NO hay consuelo para Vicenta Jiménez. Mujer bregada, emigrante extremeña de manos y brazos raídos por el esmalte y con casi 40 años de militancia en San Ignacio, que todavía hoy amaga con romperse a llorar cuando recuerda su historia en una de las pocas históricas que escondía el tejido empresarial alavés. Una firma fundada en 1944 en Oñati que a comienzos de los 50 se trasladaría a Olarizu para ampliar su negocio y sus instalaciones. No hay consuelo para esta mujer porque su segunda "familia", su fábrica, dice con dolor, le acaba de asestar una puñalada por la espalda de la que asegura no sabe cuándo se recuperará.

El pasado lunes, al igual que venía haciendo desde que cumplió los 18 años, esta veterana madrugó para reincorporarse a su puesto de trabajo en la flamante sede que la compañía inauguró en 2005. Siguió la misma rutina de siempre, el mismo itinerario que de costumbre. Hasta que llegó al destino. Ahí, sin saberlo, comenzó su drama personal. Dos vigilantes privados apostados en la puerta principal le impidieron el paso a la fábrica sin mediar palabra. Tampoco el resto de compañeros pudieron hacerlo por idéntico argumento. Indignados ante semejante decisión, el desconcierto en Zurrupitieta 25 pronto se adueñó del lugar. Los nervios, enseguida a flor de piel. Y la presencia de medios de comunicación no hizo sino propagar aún más el drama. Se sucedían los testimonios, las primeras llamadas de ánimo, el temor de los abogados sindicalistas... Un temor absolutamente fundado, como se confirmaría poco después. Lo anunció la propia familia Emparanza, fundadora del negocio, quien soltó el "bombazo" sin anestesia. La sociedad se liquidaba y con ella, los puestos de trabajo de sus 89 profesionales, una cifra anecdótica en comparación con los 1.500 empleados que en su época de máximo esplendor llegó a tener Esmaltaciones. "En ese momento me quise morir. Se me revolvió todo y apenas pude articular palabra", recordaba el viernes esta veterana desde la Plaza de España, donde acababa de asistir a un pleno extraordinario del Ayuntamiento donde se leyó una declaración unánime de apoyo a los trabajadores.

"un empresón en álava" A pesar de haber transcurrido ya casi una semana, Vicenta continúa sin digerir la noticia. Duerme poco y mal, vive con angustia y confía, con cierta inocencia, que al final todo se arreglará. Su testimonio, que acompaña con fotografías antiguas de sus tiempos en la antigua fábrica, ofrece sentimientos que más de una vez le quiebran la voz. "Se me va un trozo de mi vida con esta fábrica", masculla; "He dado todo, hasta mi salud, por esta empresa y ahora nos lo pagan así, dándonos la patada. ¿Por qué nos hacen esto?", pregunta al vacío esta trabajadora.

Los recuerdos se amontonan conforme avanza la conversación. Añora Vicenta aquellos primeros años de 1970, cuando entró a trabajar por mediación de un tío que le ayudó. Entonces el catálogo de Esmaltaciones era extraordinario. No sólo se fabricaba menaje para el hogar sino también bombonas de butano, bañeras, carrocerías para automóviles e incluso paraguas. La magnitud y diversidad de la compañía era más que considerable. Vicenta lo rememora bien: "Era un empresón de referencia en Álava, que contaba con familias enteras entre su plantilla".

la "maldita" globalización Los años de gloria pronto comenzaron a menguar. Y en este proceso irrumpió con una fuerza desconocida la "maldita" globalización. Con ella, los primeros productos comprados a China o las primeras cazuelas fabricadas en la planta de Tánger (Marruecos) a un coste muy inferior al de Vitoria. "Y poco a poco la fueron dejando morir, aunque siempre nos vendieron que su idea era continuar. Ahora me doy cuenta de que nos engañaron como a chinos", clama esta veterana con rabia.

Según la teoría del comité de empresa, la arquitectura societaria que la dirección ha ido tejiendo en los últimos años ha permitido deslocalizar la compañía con un halo de legalidad pasmoso. Vicenta va incluso más allá al asegurar que lo ocurrido en Esmaltaciones no es sino un "fraude lamentable". A sus 57 años y con un pie y medio en el paro, el futuro se presenta angustioso para esta trabajadora a la que, supuestamente, aún le restarían ocho años para jubilarse. "Me han partido de cuajo la vida. ¿Dónde voy yo ahora a mi edad, quién me va a contratar?", se pregunta con la mirada perdida.

Daewoo No mucho mejor se presenta el escenario para Sergio Álvarez, uno de los veteranos de Daewoo a pesar de sus 34 años. Sobre esta firma surcoreana de frigoríficos también pesa una orden de extinción de empleo para 147 trabajadores que en los próximos días será analizada en el Gobierno Vasco. Aunque el ánimo llama estos días a la movilización, existe una sensación compartida con Esmaltaciones de que, al final, ambas compañías terminarán por echar la persiana. "La cuestión es que no les salga gratis", advierte este joven electricista, que entró con 19 años y 60.000 pesetas de nómina en lo que se suponía iba a ser un "megaproyecto" empresarial que finalmente "se quedó en eso, un sueño". Daewoo irrumpió con fuerza en el tejido alavés en septiembre de 1997. Consigo atrajo promesas de fabricación y creación de empleo de hasta 800 puestos en varios turnos que nunca cumplió. "Ni se llegó al segundo turno ni se pasaron de los 215 trabajadores", explica hoy Álvarez. Fue todo un pequeño "bluf" que sin embargo no impidió hacer negocio a la empresa. Los casi 900 frigoríficos que cada día salían de la planta de Jundiz (uno cada treinta segundos) llenaban entonces los hogares de toda Europa. El ritmo y las pautas de montaje, diabólicamente asiáticas, propiciaban el éxito. Pero llegaron los primeros roces y la primera huelga - que duró tres meses- a cuenta del convenio, y la confianza entre la dirección y la plantilla se quebró. "Ahí empezó el declive de la empresa", cree este joven. Según su testimonio, las muestras de "dejadez" fueron a partir de entonces una constante. Ni se repusieron a los ingenieros cualificados que fueron marchándose, ni se renovaron a los contratos eventuales. En consecuencia, bajó la producción. "La llegada de los primeros ERE de suspensión en 2010 fue la excusa para ir preparando la deslocalización de la empresa", sostiene el representante de ELA.

La sospecha de que las cosas "iban mal" se confirmaron el pasado 22 de agosto, al entrar al alba en el almacén de la empresa y observarlo absolutamente vacío, con varios moldes de maquinaria pesada desmantelados incluso. "Si según su criterio no había demanda de frigos en Europa, ¿cómo es posible que los 10.000 que dejamos terminados el 31 de julio en Vitoria ya no estuvieran allí sólo 22 días después?", se pregunta.

Impotente al igual que Vicenta, al joven sólo lo queda a partir de ahora pelear hasta el final con la esperanza de que "la empresa no se vaya de rositas" y las instituciones, "cuyas medidas de presión han vuelto a llegar tarde", se decidan a poner coto a este tipo de actuaciones tan fraudulentas para la ciudad y sus trabajadores. "Es hora de que se pongan la pilas porque si Daewoo o Esmaltaciones lo han hecho es porque les ampara la ley y las leyes ya sabemos quiénes las hacen", recalca. Y del futuro, mejor no hablar aún, aunque es seguro que tocará "reciclaje", asume este joven. "Salí de Mendizabala directo a Daewoo con 19 años y desde entonces nunca salí de allí. Supongo que habrá que reinventarse para encontrar curro", concluye.