Solo a la sombra de las murallas, sobre el rodillo, cuando se trataba de bajar el ácido láctico y refrescar el cuerpo con un chaleco frio, se relajó Primoz Roglic, el rayo que no cesa en la Vuelta. Sonrió el esloveno y guiñó un ojo, intacto su idilio con la carrera española, que lidera después de un triunfo contundente en Laguardia. Sobre su promontorio, las calles medievales, las piedras que la hacen bella y fuerte, se subrayó Roglic, que es una roca.

El esloveno pertenece a la estirpe de los grandes campeones, esos que son capaces de levantarse de dolorosas derrotas. Lo hizo en 2020 después del cruel episodio del Planche des Belles Filles, repitió la liturgia tras salir noqueado del Tour de 2021 por una severa caída y repitió coreografía en Laguardia después de abandonar la carrera francesa, en la que también impactó contra el suelo.

A cada desgracia en el Tour, Roglic se cura en la Vuelta, su fetiche. Es un resorte el esloveno. Irreductible. Ajeno a la rendición. Campeón en las pasadas tres ediciones después de padecer la maldición de la Grande Boucle, Roglic colocó la primera piedra para erigir un imperio en la Vuelta.

COMPETIDOR VORAZ

Roglic, que no busca excusas y siente aversión hacia la pose y la afectación, mostró su solidez en un final que dominó de punta a punta. En el repecho de Laguardia descontó a Pedersen y Enric Mas. Al resto les colocó un ramillete de segundos que fortalecen a Roglic, patrón de la carrera aunque el maillot de líder lo lucieran con anterioridad tres de sus compañeros. Era un prenda prestada. El liderato le pertenece. Es de su propiedad y no está dispuesto a rifarlo. El esloveno aventaja en 27 segundos a Evenepoel, en 33 a Carapaz, en 51 a Yates, en 52 a Mas, en 54 a Hindley y en 1:02 a Landa.

Roglic siempre compite. Bajo cualquier circunstancia. Hambriento. El esloveno es un depredador. Avisó en La Herrera, donde arañó tres segundos. Nunca descansa el esloveno, que camino de la cúspide de Laguardia, hombreó para hacerse un hueco. Impuso su estatus. Jerarca. Así remontó y desmontó cualquier alzamiento. Es el patrón de la Vuelta. No caben dudas. A Alaphilippe se le apagó el arcoíris. Reventó. Roglic calculó su distancia. Nadie pudo remontarle. Tampoco Pedersen. Mas se sostuvo. El mallorquín parece de vuelta. El que nunca se ha ido es Roglic. Siempre presente.

BOU Y OKAMIKA LO INTENTAN

Regresaron las sonrisas a la Vuelta, una vez olvidada la gymkana de los Países Bajos. En Euskadi se elevó el terreno. A Landa le pareció genial, al calor de los suyos. A Valverde, que estrenaba un mural en la parte trasera del autobús del equipo, el sol le iluminó y entregó una frase zen.

“Esta parte de mi vida, este pequeño momento de mi vida lo llamo felicidad”. El Euskaltel-Euskadi también tenía novedades. Estrenaba gafas y casco de tonos azules, brillantes. La combinación del cielo azul y el fulgor del sol. Calor. Verano en Euskadi, seco, árido. Apareció el relieve en Araba después de tres días en la llanura con la competición atenazada por la muchedumbre. La altimetría tenía sentido y los puertos de Opakua y La Herrera poseían significado.

El asfalto, avejentado, con memoria, convocó a Ander Okamika, con la memoria fresca de sus días en los Países Bajos, y Joan Bou, el hombre de naranja, siempre presente el Euskaltel-Euskadi cuando se trata de la aventura. Lutsenko, Shaw, De Marchi y Jarras Drizners acompañaron a ambos. El australiano tintineaba entusiasmo después de los malos tiempos. Una dura caída en el UAE Tour le dejó malparado.

Padeció una hemorragia interna en el hígado que pudo tener fatales consecuencias. Pudo contarlo. El recorrido, pestoso, quejoso, carreteras estrechas y sinuosas, el sube y baja, decretaron un día para la criba. Dureza. Cambio de registro. El trazado, ideado por Joseba Beloki, era indigesto. Pesado. Apelmazó las piernas.

EL JUMBO DOMINA

Los costaleros de Roglic dejaron que la fuga creciera lo justo. Nada de concesiones. Plegado Opakua, donde Bou sumó la cima, subieron los decibelios y se amainó la esperanza de la escapada. Las termitas colonizaron las piernas de Okamika. Bou se agrietó después. La fuga era una quimera. Dolor y penitencia entre los bosques de Izki. Cavagna, el TGV de Clermont Ferrand, se personó para acelerar la lijadora. Le apoyó el Bora.

Lutsenko, Shaw y De Marchi se evaporaron después, en el perímetro de La Herrera, el puerto incandescente, el calor sofocando los gaznates. La canícula de agosto. Jumbo lucía como en julio, en el Tour. Landa, en casa, se personó en el frente. Bennett, dos veces ganador en los Países Bajos, se puso rojo en la cola. Juan Ayuso, la estrella que algunos intuyen, inició con el aprendizaje del calvario el encuentro de la Vuelta con la dureza. “El día de descanso no sienta bien a todos”, dijo Matxin, su director.

TIENTO EN LA HERRERA

Los árboles protegían la cremallera que se abría hacia el puerto, donde se tamborileaban los dedos de la expectativa entre los favoritos frente al primer test. Affini, el líder, se dejó ir. Se arremolinaron Roglic, Evenepoel, Alaphilippe, Carapaz o Landa. El Trek fijó el ritmo para subrayar a Pedersen. La Herrera, por su parte amable, tenía malas pulgas. Ayuso y el lamento. El rostro de Higuita tampoco respiraba entusiasmo. Las miradas desconfiadas se imponían. A la espera. Cautela y precaución. Miedo al desnudo.

Pastoreó el Jumbo la ascensión. Alahilippe desplegó el arcoirís en cuanto el puerto cedió. Roglic le vio las intenciones. El esloveno esprintó y rascó tres segundos de bonificación. El descenso, a todo trapo, agitó la bandera de la velocidad entre los viñedos de la Rioja Alavesa, la bodega de Euskadi. Se removió el grupo, una coctelera de ambición. Regresó el orden antes de encarar el final. En guardia. Se prensó la carretera, secundaria. Viejo asfalto, rugoso. Misma costumbres.

Roglic, que es una extensión de las Vueltas antes conquistadas, se situó en el lugar exacto. Remontó corriente arriba. Salmón. Maniobró con destreza. El esloveno, felino, agarrado de abajo, se elevó y desde las alturas de Laguardia observó sus dominios. Continúa ampliando su latifundio. El resto, salvo el pulso de Pedersen y el empeño de Mas, se sentó en el sillín para rendir pleitesía al monarca. Elevaron los hombros y agacharon la cabeza. Genuflexión para saludar el triunfo del esloveno, que se sentó en el trono de Laguardia. Roglic reina en la Vuelta.