l 6 de agosto de 1945, a las 8.15 horas, la historia cambió para siempre. Aquel día el infierno se abatió sobre los ciudadanos de Hiroshima en Japón. La primera bomba atómica devastaba la ciudad nipona reduciéndola a escombros y cenizas y con ella la vida de miles de sus habitantes. El arma más destructiva construida por la mano del hombre hacía su aparición de manera brutal. Comenzaba la era atómica. 75 años después, el recuerdo de Hiroshima sigue gritando a nuestras conciencias.
El origen de aquella tragedia es anterior a 1945. En una reunión en la universidad de Princeton en 1939, el físico danés Niels Bohr alertó de que científicos alemanes habían logrado la fisión de un núcleo de uranio. Todas las alarmas se encendieron ante la posibilidad de que Hitler lograse tal adelanto. Aquel procedimiento podría utilizarse para un arma terriblemente destructiva. La anexión alemana de Checoslovaquia aumentó el temor ya que en ese país se encontraba la mayor mina de uranio de Europa.
El 1 de septiembre Hitler invadió Polonia dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial. A partir de aquel momento la carrera por obtener la tecnología de la fisión nuclear se convirtió en una lucha por la supervivencia. El propio Einstein, uno de tantos científicos judíos exiliados a los Estados Unidos, escribió una carta a Roosevelt ofreciéndose para ayudar en la búsqueda de aquella tecnología. Los norteamericanos tomaron nota.
Comenzó entonces el denominado Proyecto Manhattan. Un ambicioso y complejo plan en el que científicos, militares y empresas privadas desarrollaron un programa nuclear para lograr la tecnología necesaria para la fabricación de la bomba atómica. Los recursos materiales, humanos y económicos utilizados fueron enormes: 37 fábricas y laboratorios, más de 120.000 personas y unos 2 billones de dólares de la época. Mientras Alemania abandonaba su programa nuclear por las necesidades de la guerra, Estados Unidos ponía toda su capacidad económica y técnica en la búsqueda del arma definitiva.
Para 1945, Alemania ya estaba de retirada en todos los frentes. Stalingrado y el desembarco de Normandía habían lanzado a los nazis de vuelta hacia Berlín. El 2 de mayo, con la caída de Berlín, Alemania se rindió. Para entonces los soviéticos y sus ofensivas ya habían logrado liberar Europa del este. Acabados el Reich y la Italia fascista, comenzaron las tensiones entre la URSS y los otros aliados. Comenzaba a intuirse el choque ideológico que más tarde dio lugar a la Guerra Fría. Pero para entonces Estados Unidos tenía ya su nueva arma lista para el nuevo escenario internacional que se presagiaba tras la guerra.
En 1942 Fermi había logrado realizar la primera fisión nuclear en Chicago. Para 1945 se habían iniciado ya los primeros ensayos de la primera bomba atómica. En guerra solo quedaba Japón por rendirse. Estados Unidos había logrado pisar tierra nipona, Iwo Jima y Okinawa, pero con gran número de bajas. Con Europa liberada, la URSS se disponía a entrar también en la ocupación de Japón. Entonces llegó la Conferencia de Postdam. Truman recibió la noticia de que la bomba estaba lista. La conferencia finalizó requiriendo la rendición incondicional de Japón. Pero para entonces, el presidente americano había decidido ya lanzar la bomba atómica sobre Japón.
Mucho se ha discutido sobre las razones de esa decisión. La versión oficial norteamericana se apoya en que los japoneses no aceptaron la rendición incondicional y en que la invasión del territorio hubiese significado más de un millón de bajas norteamericanas según las estimaciones del ejército. Según esta versión, la bomba fue un "mal necesario". Pero para muchos autores estas razones son discutibles. Para algunos, Japón quería negociar una rendición, con la única condición de que se respetase al emperador. Por lo que la verdadera razón fue la demostración de fuerza ante el mundo, mostrando el arma definitiva que supondría su gran ventaja para el conflicto con la URSS que se preveía ya en el horizonte.
Una vez tomada la decisión de lanzar la bomba, solo quedaba decidir el objetivo contra el que se lanzaría. Con el fin de evaluar mejor sus efectos destructivos del ingenio, se buscó un objetivo que hasta el momento estuviese intacto. Había tres ciudades candidatas que cumplían con la condición. La mañana del seis de agosto aviones de reconocimiento evaluaron las condiciones meteorológicas de cada una de ellas. En Gokura el cielo estaba nublado. Nigata quedaba demasiado lejos por el peso de la bomba. Hiroshima presentaba buenas condiciones meteorológicas. Su destino estaba decidido.
A las 8.15 horas, el B-29 bautizado como Enola Gay, en honor a la madre del piloto, dejaba caer a Little boy, la primera bomba atómica de la historia arrojada sobre población humana, una bomba de uranio de 4 toneladas. La bomba debía explotar en el aire, a varios metros sobre el puente Aioi, que se divisaba claramente desde el aire y servía de punto de referencia. Al lanzarla, la bomba se desvió unos 300 metros, explotando a 600 metros de altura sobre el hospital quirúrgico de Shima.
El diario de vuelo del copiloto Robert A. Lewis relata la reacción de la tripulación. No sabían cuál sería el efecto de la explosión. Al girar el avión para observar la explosión, Lewis dijo haber visto la explosión más enorme que jamás había visto un ser humano. La ciudad aparecía cubierta de humo y se comenzaba a formar una nube blanca que se elevaba unos 15.000 metros. Lewis resumiría en pocas palabras aquella experiencia en su diario: Dios mío, ¿qué hicimos?
Mientras, en Hiroshima, el infierno se desataba. Los superviviente lo describieron en japonés como Pika don. Primero un destello cegador (Pika) y después un estruendo atronador (Don). La explosión en sus primeros momentos se convirtió en una bola de fuego abrasadora, de más de un millón de grados centígrados. La zona cero de la explosión quedó reducida a cenizas, incluidas las personas. Según los estudios del ejército norteamericano, nadie sobrevivió en 250 metros a la redonda de la zona cero. Solo quedaron las sombras de algunas de las víctimas, las famosas sombras de Hiroshima.
A unos pocos kilómetros de la explosión, Pedro Arrupe, un jesuita bilbaíno que años después se convertiría en una figura clave en el devenir de la Iglesia católica, se encontraba en el noviciado de Nagatsuka, situado a las afueras de Hiroshima. Arrupe pudo ver el fogonazo desde la ventana de su habitación, saliendo despedido por los aires por la onda expansiva. Tras asegurarse de que todos los novicios se encontraban bien, Arrupe salió a ver el agujero de la bomba. No había agujero alguno. No entendían nada, la bomba debía haber caído cerca. Entonces subió a un alto desde donde se podía ver lo que había ocurrido en Hiroshima y entonces entendieron la magnitud de lo ocurrido.
La ciudad había sido reducida a cenizas y escombros. Los edificios de madera o habían sido reducidos a cenizas, o estaban derrumbados, o aún seguían ardiendo. Las personas más allá del lugar de la explosión sufrieron grandes quemaduras por todo el cuerpo, además de múltiples y graves heridas por la onda expansiva. Se movían con los brazos separados de los cuerpos debido a que tenían los brazos completamente quemados. Era la única forma de aliviar el dolor de las quemaduras. El horror era indescriptible.
Pero el infierno no terminó aquel día. El calvario de las víctimas continuaría durante largo tiempo. No solo sufrían enormes quemaduras por el fuego y profundas heridas por los derrumbes y la onda expansiva. Muchos supervivientes con heridas más leves morían de manera súbita, tras sentir fatiga y perder pelo. Lo llamaron la muerte X. Era el efecto de la radiación. La contaminación radioactiva destruía su organismo poco a poco. Muchos arrastraron las secuelas de la radiación hasta el final de sus vidas. Se cree que unas 70.000 personas murieron por la explosión directamente y otras tantas después por las secuelas y la radiación.
Pero Hiroshima no fue el final. El 9 de agosto los norteamericanos lanzaban otra bomba, esta vez llamada Fatman. Se trataba de una bomba de Plutonio, menos cara y más fácil de producir en masa. Esta vez la víctima era la ciudad de Nagasaki. 80.000 personas murieron en aquel bombardeo. El 15 de agosto el emperador anunciaba por radio la rendición. La Segunda Guerra Mundial había terminado.
Hemingway dijo que los ojos que habían contemplado Auschwitz e Hiroshima nunca podrán contemplar a Dios. Hiroshima marcó una nueva época en la Historia. Demostró que la capacidad destructiva del hombre no tiene límites. Pero también enseñó otra lección, como explicó Einstein: Cuando me preguntaron sobre alguna arma capaz de contrarrestar el poder de la atómica yo sugerí la mejor de todas: la paz. Como reza el cenotafio conmemorativo del parque de la Paz en Hiroshima: Descansad en paz, pues el error jamás se repetirá. Esperemos aprender esa lección de una vez por todas€
El 'Enola Gay' dejó caer una bomba de uranio de cuatro toneladas. El copiloto resumió la experiencia en su diario con un 'Dios mío, ¿qué hicimos?'
Se cree que unas 70.000 personas murieron por la explosión y otras tantas tiempo después por las secuelas y la radiación