Las crisis -las, porque son más de una a la vez- que están sacudiendo actualmente a Turquía y las relaciones de este país con Estados Unidos pueden resumirse en una sola palabra: Erdogan. Y también una sola explicación: el presidente turco tiene muchísimo más poder que saber; por lo menos, que saber económico.
Un análisis epidérmico de la crisis turco-estadounidense se centra en el rechazo de dos extradiciones: la del teólogo turco refugiado en los EE.UU., Güllen, y la del pastor norteamericano Andrew Brunson, que reside desde hace muchos años en Turquía y al que Ankara ha detenido con pretextos fútiles para forzar un intercambio con Güllen.
Pero existen razones mucho más profundas de la crisis. Por un lado está el antioccidentalismo visceral de Erdogan y su partido (AKP) y las ambiciones de estos de transformar a Turquía en un protagonista de primer orden -militar, económico y político- en el Oriente Medio y Asia del sudoeste. La conjunción de ambas metas transforma al antiguo aliado fidelísimo de la OTAN en un asociado tan problemático como sospechoso. La guerra civil siria y la campaña contra el Estado Islámico evidenciaron hasta la saciedad lo más que fundamentadas que son las suspicacias de la Casa Blanca ante la política exterior de Erdogan.
También un análisis epidérmico de la crisis económica turca induce a pensar que esta arranca de la incapacidad de Ankara de parar a tiempo el sobrecalentamiento de la economía del país. Como en la faceta política, en la económica las raíces del mal están en Erdogan, en su incapacidad de ver lo ruinosa que acaba por ser una política de crecimiento frágil. Solo que a diferencia de las maniobras internacionales, aquí el campo de maniobra del AKP y Erdogan es mínimo.
Y es que, excepto los éxitos socioeconómicos del AKP de comienzo del decenio que eran debidos sobre todo al contraste entre el sentido común del nuevo partido frente a las lacras permanentes de los partidos tradicionales, la gran baza electoral del dúo Erdogan/AKP ha sido el constante desarrollo de la economía nacional.
Del milagro al espejismo Desgraciadamente para la República, ese “milagro turco” ha sido un espejismo. Las grandes inversiones de capital extranjero y un endeudamiento irresponsable en divisas fuertes (ante todo dólar y euro), de los bancos y empresas turcas -entre unos y otros, el país debe más de 550 millones de dólares- dieron a la economía turca (y también a la inflación) un impulso impresionante? y ficticio. El país va bien, pero ni muchísimo menos tanto como parece. Ante la burbuja financiera que estaba creciendo, era evidente que se necesitaba un frenado. Primer paso obligado, una subida de los tipos de interés?
Y aquí surgió la ignorancia financiera -o la impotencia política- de Erdogan, quien cabalgando los plenos poderes que le otorga el sistema presidencialista, no se cansa de decir que lo que el país necesita ahora y siempre son tipos de interés bajo, porque con ellos -asegura él y solo él- también se mantiene baja la inflación. En realidad, lo que Erdogan espera es un milagro de Alá (que dice que está con él y su Gobierno) que dé la vuelta a todas las leyes económicas y mantenga el pleno empleo y la bonanza pese a un diluvio universal de deudas.