cuando lo plantee tampoco puso pegas” recuerda. El caso de Yolanda tiene muchas similitudes. Su abuelo tenía la licencia nº1 del ayuntamiento allá por el año 1965. Cuando se jubiló le pasó la licencia a su hijo, el tío de Yolanda. “Mi primer contacto con el taxi fue llevando la facturación de mi tío, que cayó de baja en un momento dado y necesitó que le echáramos una mano con el servicio”, recuerda. Para ejercer como taxista no vale con un carnet normal, hace falta un carnet BTP o una habilitación especial si tienes carnet de camión. Como el marido de Yolanda, Juan Carlos, cumplía los requisitos, empezó a realizar la labor, pero cuando a su tío le llegó la hora de jubilarse fue ella la que dio un paso al frente. “Vimos una oportunidad de diversificar nuestra actividad y además de la agricultura y una casa rural, pensamos que esta era una opción buena”, explica Yolanda.

Con ellas al volante algo ha cambiado en la forma de explotar las licencias. “Durante mucho tiempo no era una actividad exclusiva. La zona rural es complicada y con el volumen de trabajo que hay era difícil por lo que se compaginaba con otras cosas” explican. Si hubo un tiempo que las licencias estuvieron guardadas en un cajón, con ellas se mueve de manera habitual, aunque “si no tienes un contrato con la Administración es difícil vivir de ello”, sentencia Villanueva.

Las dos prestan el servicio de Transporte Comarcal de la DFA que conecta los pequeños núcleos rurales de Álava y el Condado de Treviño con sus cabeceras de comarca. Es más, son las únicas mujeres que lo hacen de entre los 22 lotes/zonas en las que se ha dividió el territorio para el transporte comarcal. Sin embargo, no es este el único trabajo que realizan. El transporte escolar, las prestación de servicios en actividades de Laia Eskola y el Ayuntamiento de Treviño para acercar a las personas a realizar diferentes actividades, tareas para el centro médico, realización de recados varios y el servicio de taxi como se entiende de manera común, a demanda, ocupan también un tiempo que rara vez se queda en blanco y que les ha hecho estrechar lazos de colaboración para que siempre haya servicio en la zona. “Cada una tenemos nuestra zona de trabajo y nos respetamos, pero cuando una necesita un refuerzo o quiere librar unos días, es la otra la que le cubre”, explican mientras recuerdan que hasta para cogerse vacaciones se ponen de acuerdo. “No podemos dejar a la gente sin servicio porque para muchas personas esta es su única forma de moverse”, sentencian mientras recalcan que este esfuerzo y dedicación muchas veces “no se valora económica y socialmente de manera adecuada, incluso por las administraciones”, cuando es un servicio que además de poder ser determinante cuando alguien se plantea irse a vivir a un pueblo, es un elemento de cohesión entre las personas que habitan la zona rural.

Trato cercano

Reconocen que ha habido gente que ha entrado en contacto con su trabajo durante la pandemia. “Fue un momento en el que personas estaban aisladas en su casa, sin posibilidad de hacer la compra u otras cosas porque sus personas de referencia no se podían acercar”, recuerda Celia. Y en ese momento ellas estuvieron ahí, haciendo recados, llevando medicinas, estando pendientes. Es su forma de proceder habitual. Conocen a toda la gente, si alguien hace algo anómalo lo detectan e incluso les facilitan las reservas a través de las nuevas tecnologías cuando no las dominan . “El taxi es muchas veces un confesionario”, destacan. Eso también es algo que valora su clientela. “Hay gente que regala perfumes u otros detalles, incluso una paleta ibérica alguna vez. Yo les digo que solo hago mi trabajo pero...”, rememora Villanueva mientras plantea que alguien le ha regalado unos zumos sin decir su identidad. Y durante nuestra charla salta la sorpresa: es Yolanda la agradecida. Entre compañeras también hay lugar para el agradecimiento. Suena una alarma, hay que hacer un servicio. Fin de la conversación.