El deseo es imbatible. Nadie puede con él. Mueve el mundo. Con esa idea fija en la cabeza, aún parcheada por una tirita, Remco Evenepoel, el líder, se lanzó a por los segundos del esprint bonificado que tintineaba antes del final. El líder de la Vuelta esprintó y agarró seis segundos. Dos segundos más que los que logró respecto a Vingegaard en Arinsal, aunque el costo fue infinitamente menor. El belga araña dónde puede. Hormiguita. Todo lo rebaña. Nunca se sabe si el banquete son las migas. El líder llenó la tripa con un bocado.

Ley del mínimo esfuerzo y máximo rendimiento. Nadie de los favoritos pujó por la merienda con el hambre que mostró Evenepoel, que no se fía de quienes le merodean. Con la onza que se llevó a la boca, el líder colgó media docena de segundos más sobre Mas, Vingegaard, Roglic y Ayuso, sus principales adversarios antes de volver este jueves a la montaña. Espera el Pico del Buitre. Nunca el tiempo es perdido. Menos aún, el ganado. Aumentó la ventaja Evenepoel sin apenas exponerse. Mejor, imposible.

A la voracidad de Evenepoel le dio continuidad Kaden Groves, otra vez victorioso al esprint. El australiano obtuvo su segundo triunfo consecutivo. Groves soportó la inopinada y furibunda arrancada de Filippo Ganna, al que le faltó el golpe de riñón para someter a Groves, el rey de la velocidad de una jornada serena, sin relieve, al encuentro con Burriana.

Salvo el repunte del esprint y el incisivo de Evenepoel, la historia la redactó con honores Eric Fagúndez, un hombre a una fuga pegado. Masticó 125 kilómetros en solitario el uruguayo. Se empachó de paisajes y de soledad. La suya fue una larga digestión.

La fuga de Fagúndez

La herencia uruguaya en la Vuelta es una anomalía, un asunto exótico. Una huella ligerísima, etérea, apenas un rescoldo de la memoria en el memorándum de la carrera. El hilo celeste del árbol genealógico se enhebró en 1980, con Héctor Roldán, que participó en la carrera con el legendario Reynolds.

Tuvieron que transcurrir tres décadas hasta que la puntada asomara en el Siglo XXI. Fabricio Ferrari, que contó dos presencias en la Vuelta pintado con los colores del Caja Rural, ondeó la bandera de Uruguay en la Vuelta.

Desde luego, la uruguaya no es una dinastía en el ciclismo de élite. El último relevista del país sudamericano es Fagúndez. Destinatario de esa pequeña llama, una vela, el uruguayo prendió. Llamarada de orgullo. Se alumbró con una fuga en solitario. Un Quijote.

Se puso el país sobre sus hombros. Llevó encima a Uruguay. Fagúndez, héroe por un día. Camina o revienta. Quería descubrirse, conocer sus límites el uruguayo. “Quiero estar en la fuga, el objetivo del equipo es tener presencia y quiero intentar estar allí”.

Eric Fagúndez, en fuga. Efe

Para Fagúndez, de estreno en la categoría con el Burgos-BH, todo es relativamente nuevo. “Es mi primer año en la categoría y me gustaría demostrarme más a mí mismo, estar más tiempo y hacer mejores papeles (en las carreras). De ahí, puedo llegar a pensar en que puedo ser bueno para la categoría WorldTour, pero por ahora estoy aquí. Intentando coger confianza en mí mismo, conociendo estas grandes vueltas y viendo qué es lo que depara el futuro. Creo que las carreras aquí son muy difíciles para determinar cuál es mi perfil, pero supongo que poco a poco iré descubriendo cuál es mi sitio, dónde es mi terreno y dónde puedo sacarle mejor provecho a mis características”, decía en Morella Fagúndez, que abre los ojos y observa con curiosidad y devoción el nuevo mundo.

El uruguayo, campeón de su país en la modalidad de contrarreloj, no es un pionero, pero se le aproxima. Al menos le impulsa el espíritu de los aventureros que se quieren lanzar más allá de la línea donde muere el horizonte. La grandeza no se mide en el palmarés ni en el currículo. Es un asunto más íntimo, personal.

Se agigantó Fagúndez a pesar de que nadie le acompañó. Ni la soledad le apartó de su misión. La dignidad le acompañaba. En mi hambre mando yo. Adentrarse en un viaje sin retorno tal vez no tenía sentido a efectos contables, pero el coraje no lleva armadura de oro.

Sepúlveda, a por la montaña

El pesaje de la vitrina estaba en el pelotón, con aire lánguido, a varios minutos del uruguayo, al que dieron carrete. Su amenaza no era tal. Fagúndez sedimentaba kilómetros y en el gran grupo los deshojaban como una margarita. A modo de un pasatiempos hacia Burriana.

No para Sepúlveda, que perseguía los puntos del Collado de la Ibola para seguir luciendo el maillot de la montaña. El argentino sacudió el entusiasmo del uruguayo como si se tratara de la Copa América. Uruguay y Argentina rivalizan en cada palmo. El pelotón se mostró ajeno a ese debate, indiferente en la fotogénica subida de lazos del puerto, en la que se desató Sepúlveda.

En el descenso, los favoritos optaron por protegerse y prestar atención después de dormir en un colchón de condescendencia demasiado tiempo. Sepúlveda aprovechó el trampolín para ganar metraje mientras Fagúndez era una isla entre el argentino y los nobles.

Se fundieron todos poco después en la Sierra del Espadán, hipnótica. Paz y armonía. El esprint era el destino, el único punto conflictivo de un jornada sin relato más allá del arrojo y la determinación de Fagúndez.

Evenepoel no perdona

Los equipos de los velocistas se situaron para fijar en los tacos de salida a sus hombres rápidos. Las formaciones de los favoritos acudieron al frente para bunquerizar a los dorsales con purpurina. Siempre hay un gran tráfico cuando se afilan los codos para situarse debidamente.

En ese baile por la posición, en el vals, Evenepoel se movió a ritmo de claqué y sumó media docena de segundos más para su causa, que no es otra que el trono de Madrid. El resto de opositores a la victoria final arqueó la ceja. Mas quiso, pero se despistó. "Me pilló el toro", dijo. El belga se frotó las manos.

Nadie quiere sustos en los días de sosiego. En ocasiones son los más peligrosos. Un día cualquiera deja de serlo en un chasquido. Las rotondas, numerosas, provocaron tensión y la caída de rigor. Milan Menten, cuarto en la víspera, tachado del esprint. Un rival menos para Groves, que dio otro bocado a la Vuelta. La víspera de anidar en el Pico del Buitre, Evenepoel afila el colmillo.