Supongo que será la proximidad de las elecciones de mayo entreverada con la necesidad de marcar perfil cuando eres el socio de menor tamaño de los gobiernos de coalición. O quizá solo una forma de reclamar el derecho a los entrecomillados de postín cuando, en conjunto, se está haciendo un buen trabajo que se tiene la impresión de que no está luciendo hacia fuera. El caso es que en apenas diez días, la vicelehendakari segunda y consejera de Empleo, Idoia Mendia, ha situado en el menú informativo dos platos de aparente mucha miga. Aparente, subrayo, porque pronto el suflé ha ido bajando. Lo que pareció una casi segura declaración de festivo el 8 de marzo del año que viene es ahora solo una propuesta que debe ser sometida a un proceso de debate amplio protagonizado por los movimientos feministas. No es casualidad el plural.
Y en cuanto a la semana laboral de cuatro días, el asunto todavía está en un estado más embrionario. Aunque, viendo algunos titulares, se diría que la cosa está a dos pasos del Boletín Oficial, lo cierto es que ahora mismo es una idea que se lanza a los agentes implicados para ver hasta qué punto es posible. Se cita como cebo un experimento británico casi de laboratorio que ha salido medianamente bien. La realidad de los lugares donde se ha aplicado en el mundo real no es tan positiva. Parece obvio, en todo caso, que no es una fórmula generalizable ni a todas las empresas ni a todos los sectores. Y menos, de hoy para mañana. No hay nada que objetar al estudio, pero no parece responsable que las instituciones generen unas expectativas que pueden desembocar en frustración pura y dura.