el cuarto Gobierno alemán presidido por Angela Merkel dispone de un tiempo limitado y precioso para trabajar con sus socios europeos y relanzar la integración del continente. Apenas un año, porque las elecciones de mayo de 2019 desembocan en el nombramiento de una nueva Comisión y provocarán un cierto parón. Parece increíble, pero han pasado más de quince años desde que la Unión se planteó sus dos últimos grandes proyectos, la ampliación al Este y el tratado constitucional.
Desde entonces una clara fatiga de materiales ha aflorado en Bruselas y el antieuropeísmo ha crecido como la espuma. Ha sido propulsado primero por la gran crisis económica y después por la marea migratoria. El resultado más visible de esta ola gigante es la salida del Reino Unido de la UE, pero hay otras manifestaciones preocupantes. Las dos más señaladas son las tendencias autoritarias de algunos Gobiernos en Europa Central y del Este y, en casi todos los demás Estados miembros el crecimiento de los movimientos antisistema.
La oportunidad de afianzar en los próximos meses la integración se basa en un conjunto de circunstancias favorables y la posibilidad de un liderazgo compartido entre Merkel y Macron. El contexto por fin ayuda: la economía europea crece y crea empleo y la voz de la UE se ha hecho más relevante en el mundo en temas como el libre comercio o la lucha contra el cambio climático, en buena medida por el repliegue de EEUU y el debilitamiento de su influencia global. Trump, con su cóctel venenoso de populismo y nacionalismo, ha destruido en tiempo record la capacidad de atracción de su país, o poder blando.
Las encuestas revelan que la mayoría de los ciudadanos europeos vuelven a confiar en la moneda única y aprecian el trabajo de las instituciones de Bruselas por encima del realizado por sus gobiernos nacionales. Es cierto que las sensibilidades moderadas, en especial el centroizquierda, han perdido muchos votantes -el caso italiano es especialmente preocupante-, pero es posible recuperarlos si se da la batalla por los valores democráticos contra la demagogia de los extremos, como ha hecho Macron en Francia.
Otra manifestación de viento en las velas de Europa es el Brexit, una vez se ha demostrado que funciona más como argamasa que como dinamita para la Europa de 27. El Gobierno británico sigue empeñado en marcharse de la Unión a final de marzo de 2019 sin una estrategia clara de cómo mantener la interdependencia económica y no flotar a la deriva en el Atlántico. La debilidad del gabinete de May es pavorosa. Solo el Parlamento puede corregir el rumbo y buscar in extremis un acuerdo pragmático de salida, incluso haciendo uso en el último minuto de un freno de emergencia en forma de veto. Por parte de Bruselas no tiene ningún sentido insistir en un enfoque punitivo del Brexit, porque a la Unión le interesa tejer una relación lo más próxima con su antiguo Estado miembro. El argumento de no crear un precedente no es convincente. so es lo que está en juego.
Pel profesor de ESADE y cátedra Jean Monnet para Aquí Europa