En el Cabo de Gata se escuchan los cantos de sirenas. Eso cuenta la leyenda. Aquellos susurros llegaban hasta los oídos de los marineros, que deseosos, fantaseaban con el amor de las sirenas. Obsesionados, cerca de la enajenación, turbados, creían escuchar a esas criaturas fantásticas llamándoles, invocándoles desde la balconada del Arrecife de la Sirenas.

Una melodía de seducción recorría la costa. Cerca del placer, de una arrecife cortante, repleto de aristas y promesas, siempre tintinea una luz roja. La del Faro de Gata señala el peligro de la Laja que tantos naufragios provocó. Esa luz advierte a los navegantes del riesgo.

En los esprints no existen las luces rojas. Están apagadas. Semáforo verde al vértigo y a lo desconocido, atraídos los velocistas por los cánticos de sirena de la adrenalina. En esa danza loca, donde todo es caos, una estampida, se impuso Kaden Groves, que batió a Danny van Poppel y Merlier.

El australiano estalló de alegría el día en el que su equipo perdió por covid a su líder, Simon Yates, en una jornada de contrastes que atravesó silbando Evenepoel, cuyo bienestar se descuadró con la caída de Alaphilippe, que tuvo que abandonar con el hombro derecho dislocado.

CAÍDA DE ALAPHILIPPE

En Alhama de Murcia cohabitaban dos certezas. Una era el homenaje a Alejandro Valverde, vitoreado y celebrado. Aplaudido en la Vuelta de su despedida. Otra, la evidencia de las despedidas que no tienen deje de festejo. Como la de Alaphilippe. El francés se cayó en medio de la calma. Los días rutinarios suelen ser peligrosos.

Alaphilippe, en el suelo tras caerse durante la undécima etapa de la Vuelta Efe

Nunca sucede nada hasta que todo se precipita. El futuro es inescrutable, un enigma. Alaphilippe se fue al suelo. Golpeó con dureza el asfalto. Crac. El hombro derecho se le salió. Dislocado. El equipo médico de la Vuelta le inmovilizó el brazo con un cabestrillo. Al francés le persigue la maldición del campeón del Mundo. Su arcoíris es un fundido a negro este curso.

Sufrió una durísima caída en la Lieja-Bastoña-Lieja. Cuando regresaba a su mejor perfil como ayuda de cámara de Evenepoel, se astilló en una tarde cualquiera. A Alaphilippe le consolaron los aplausos, el cariño y el ánimo del público cuando fue introducido en la ambulancia.

Después, el francés fue trasladado a un centro sanitario para que fuera examinado al detalle para certificar el alcance real de la lesión. No había rotura. Los doctores le colocaron el hombro derecho en su sitio. Con el Mundial de Australia resoplando a poco más de tres semanas, parece improbable que Alaphilippe llegue a tiempo para defender su trono. La del francés no fue la única baja del día.

EL COVID NO CESA

El covid, pegado a la piel de la carrera, insertada en su columna vertebral, sumó otras cinco bajas, 21 en lo que va de Vuelta. El virus es una ruleta rusa. Alto riesgo. Simon Yates, campeón de la Vuelta de 2018, Pavel Sivakov, ambos en los puestos nobles de la general y un tercio del Kern Pharma: Adrià, Miquel y Carretero, tuvieron que abandonar la Vuelta siguiendo el protocolo sanitario. El covid es una sentencia. Un trago que dejó un muy mal sabor de boca. Amargo.

Sócrates fue condenado a morir bebiendo cicuta. Antes, se afanó en aprender una compleja pieza para flauta. Nunca la interpretó por razones evidentes. Murió tras aquel trago que le obligó a tomarse el verdugo. Pero nunca se sabe. Sócrates aprendió hasta el final. El saber no ocupa lugar. No todos piensan así.

En una instrucción, el teniente dijo aquello de: “El saber no ocupa lugar”. El recluta respondió: “Y el no saber, menos, mi teniente”. La respuesta tuvo un punto de ingenio, de retranca y tal vez de certeza. Pero era la respuesta equivocada. El teniente combatió la oda a la ignorancia de un modo contundente. Le atizó un puñetazo. Mandó al suelo al recluta, que de premio se ganó un arresto. Supo el recluta que la ignorancia no era algo de lo que sentirse orgullo.

FUGA DE TRES

En estos tiempos, la ignorancia da para alimentar varios miles de ejércitos. Mejor aprender, que nadie sabe qué deparará el futuro. Tampoco los profetas, brujos y demás ralea que asoma a horas intempestivas echando las cartas o frotando bolas de cristal con tarificación especial. La incertidumbre es un negocio muy lucrativo. Como el futuro es un verso libre, mejor lanzarse a la aventura.

Joan Bou, Jetse Bol y Vojtech Repa son socráticos. El pelotón era su vaso de cicuta, pero aún así, condenados, decidieron pensar en otro final. Valientes. Nadie es capaz de eliminar la esperanza. Una luciérnaga en las noches más oscuras. Bol fue el último en claudicar. Un holandés errante, un visitante ideal al Cabo de Gata y su espíritu hippy.

Ese ambiente impregnó al pelotón, hamacado en la calma, meciéndose con el murmullo del mar. El olor del salitre despertó el olfato de los escasos velocistas que se sostienen en carrera. Tierra a la vista después del mar de plástico. En el Cabo de Gata, ante la mirada de sobremesa de los veraneantes que se alejaron un palmo de la playa, Groves fue el primero en desembarcar, obnubilado por el canto de las sirenas. A Alaphilippe le acompañaron otras sirenas. Las que gritan desde la ambulancia.