ruego al lector que sepa excusar mi suspicacia porque, en medio de una semana acotada entre los últimos datos conocidos en relación al paro y las medidas tomadas por el BCE, persisten muchos temores ante las exigencias y necesidades que, desde un lado (UE) y otro (sociedad) tratan de cambiar el curso de ese río por donde discurren las aguas de la gobernanza económica. Después de tantos meses de recesión, destrucción de empleo y desahucios, las noticias positivas merecen ser recibidas con aliento y consuelo. Pero también, después de tantos desengaños y mentiras, habrá que ser mínimamente receloso, lo que no significa ser malpensado.

Verán, nada se puede objetar al aumento cuantitativo de las afiliaciones a la Seguridad Social, cuyo significativo repunte en la contratación bien puede interpretarse como una tendencia hacia la recuperación del empleo. Ahora bien, persisten las dudas e incógnitas en el corto y medio plazo. Me permito destacar dos: el número de empleos que se pueden crear y la calidad de los mismos (fijos, temporales, cualificados, etc.).

En el primer caso, hay que preguntarse hasta qué punto esa predisposición positiva va a enjugar los millones de puestos de trabajo destruidos en los últimos años que han sumido a muchas familias en la pobreza. No es cuestión baladí, ya que, según el Consejo Económico y Social (CES) el riesgo de pobreza y exclusión social afecta al 28,3% de la población. La situación se agrava porque muchos parados están perdiendo la protección por desempleo, al tiempo que la Memoria 2013 del citado organismo asegura que los dispositivos con que cuentan los servicios sociales en general y las rentas mínimas de reinserción "no sólo resultan insuficientes para afrontar esta situación de crisis sino que están disminuyendo".

En cuanto a la calidad del empleo, mucho tendrán que cambiar las cosas para que los puestos de trabajo que puedan crearse en los próximos meses no sigan siendo precarios y mal pagados. Las contrataciones temporales o a tiempo parcial siguen siendo las más numerosas, aunque justo es reconocer que los contratos fijos han aumentado un 20% este año. De cualquier forma, no deja de ser paradójico que el Gobierno de Rajoy empiece a devolver (1.300 millones de euros) la ayuda financiera que permitió en 2012 el rescate de la banca, cuando tiene diez años de carencia (tenía que empezar a pagar en 2022) y un tipo de interés tan bajo como el 0,5%.

¿No hubiera sido más justo, ético y moral dedicar ese dinero a cubrir las necesidades más básicas de ese altísimo porcentaje de la sociedad en riesgo de exclusión, en vez de querer ganar confianza en los mercados financieros?

Comprenderán que hay razones para la suspicacia que también es extensible a las medidas que ha tomado esta semana el BCE. Por citar las tres más llamativas: tipos de interés en mínimos históricos; remuneración negativa para los depósitos bancarios en la citada institución europea o financiación de la banca asociada a la concesión de créditos al sector privado no financiero ni inmobiliario. En principio, el efecto Draghi, deja al IBEX35 en máximos desde 2011. Pero también hay dudas sobre la eficacia de este paquete de medidas para la reactivación del crédito en Europa, tal y como han señalado firmas financieras como Goldman Sachs.

El riesgo de una deflación sigue latente y los índices de crecimiento económico no están siendo tan altos como se esperaba, lo cual proyecta una sombra de duda respecto al epicentro de esas medidas, que geográficamente se sitúa en Francfort, donde tiene su sede el BCE, pero también la tiene el Bundesbank y las malas lenguas dicen que este último banco se ha visto presionado por la patronal alemana que quiere un euro menos fuerte para revitalizar sus exportaciones.

Con estos precedentes..., ¿quién no es suspicaz?