as primeras horas del periodo en el que en, en una situación de normalidad o de evolución mucho más favorable de la pandemia de covid-19 que la actual, Bilbao hubiese comenzado su Aste Nagusia están transcurriendo con tranquilidad, gracias al sentido de responsabilidad de la inmensa mayoría de la población y al dispositivo de vigilancia y protección puesto en marcha para evitar circunstancias de riesgo. Es esperable y deseable que esta demostración de civismo continúe así en los próximos días. Por contra, el final de las no fiestas de Donostia dejó ayer, por quinto día, imágenes y actitudes intolerables de violencia gratuita, desprecio absoluto por las normas más elementales de convivencia y civismo y por la salud pública en momentos tan complicados, y de irresponsabilidad por parte de una minoría. Es incomprensible e inadmisible que grupos de jóvenes, con mayor o menor grado de organización, se dediquen de madrugada a atacar a los agentes que velan por la seguridad y procedan al lanzamiento de botellas y otros objetos contundentes, así como al cruce y posterior quema de contenedores y la rotura indiscriminada de escaparates en los comercios, cometiendo en algunos de ellos actos de pillaje. Estos grupos -que no solo han actuado en Donostia, sino en diversos lugares de la CAV y Nafarroa- solo buscan el enfrentamiento con la Policía y la destrucción de mobiliario y bienes públicos y privados a imitación de las tácticas de gerrilla urbana bien conocidas en Euskadi durante épocas pasadas. De hecho, y no por casualidad, estos últimos altercados están teniendo lugar en la Parte Vieja donostiarra, lugar en el que aún no hace muchos años, y más allá de las presuntas motivaciones, tenían lugar escenas similares de kale borroka. Estos hechos -que, lamentablemente, han ido in crescendo con el paso de los días ante la estupefacción de la ciudadanía- han provocado daños materiales, varios heridos y al menos una treintena de detenciones. Son actitudes que demuestran no solo insolidaridad e incivismo sino que suponen un ataque a las más elementales normas de convivencia y son un riesgo para la salud pública en plena pandemia, máxime cuando los datos epidemiologicos muestran una mayor presión hospitalaria. Por ello, deben ser objeto de una respuesta contundente en forma de repulsa y condena unánimes por parte del conjunto de la sociedad.
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