Vitoria - El empresariado alavés se sobresaltó ayer a primera hora de la mañana cuando conoció el repentino fallecimiento a la edad de 63 años de Juan José Iribecampos, industrial de larga tradición tubera en la provincia y presidente de Condesa Fabril, una de las compañías punteras en Europa en este ramo, además de ostentar el cargo de consejero en diversas empresas del Territorio. Carismático y siempre participativo en beneficio del tejido empresarial alavés, el anuncio de su muerte causó una gran conmoción entre sus colegas y organizaciones empresariales como SEA Empresarios Alaveses, Confebask o la Cámara de Comercio de Álava, en cuyo órgano rector ocupaba la presidencia del Foro de Empresa Familiar. El funeral en su memoria tendrá lugar este próximo lunes a las 19.30 horas en la iglesia de San Miguel.

Juan José Iribecampos (Mondragón, 1954) desarrolló prácticamente toda su trayectoria profesional en la compañía familiar que en 1954 fundara su padre, Donato, otro empresario vasco de raza que en 1975 trasladaría su criatura tubera desde Mondragón a la provincia de Alava, concretamente a una parcela de 300.000 m2 que años antes había adquirido en Legutiano con suma discreción y sin hacer ruido, sin duda, la marca de la familia que con el tiempo también heredaría su hijo. La mudanza empresarial, que fue un calco natural de la que años atrás habían llevado a cabo sus amigos Juan Arregui (Acesa) y Juan Celaya (Cegasa), significó el punto de inflexión definitivo para Condesa, que a partir de ahí inició una expansión imparable.

Fue precisamente en aquellos días donde el pequeño Juanjo comenzó a mamar de verdad los entresijos de la escuela de su padre, que al fin y al cabo no era otra que la escuela guipuzcoana, la del “más hacer y menos decir”. En esa cultura del respeto por el trabajo y la palabra prosperó el primogénito de la familia. Primero en la firma Escatu (primera empresa de tubos de su padre) y a los 23 años en Condesa, donde se enfundaría el mono de faena en el taller y tiempo después se convertiría en jefe de Ventas, donde explotó. Con la ayuda de sus padres primero y el resto del consejo familar después, elevó la compañía a otra dimensión hasta convertirla en un gigante del tubo que en poco tiempo pasó de tener tres fábricas a controlar una docena por toda Europa, multiplicó su plantilla hasta alcanzar picos de 2.200 personas y situó sus mejores márgenes de facturación en torno a los 1.000 millones de euros.

Fueron tiempos de éxitos y gran bonanza aquellos años previos al estallido de la crisis. Sin embargo, este visionario nunca perdió de vista el valor por el trabajo, la humildad y el esfuerzo por preservar los orígenes, tres de las señas que, sin duda, marcaron su carácter. Como tampoco perdió nunca el sentido de la necesaria colaboración empresarial para capear los malos momentos, como se encargó de recordar con motivo del premio a la Internacionalización que Condesa recibió por parte de la Cámara de Comercio. “¿Que cómo vamos a salir de esta crisis? Permítanme que recuerde a mi padre, que siempre decía lo mismo: saldremos trabajando, sí, pero solo si lo hacemos todos y en la misma dirección, con humildad pero sin complejos”, apremió entonces a los empresarios con el mismo convencimiento con el que en los últimos tiempos trataba de persuadir a su equipo de colaboradores de que la delicada situación por la que atravesaba la empresa terminaría por enderezarse más pronto que tarde. “Tenía un espíritu muy carismático y arrollador, de esos que hacen que la gente se suba a tu barco sin dudarlo un instante”, revelaba ayer a este diario un buen amigo de la familia. Uno de los pocos con los que celebraba todos los años en su bodega de Elciego la tradicional comida de los quintos de la mili, entre los que se encontraban José Ramón Berriozabal o Gregorio Rojo. Y era ahí, en ese entorno de complicidad, donde salía a relucir su figura más cercana, la más jovial, las bromas sobre sus llamativas camisas y su admiración por el vino, que en un momento dado le llevó a participar en la creación de la bodega CAIR junto a su amigo Juan Luis Cañas.

También pondría en marcha por aquellos días otro gigante del acero como TecnoAranda, un fabricante de torres eólicas que en los últimos años había convencido a multinacionales como Siemens o Vestas, y participaría como consejero en diversas compañías como Tubacex. Fue transversal en ese sentido y optimista, incluso en los últimos meses, donde tuvo que hacer frente a una durísima renegociación de la deuda del grupo y a unas no menos durísimas conversaciones con su nuevo compañero de viaje, Arcelor, previsiblemente el heredero de aquel pequeño taller industrial que la familia Iribecampos fundó en la cuna del cooperativismo. - Andrés Goñi