a holgada victoria de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales de ayer es una apuesta por la continuidad y la estabilidad de Francia frente a las posturas antisistema y antieuropeistas de la ultraderechista Marine Le Pen, lo que permite un cierto alivio tanto al país galo como a la UE. Este nuevo triunfo del político centrista, no obstante, no está exento de grandes incertidumbres y retos a la vista del alto nivel de contestación a las políticas y gestión del presidente, visualizada tanto en la primera como en la segunda vueltas. El sistema a doble vuelta para la elección del presidente en Francia favorece la percepción en primera instancia de una fotografía más ideológicamente plural del país y, ya en la batalla final, un cara a cara entre candidatos que, tras las posibles alianzas o llamamientos al voto útil de los candidatos derrotados -que ahora no se han producido-, fomenta por una parte la polarización pero, por otra, la moderación. En este escenario, tanto Macron como, sobre todo, Le Pen han desdibujado o suavizado sus perfiles más extremistas para captar votos ajenos. Tras su reelección, Macron no va a poder obviar los resultados de estas elecciones, a derecha e izquierda. El relativo éxito cosechado en la primera vuelta por Jean-Luc Mélenchon y su Francia Insumisa es, sin duda, un toque de atención a las políticas del presidente en estos cinco años, en los que ha beneficiado a las clases más acomodadas frente a los sectores más empobrecidos y perjudicados por la crisis. Al mismo tiempo, la ultraderecha ha ido ganando terreno: si en 2002 Jean-Marie Le Pen, padre de la actual líder, cosechó 5,5 millones de voto, hace cinco años ella ya disputó la Presidencia a Macron con diez millones de papeletas, mientras que ayer obtuvo nada menos que el 42% de los sufragios. Más allá de los indudables aciertos y evidentes errores en la gestión de Macron, el auge de la ultraderecha, incluso tras esconder, como ha hecho Le Pen, sus habituales argumentos xenófobos sobre la inmigración y la seguridad, debe preocupar, y mucho, a Europa. La extrema derecha está sabiendo capitalizar el descontento social desviando su discurso hacia preocupaciones ciudadanas como la inflación, el paro, la corrupción y las pensiones. Macron ha ganado, pero no ha espantado el fantasma que sigue recorriendo Europa, y Francia ha deshilachado y debilitado el cordón sanitario frente a la ultraderecha.
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