Los acontecimientos en Venezuela –con el fraude electoral del régimen de Maduro para perpetuarse, que denuncia la oposición respaldada por organismos internacionales–, Estados Unidos –y el cambio de candidatura demócrata– u Oriente Próximo –con la temida escalada bélica Israel-Irán, a sumar al brutal castigo al que sigue sometida la población de Gaza– han sacado de foco en los últimos meses la guerra que sigue activa en Europa. Pero, además del dramatismo propio de la invasión rusa sobre Ucrania, que ya dura cerca de dos años y medio, en este conflicto se disputa la estabilidad de todo el continente y las relaciones este-oeste de, al menos, la próxima década. La paulatina implicación de los países europeos en el conflicto ha elevado el tono de las amenazas rusas, aunque la inestabilidad real tiene más que ver con los factores de debilidad del régimen de Putin y el riesgo de que la imposibilidad de ganar la guerra, su impacto económico y un eventual giro en la iniciativa militar en favor de Ucrania, le deslicen a decisiones desesperadas. El suministro de armas cada vez más eficientes y de mayor alcance para la defensa ucraniana no ha cesado y, fruto de ello, es el sucesivo desborde de los límites en la ayuda que se habían autoimpuesto los aliados de la OTAN. La ofensiva de verano lanzada por Moscú sobre territorio ucraniano ha sido contestada por vez primera en los últimos días por una operación de envergadura de Kiev en la región rusa de Kursk. Con los recursos de ambos ejércitos tensionados en medios materiales y humanos, solo la sucesiva aportación occidental de medios acorazados, aéreos y de tecnología de cohetes permite a Ucrania mantener el pulso. La lectura de los países europeos occidentales es ya muy clara: la única línea roja que no van a aceptar es que Ucrania caiga ante la capacidad militar rusa. El resto de límites, incluso bajo las recurrentes amenazas nucleares de Putin, son desbordables con la excepción única del despliegue de tropas occidentales sobre el terreno. Europa siente la amenaza rusa en la estabilidad de sus democracias con la injerencia cibernética acreditada en varias ocasiones, que halla en la ultraderecha local un socio útil de intereses económicos y políticos externos. Ha sabido gestionar la dependencia energética de Rusia y esto ha encrespado las relaciones aún más porque el belicismo de Putin no termina en la frontera de Ucrania.