ubo durante tiempo una coña recurrente en nuestro amado templo del cortado mañanero porque un habitual, recién jubilado entonces de la cosa de la albañilería, prometió a uno de los viejillos pasar un día por la casa del venerable para ponerle un par de azulejos que se habían caído de la cocina. Entre que decía que no tenía tiempo -cuidado, el recién jubilado-, que no encontraba el color y el diseño exactos de los azulejos, que le faltaba material, que llegaban el verano o las navidades y tenía que estar con la familia, y demás excusas, tardó dos años en decirle: oye, mañana me paso. Y aún así, entre ponte bien y estate quieto, la labor duró tres semanas. A aquello se le llamó la Operación Vitoria Style y hoy es recordada en no pocas discusiones que se producen en este bar. Sostienen los abuelos que en esta sacrosanta ciudad se actúa así gobierne quien gobierne. Se aparenta que se trabaja, saliendo guapos en los medios de comunicación y poniendo cara de que se sabe lo que se hace, aunque cuando uno mira más allá de las chorradas de expertos en el humo de la demagogia, se encuentra con que los dos azulejos siguen sin poner. Como dice nuestro querido escanciador de café y otras sustancias: Vitoria, la ciudad del eterno Haré, haré, haré una casa sin pared. l
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