l 25 de mayo de 2020, George Floyd repetía "no puedo respirar" al policía que lo ahogaba con su rodilla. Aquellas imágenes indignaron al mundo entero con un nuevo episodio de violencia racista. Las calles de Minneapolis fueron las primeras en arder por las protestas, para extenderse el incendio después por todo el país. El racismo volvía a irrumpir en la primera plana norteamericana, escribiendo un nuevo triste episodio de una larga historia de injusticia y crueldad que acompaña la historia de los Estados Unidos.
Las primeras manifestaciones del racismo en los Estados Unidos se remontan incluso a la época colonial británica. En 1607, un corsario vendió una veintena de esclavos al asentamiento británico de Jamestown, Virginia. Era el primer contingente de esclavos africanos que llegaba a Norteamérica. Para entonces, el comercio de esclavos africanos a América era un negocio próspero. Vendidos por traficantes africanos a comerciantes europeos, eran enviados como mano de obra principalmente a Brasil, Hispanoamérica y el Caribe, para trabajar en las plantaciones azucareras, algodoneras o de tabaco.
Los esclavos en Norteamérica fueron utilizados como mano de obra complementaria a la población inmigrante que venía de Europa, la cual firmaba contratos con las élites terratenientes para pagar el viaje a América a través de su trabajo. Es a partir de la segunda mitad del XVII cuando la disminución de la mano de obra inmigrante hizo que la mano de obra esclava fuese más demandada y sobre todo más barata, lo que ocasionó que la cifra de esclavos africanos aumentase enormemente.
En pocos años, los esclavos se convirtieron en el 40% de la población del sur de Norteamérica. Ante el temor a un levantamiento o una insurrección de una proporción tan grande de personas que vivían sin libertad ni derechos, pero que a la vez eran necesarios para mantener la economía de los estados sureños, las élites terratenientes endurecieron el control y las medidas coercitivas contra los esclavos, creando los códigos de esclavos, que eran leyes que regulaban el trato a los esclavos, y que llegaban a permitir castigos y medidas brutales sobre ellos y sus familias.
Pero aquel sistema esclavista que cada vez necesitaba de más esclavos para el mantenimiento de las plantaciones algodoneras de los estados del sur fue recibiendo más críticas, especialmente de los estados industrializados del norte. "Una casa dividida contra sí misma no puede prevalecer. Yo creo que este gobierno no podrá seguir siendo mitad esclavo y mitad libre", afirmaba un senador llamado Abraham Lincoln. La contradicción entre una nación que se basaba en la igualdad y la libertad de sus ciudadanos y un sistema económico que basaba su prosperidad económica en la esclavitud de seres humanos no era posible. Estaba claro lo que había que cambiar.
En 1860 Abraham Lincoln llegaba a la presidencia de los Estados Unidos. Lincoln era abiertamente contrario a la esclavitud. 11 estados sureños vieron en ello un futuro peligro a su prosperidad económica, basada en la mano de obra esclava de sus plantaciones de algodón, por lo que decidieron separarse. Los estados del norte no iban a permitir la secesión de aquellos. Y para debilitar a los estados rebeldes económicamente, lo más efectivo era abolir la esclavitud. En 1861 comenzaba la guerra de secesión.
El norte de Lincoln venció y la esclavitud fue abolida en todos los estados, declarándose la igualdad entre todos los ciudadanos y la prohibición de discriminación de cualquier persona por raza, color o condición previa de servidumbre. Se establecieron leyes para asegurar los derechos civiles. Parecía que la época de la esclavitud había terminado. Pero la realidad fue muy diferente. A pesar de que las personas afroamericanas eran tan libres como las blancas ante la ley, los estados sureños comenzaron a crear leyes específicas para recortar las libertades de los afroamericanos, imponiéndoles desde toques de queda, la prohibición de tener armas, o la segregación en el ámbito público. El deseo de los estados norteños vencedores de reconciliarse con el sur perdedor hizo que se hiciese la vista gorda ante las nuevas leyes racistas que se estaban instaurando en el sur.
Esto propició la formación de grupos paramilitares como el Ku Klux Klan o los Caballeros de la Camelia Blanca, que a través de la violencia directa y la intimidación continua hostigaban a los afroamericanos. Surgía el ideal supremacista blanco, el cual justificaba la violencia y el racismo en virtud de la superioridad del hombre blanco sobre el negro, el cual iría colándose poco a poco en las instituciones sureñas, justificando las leyes que segregaban y limitaban los derechos de los afroamericanos.
Pero aquel sistema injusto obtuvo respuesta de sus víctimas. El 1 de diciembre de 1955 una joven llamada Rosa Parks se negaba a sentarse en los asientos para los negros en un autobús de Alabama. Fue detenida. Se inició un movimiento de boicot a aquellos autobuses, que logró que la Corte Suprema prohibiese la segregación en autobuses, escuelas y restaurantes. Aquel éxito propició la fundación del movimiento de los derechos civiles, liderado por un joven pastor baptista llamado Martin Luther King. Comenzaba lo que sería conocido como la lucha por los derechos civiles.
Aquellas campañas y manifestaciones pacíficas se alargaron durante las décadas de los 50, y especialmente de los 60, reforzándose con las protestas juveniles y contra Vietnam de finales de los 60. Pero cuando el sueño de Luther King parecía estar a punto de hacerse realidad, el 4 de abril de 1968 fue asesinado en un hotel de Memphis. Parecía que llegaba la hora de propuestas más radicales como las de Malcolm X o los Panteras Negras. El movimiento de los derechos civiles había logrado la aprobación de la Ley de Derechos Civiles logrando la ilegalización de la discriminación racial en todo el país. Pero esto no significaba que el racismo desapareciese. Este aparecía en nuevas formas.
El confinamiento de los afroamericanos en los guetos, la disminución de sus oportunidades en el ámbito laboral y económico, el deterioro de sus condiciones de vida o la construcción de prejuicios hacia su comunidad se habían convertido en los nuevos mecanismos para perpetuar el racismo. Pero serían los abusos policiales los que mayor impacto tendrían a nivel público y mayor indignación y protestas levantarían, sobre todo a partir de 1991.
El 3 de marzo de aquel año, Rodney King, un taxista afroamericano, fue perseguido por varios coches de policía en Los Ángeles. Al estar en libertad condicional, temía ser devuelto a la cárcel. Al mostrar resistencia cuando lo interceptaron, sufrió una fuerte paliza por varios agentes de policía. Una pareja de videoaficionados con una cámara Sony grabaron la paliza. Los noticiarios de todo el mundo difundieron las imágenes. La indignación fue general.
Pero la indignación se convirtió en rabia el 29 de abril de 1992 cuando los agentes implicados fueron absueltos. Aquella noche comenzaban los disturbios por todos Los Ángeles. Seis días de violencia y saqueos con casi 60 muertos, 2.000 heridos y unas 10.000 personas detenidas. Sólo el despliegue de la Guardia Nacional consiguió contener la que después sería conocida como la Batalla de Los Ángeles.
El de Los Ángeles no sería el último episodio de este tipo. Habría episodios similares en 2001 en Cincinatti, en 2014 en Ferguson o en 2015 en Baltimore, hasta este 2020 con el asesinato de George Floyd con su oleada de protestas por todo el país que aún no ha cesado. Un nuevo episodio de violencia que nos enseña que el racismo hacia los afroamericanos sigue incrustado en la historia de los Estados Unidos, a pesar de que incluso un afroamericano haya sido inquilino de la Casa Blanca. "No estaremos satisfechos hasta que la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente", dijo King. Ya es hora de que el sueño de King se haga realidad y de que los Estados Unidos sean capaces de escribir el capítulo final del racismo de las páginas del libro de su Historia.