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Control en la publicidad

Autocontrol se anuncia en diferentes medios de comunicación como asociación para la autorregulación de la publicidad comercial. Cuesta creer que sean los propios anunciantes quienes pongan límites a la imaginación de los creativos para hacer atractivo un producto. Tiene la misma lógica que si los propios empresarios creasen sindicatos para respetar los derechos de los trabajadores.

Así, su función viene a ser la de cubrir apariencias, la de colar el mosquito y tragar el camello limitándose a advertir del mal uso del lenguaje publicitario y ofertas engañosas y muestra su incapacidad al aplicar el apartado de Riesgos derivados de la utilización del producto del Código de Conducta Publicitaria.

Hay productos de alto riesgo que son intocables, a los que no se hace mención y menos ninguna valoración, y no reciben la menor crítica, algo que no es nuevo en la historia de la publicidad. ¿Sabe la población mundial que la industria del tabaco, tras 80 años de hacer alegatos publicitarios relacionando la emancipación, la libertad, la seducción, la identidad nacional, etc. con el placer de fumar, ha matado a más de 500 millones de personas y actualmente tiene mas de 2.000 millones de adictos a la nicotina, y que cada año engrosan sus listas con mas de 10 millones de muertos por cáncer relacionado con el tabaco? Se limitan a poner una advertencia sobre su potencial peligro, en lugar de eliminar su propiedad adictiva o cancerígena.

Nos parece normal que antes de salir un medicamento al mercado hagan pruebas durante 5 o 10 años para demostrar su eficacia. Aun así, una vez puesto en circulación y a la venta del público, si se comprueba que tiene efectos adversos para la salud, lo quitan del mercado.

Pero atención, por arte de la publicidad hay un producto que no lleva ninguna advertencia de su peligrosidad, que mata al 2% de los usuarios a lo largo de su vida, y deja con secuelas físicas al 20%, y nos lo publicitan como el objeto inocente, que nos da libertad, prestigio, felicidad, cohesiona la familia, enamora, nos da independencia, realización personal o la inmortalidad. Este objeto de deseo es el automóvil, que ha matado a 60 millones de personas en su corta historia y lo hace a un ritmo anual de 1.200.000 muertes. A pesar de su letalidad, no se le retira del mercado, ni se le retira la cualidad que le hace tan mortífero: la velocidad. Puede desarrollar velocidades superiores a los 200 km/h, cuando la velocidad máxima autorizada son 120. Velocidad límite, fruto de una valoración publicitaria, no científica. No hay ningún otro producto que sea tan lesivo para la salud humana y al tiempo tenga tantos privilegios. Cada año se retiran del mercado miles de productos con un índice de riesgo y mortalidad muy inferior al automóvil.

Lo infame no es que no se retire del mercado este producto, sino que no se modifique el sistema motriz para que no pueda superar las velocidades autorizadas, ni se modifique su circulación en la ciudad, poniendo en peligro constante a peatones y ciclistas, limitando su velocidad a la de los peatones. No nos hagamos ilusiones, no podemos pedir un comportamiento ético a publicistas si el propio Ministerio de Sanidad y Consumo homologa y permite la venta de productos tan peligrosos como el tabaco y el automóvil.