Lausana, la cuna del olimpismo, el nido del Comité Olímpico Internacional, dio la bienvenida al Tour, que buscaba el estadio olímpico en un ajedrez donde la presencia de Pogacar intimidaba demasiado en el tablero. Nadie quería despertar a la bestia, al hombre que todo lo compite y hace press de banca con la carrera. El enjambre de favoritos esperó a las maniobras del líder, que únicamente se situó delante para subrayar su dictadura. Dejó que sus alfiles, Majka y McNulty, pastorearan el grupo, timorato, tachonados los favoritos, en sus puestos, alrededor de Pogacar, el eje en el que gravita la carrera francesa.

Al pebetero de la gloria se accedía por una cota repleta de voces y ánimos, arengando la llegada con un redoble de tambor. En ese baile de mascaras, Vingegaard se prensó al dorsal del líder. Planchado sobre su perfil. El resto de nobles espabiló en una tensa calma, dispuestos para la descarga eléctrica del esloveno y su política de tierra quemada. Pogacar, más sereno, eligió subir a ritmo, el suficiente para que a nadie le entrara un arrebato ni ganas de molestar. Van Aert, un ciclista colosal como Pogacar aunque de otro estilo, entendió que debía merodear al esloveno, la referencia, el guía. Estar cerca del líder es aproximarse a la victoria. Son vecinos. Puerta con puerta.

COLOSAL VAN AERT

Avanzó posiciones con determinación el belga. Valiente. Generoso. Se encontró con Pogacar y Matthews en la resolución. Son amigos el esloveno y bling-bling. La medalla de oro que se repartía en la cota del estadio olímpico la querían los tres. Un podio olímpico. Al australiano el dorado se lo otorga el apodo. Al líder, el púrpura, el material del que está hecho: oro macizo. Van Aert vale su peso en oro. Finalizada la panza de la cota, la rampa que tenía aspecto de trampa si Pogacar la hubiera activado, se vieron las caras en el esprint. Se alegró Van Aert. También el líder, que se embolsó cuatro segundos de bonificación. A Matthews le bautizó la plata. Pogacar estaba contento no tanto por sumar cuatro segundos más de ventaja y lastrar a Vingegaard y al resto de favoritos con un manojo de segundos como por esquivar el covid y no dañarse en una caída que le rozó.

LA AMENAZA DEL COVID

El azar es puñetero. El destino, inquietante. Ni Pogacar, todopoderoso, es ajeno a los designios de la cábala. Es un verso libre la vida. Al esloveno le colgaba aún la sonrisa que adquirió en la azotea de La Planche des Belles Filles, vestido de amarillo, traza de campeón, hasta que despertó y supo que su compañero, Vegard Stake Laengen, causó baja por covid. Bouchard y Moscon también tuvieron que abandonar el Tour por culpa del virus. Es el peor rival de todos. El imbatible. El poso de la preocupación barnizó a Pogacar, capaz de dominar a los adversarios, pero vulnerable ante el enemigo invisible. Amenzante. Al acecho. El covid no respeta jerarquías. Tampoco las caídas, la pandemia de las carreras.

Son una constante, más en la semana loca de la Grande Boucle, un amasijo de velocidad, tensión, nervios y la expectativa desmedida de muchos que creen que todo es posible, ya sea ganar o hacerse un hueco en la carretera. En ese ambiente, un pandemónium, medio pelotón se enredó en una montonera. Derribado el líder de su peana por accidente. Pogacar cató el suelo por culpa del efecto dominó. Una ficha derribó a otra y así, sucesivamente. No le ocurrió nada al esloveno, pero sabe que ni siendo el mejor es ajeno a los avatares de la carrera. Los que se libraron esperaron al líder y a otros caídos como Quintana, Gaudu, Bardet o Thomas.

LA ESCAPADA

Los tres fugados, Cattaneo, Frison y Wright, se frotaron las manos. Serían los primeros en atravesar la frontera Suiza. Les recibió el sonido de los cencerros, que viene a ser la banda sonora del país neutral salvo para el dinero, acorazado por el secreto bancario. A los gobernantes suizos no les importa tomar partido, preferiblemente por los ricos. El dinero no tiene patria ni bandera. En la ordenada Suiza, la carrera era queda, a juego con el paisaje bello y bucólico. En un lugar que se aleja de las prisas y enraíza con la contemplación, Cattaneo instó a sus compañeros a abrir gas para no ceder.

Se apresuraron el italiano y Wright, que le dieron cuerda al reloj de la ilusión. Tacharon a Frison, que penó en los repechos y las cotas de un día de media montaña. Thibaut Pinot, que tiene algo de antihéroe, se estampó dos vece subiendo el Col de Pétra Félix. El francés se enganchó y se cayó. Mientras retomaba el ritmo, se acercó al margen de la carretera y chocó violentamente con el brazo de un auxiliar del Trek. Un golpe de realidad en el rostro. Curiosamente, Pinot fue el último francés en vencer una etapa del Tour en suelo suizo. De aquello han pasado diez años. Una década de esperanza y ruina.

EL INTIMIDANTE POGACAR

Cattaneo y Wright se empeñaron. El Jumbo y el BikeExchange se personaron en el frente con la idea de servir de pértiga a Van Aert y Matthews. El Ineos también entró en el juego de la colocación. Cortaron el sueño del dúo después de las cosechas, en el callejero de Lausana. A la calle del olvido. Wright se exprimió la máximo. El canto del cisne. Entonces Pogacar enfocó la cota. Alumbró la subida. Su luz, la oscuridad para el resto. Determinó un ritmo marcial. Vingegaard se planchó al líder. Thomas, Yates, Bardet, Mas, Gaudu y Roglic se apelmazaron alrededor. El grupo adelgazó. Eliminación. Cuesta abajo en la empinada calle que acudía al encuentro con el adagio de “lo importante no es ganar, sino participar”. La frase de cabecera Pierre de Coubertin. En el Tour solo vale ganar, sobre todo si Pogacar merodea. El olimpismo también invoca al citius, altius, fortius. Más rápido, más alto y más fuerte. Van Aert cumplió con el precepto para agarrar el oro.