El asesinato en solo veinticuatro horas de cuatro mujeres y dos niños a causa de la violencia machista ha conmocionado a la opinión pública en el Estado y ha generado estupor e indignación, tanto por la especialmente brutal naturaleza de estos crímenes como por las circunstancias en que se han producido algunos de ellos, a lo que hay que añadir el efecto de que hayan tenido lugar en un solo día. Con estas trágicas muertes, son ya 19 las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en lo que va de año –tres al mes–, mientras que los menores víctimas de esta violencia vicaria en 2014 se elevan nada menos que a 15. No se trata de crímenes circunstanciales. Estos asesinatos son consecuencia directa de la desigualdad y del machismo porque se trata de una violencia ejercida en su grado máximo contra las mujeres por el mero hecho de serlo. En el caso que tuvo lugar en Las Pedroñeras (Cuenca) –el más brutal–, el presunto asesino tenía una orden de alejamiento y una condena previa por violencia de género por la que iba a entrar en breve en prisión, por lo que la mujer estaba dentro del Sistema VioGén supuestamente de vigilancia y protección, aunque en un nivel de riesgo no elevado. Nada de ello, sin embargo, evitó que el hombre perpetrara el asesinato de su expareja y de sus propios hijos, de ocho y tres años. Resulta frustrante y trágico constatar que en demasiadas ocasiones las medidas puestas en marcha para evitar estos crímenes no protegen suficientemente a las mujeres ni consiguen salvar sus vidas. Es necesario subrayar, sin embargo, que no siempre es así, y que los sistemas de protección son eficaces. Miles de mujeres amenazadas pueden atestiguarlo. Sin embargo, es obligado extremar las garantías de seguridad, amparo, apoyo y ayuda a las mujeres poniendo el foco en ellas pero actuando sobre los perpetradores y sobre las causas de esta violencia: el machismo y la desigualdad. Los asesinatos son el eslabón extremo de la violencia machista, que se manifiesta a diario en actos de naturaleza física, sexual, emocional, económica y psicológica contra las mujeres y cada vez más a menudo contra su entorno, especialmente sus hijos. El negacionismo de la violencia de género y el blanqueamiento de quienes lo practican –la extrema derecha– incluso desde las instituciones son también cómplices de esta lacra.