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Aquellos economatos

Se cumplen seis décadas de la aparición en Vitoria de unos establecimientos que resultaron vitales en el apoyo a la cesta de la compra de la clase obrera

Aquellos economatos

Vitoria - En aquella sociedad vitoriana de finales de los años 50 donde reverdecían los curas, las modistillas y los militares, había un problema serio de penurias y hambre que coincidía con el inicio del desarrollismo industrial en la capital alavesa al calor de empresas como Ajuria, IMOSA -el fabricante de las míticas furgonetas DKW-, Areitio, Forjas Alavesas o Michelin. Un problema mayúsculo para las miles de familias inmigrantes que por aquellos días arribaron a Vitoria procedentes de Andalucía, Extremadura o Galicia en busca de un puesto de trabajo, puesto que el 60% de su salario se lo llevaba el gasto en alimentación. Si bien es cierto que aquellas primeras nóminas eran superiores a las que recibían en sus anteriores ocupaciones, en el campo fundamentalmente, el nivel de vida que por entonces se estilaba en la capital alavesa no alcanzaba a una familia obrera media para salir adelante, motivo por el cual se incentivó la llegada de los economatos. Si bien una década antes ya se habían desarrollado establecimientos parecidos para beneficiar de forma exclusiva a los militares, ferroviarios o funcionarios municipales, no fue hasta 1958 cuando un decreto ley del Gobierno franquista instauró la figura del economato laboral para todas las empresas de más de 500 trabajadores. El objetivo era claro: poner a disposición de la clase obrera una serie de productos básicos a un precio menor que en las tiendas habituales. Entre la lista de la compra no podían faltar aceite, jabón, azúcar, arroz, tocino, harina, alubias, legumbres, bacalao, patatas, huevos, chocolate, galletas, chacinería y embutidos, conservas, café y sucedáneos, leche condensada, quesos, mantequilla, vinos comunes de mesa, pescados secos y en conserva, pastas de sopa, macarrones y similares, carbón de uso doméstico, ropa y calzado de trabajo, calzado económico y telas esenciales o confeccionadas. Productos de primera necesidad que aliviarían las despensas de las poco más de 50.000 personas que conformaban entonces el padrón vitoriano, duplicado una década después como consecuencia del boom industrial de los 70. Un desarrollismo en plena era franquista al que contribuyeron, además de las empresas antes mencionadas, otras históricas como Esmaltaciones San Ignacio, Heraclio Fournier, Aranzabal, Echevarria Hermanos, Arregui, BH, Llama Gabilondo, Carrera y Cía, Hijos de Orbea, Plásticos Gateor, La Previsora o Sucesores de Aguirre, todas ellas integradas junto a otras tantas compañías en el economato San Prudencio, germen de la Fundación, que abrió sus puertas en la calle Beato Tomás de Zumárraga un 24 de mayo de 1969. Antes que él vieron la luz los de Ajuria en 1957 en la calle Adriano VI, el de IMOSA en 1961 junto a sus instalaciones en Ali Gobeo, el de Michelin en 1967 o los de Areitio y Forjas, ese mismo año, en la calle Simón de Anda.

Crevitor, otalora, kolkay... El funcionamiento era tan sencillo como la propia cartilla que se necesitaba para hacer la compra, que cada beneficiario debía presentar a la hora de realizar el pago. Y respondía a una misma realidad que en Bilbao, por ejemplo, ya existía con la cooperativa San Carlos y en Gipuzkoa contaba con Eroski como elemento similar. El aluvión de ventajas y el considerable ahorro que las familias celebraban cada vez que acudían a llenar la cesta de la compra aceleró el desarrollo de los economatos, que tuvieron en los años 70 y primeros de los 80 su edad de oro en Vitoria. En este contexto, el de San Prudencio, que tuvo el mayor recorrido de todos, no paró de crecer.

Porque al poco de constituirse se incorporaron a su particular filosofía no solo más trabajadores de empresas industriales, sino también funcionarios municipales, trabajadores de instalaciones deportivas, maestros y operarios de limpieza. “En 1989 contaba ya con 30.000 titulares, en 1991 con 37.000 y en 1994, con 40.000 personas”, recuerda la Fundación Laboral San Prudencio en la revista monográfica que este año ha editado con motivo de su 50º aniversario. Un crecimiento imparable que en los años posteriores consolidó a partir de integraciones -en 1989 absorbió AIFA y dos años después hizo lo propio con el economato EGA, vinculado al sector de la construcción, y el de Michelin- y convenios de colaboración a partir de descuentos especiales con empresas especializadas en el campo del electrodoméstico (Otalora, Extramiana, Crevitor o Radio Ortega), el menaje (Arbeloa) o el ocio (Juguetería Kolkay). Bajo este paraguas, la plantilla de la FLSP ascendía en el año 1994 a las 300 personas y su facturación rondaba los 6.500 millones de las desaparecidas pesetas.

Este Dorado comercial, sin embargo, comenzó a protagonizar los primeros síntomas de agotamiento conforme Europa avanzaba en su sueño de la unificación y la liberalización del mercado golpeaba cada vez con mayor fuerza a las puertas del Viejo Continente. Por si fuera poco, unos años antes el comercio tradicional, agraviado por este proteccionismo industrial, habría comenzado a mostrarse beligerante con durísimas campañas en la prensa local que entonces tachaban la filosofía del economato como “comunismo cantonal”. Curiosa fue en este sentido la protesta que los comerciantes llevaron a cabo en las navidades de 1969 al 70 apagando por completo las luces de sus escaparates.

Convivirían ambas realidades en este clima de tensión hasta que la presión política terminó por imponerse -la entrada en la CEE en 1986 resultaría decisiva- y antes, con la legalización de los sindicatos, que siempre se habían mostrado favorables a los economatos, entendieron que había llegado el momento de ejercer la defensa de los derechos de los trabajadores por una senda menos paternalista. Para entonces, los ingresos de las familias habían aumentado, por lo que la proporción del ingreso gastado en alimentos era ya menor. Fue la puntilla para un modelo ya caduco que siendo verdad que ayudó a miles de familias alavesas a evitar las penurias de la época, jugó con la ventaja de un proteccionismo con el que tuvo que convivir hasta el final de sus días.