Canta Robe, el que fuera líder de Extremoduro, estrella del rock del desgarro, vena en cuello, ahora más sereno, etéreo e inasible, "Como te vuelva a ver llorando por no haber obedecido a tus pulsiones, te llevaré al Piornal para que veas el mar con mis mejores intenciones", en la canción Viajando por el interior de su último trabajo.
Robe, músico visceral, poeta maldito, es de Plasencia, donde amaneció la etapa que subió el Piornal. Su mar adentro. El viaje al interior de uno mismo esperaba más adelante, en Pico Villuercas, una montaña encofrada con el hormigón del sufrimiento.
Allí se coronó Primoz Roglic, tres veces campeón de la Vuelta, de regreso a sus días felices, a aquellos maravillosos años. En la montaña extremeña aplicó su método, su empuje en los esprints en cuesta. Logró su 13ª victoria de etapa en la Vuelta. Le vistió de rojo. Su pasión. La Vuelta.
El esloveno derrotó al impulsivo Van Eetvelt en un final agónico tras unas rampas tremendas. Roglic fue el primero entre el grupo de patricios, en el que estuvo Mikel Landa, que sufrió en el cemento, pero se agarró para ser séptimo. Entre Roglic y Landa se agruparon Van Eetvelt, Almeida, Mas, Gall y Riccitello.
Por detrás, penaron Kuss, que perdió 38 segundos y se esfumaron Carapaz y Yates, ambos a 1:29 del esloveno que ama la Vuelta. Gobierna Roglic la general, con el resistente Almeida a 8 segundos, Mas por encima del medio minuto y Landa a 58 segundos.
Robe también gritó con Extremoduro: “Quisiera que mi voz fuera tan fuerte que a veces retumbaran las montañas”. Era el inicio de Ama, Ama, ama y ensancha el alma. En Pico Villuercas, sobre las empalizadas de cemento, el alma se encogía.
No pesaba ni 21 gramos. Reducidos los cuerpos, consumidos, dolientes en una rampas que tocaban el 20% de desnivel en tres kilómetros demenciales. Un cortejo fúnebre de rostros atravesados por el calor inclemente, extremo, lacerante.
Landa, con los mejores
El hormigón es el epítome del salvajismo de la Vuelta. Sobre el cemento ardiente y despiadado, siempre enojada la subida, altiva y orgullosa, las cabezas cayeron, derrotadas. Los ojos leyendo las líneas del pentagrama de la dureza animal.
Decapadas las ilusiones, los huesos a la intemperie de un muro, se trataba de sostenerse, de mantenerse en equilibrio y malvivir en una subida asesina. Crucificados en el crucero de hormigón. Por el cemento se subió a gatas, balbuceando clemencia.
En el corazón de las tinieblas Roglic dictaminó el ritmo de la ascensión. Clavados en unas rampas que juegan con los límites del ser humano, que los arrastran al abismo. Estatuas de sal que dan de comer al Leviatán.
No hay perdón en un puerto que es corto, pero en realidad son varias vidas gastadas. Mas, Van Eetvelt y Gall estuvieron con el esloveno.
Cuando finalizó la tortura del hormigón, de regreso a la civilización llegaron Almeida, Riccitello y Landa. “He conseguido regular en la parte más dura y como se han vigilado por delante he podido llegar por detrás hasta el grupo aprovechando el control", dijo el escalador de Murgia. En el retrovisor se perdieron Kuss, Carlos Rodríguez, Carapaz y Yates, apedreados por la montaña.
Bizkarra, en fuga
Hacia la piedra bautismal de la montaña de la Vuelta se lanzó una fuga en la que respiraba Mikel Bizkarra, el escalador ligero del Euskaltel-Euskadi. Siempre en lucha el equipo vasco, orgullosa la bandera naranja en otro día apresado por la tenaza incandescente del calor. Zana, Moniquet, Armirail y Castrillo compartían penurias con el vizcaino.
Armirail y Castrillo fueron los últimos supervivientes de la incursión, controlada en la distancia por la muchachada de Roglic, que mira “al día a día. Es como la vida hay subidas y bajadas. Hay que disfrutar del momento”, comentó tras sisarle al belga la victoria en el último golpe de riñón.
Van Eetvelt levantó el brazo pensando en que ganaría. Roglic, que nunca cede, que no se rinde, le derrotó. Así le ganó una Lieja a Alaphilippe. El francés abrió los brazos en señal de triunfo y Roglic, perseverante, le adelantó.
Boqueó la carrera tratando de encontrar un poema que llevara oxígeno, una brizna de piedad para los pulmones, arenosos. Martilleaba el sol sobre las cabezas, agobiados los cráneos por los cascos, indispensables para la protección, pero escafandras que cuecen las ideas.
No había tiempo para tramas filosóficas. Ni grandes preguntas que lleva haciéndose el ser humano desde que asomara por el mundo y mirara a las estrellas.
Van Aert, desconecta
La fuga caminaba para escapar del sol asesino, implacable. Agrietado el asfalto, avejentado, en un recorrido terco, duro, de mirada hosca. Exigente el trazado, con las subidas al Alto de Cabezabellosa, el Piornal, Miravete y el cierre de plano en el abrumador Pico Villuercas, la cima que estrenó Romain Bardet en 2021.
Una montaña que se condensa sobre rampas de cemento en tres kilómetros letales, una vertical que convocaba a los jerarcas de la carrera. No asomó Van Aert, el líder que en cuanto observó la entrada al puerto se acomodó en un ritmo suave, en un brisa. Nada le ataba al maillot rojo, la prenda de Roglic. En Villuercas anunció su reinado. Rey rojo.