¡Danzad malditos! Baile en el infierno. Lapidación entre las piedras. Tadej Pogacar, de profesión, sepulturero. El genio esloveno, solo, sin la asistencia de su equipo, se las ingenió para domar los adoquines. Escultor. Nada se le resiste al esloveno, un campeón de época. Pogacar dominó el infierno a su antojo. El Tour de Francia será lo que quiera Pogacar, el chico maravilla, el campeón desde todos los ángulos. El esloveno, bicampeón del Tour, corregido y aumentado. Es una hipérbole el esloveno. Lo suyo fue otro despliegue estratosférico. Pogacar derriba la historia y aniquila los adjetivos.

Ningún diccionario puede aglutinar suficientes elogios para describir las hazañas de Pogacar, un asesino con cara de niño. Tadej The Kid. El esloveno, un joven barbilampiño, irrumpió como una bestia parda. Despiadado. No se le alteró el pulso al esloveno fantástico, al hombre que viene del futuro. Nada de cara deformada por el esfuerzo. Ni jadeó. Se divierte. Mayúscula su superioridad, el esloveno trituró las bielas y aplastó a los rivales que buscan París, que parece de su propiedad. Solo algún incidente puede apartarle de su misión: coronarse con su tercer Tour.

"Teníamos que sobrevivir para no perder el Tour. Traté de hacer mi propia carrera y sobre todo evitar las caídas"

Tadej Pogacar - Ciclista del UAE

Pogacar es el mejor de punta a punta. El rey. Nadie se le aproxima. Además, la suerte, indescifrable, le acompañó camino de Arenberg. Es su amante en el Tour. Le abraza sin disimulo. Pogacar vale más que un pelotón entero. El día en el que todos cruzaban las dedos, Pogacar se señaló. Número uno. El mal fario secuestró al Jumbo, en estado depresivo entre las piedras. Se estrelló. Vingegaard pinchó y se quedó en el limbo. Le rescató su equipo. Van Aert, que mantiene el liderato, acudió a socorrerle y salvó a su líder. El danés perdió 13 segundos con otros favoritos. No estaba ahí Roglic. No cuenta.

El esloveno, al igual que el pasado curso, se fue al suelo. A él se le escapó el Tour, en objetos perdidos. Pogacar le cargó 2:05. Una bala de paja suelta tuvo la culpa. Roglic es el antihéroe. El Tour no le ama. Femme fatale. Repudiado. Aniquilado en la Planche des Belles Filles en la explosión de Pogacar, caído el año pasado, cuando tuvo que abandonar, y otra vez en el suelo (se dislocó el hombro y se lo colocó el mismo en su sitio) camino de Arenberg. De caída en caída hasta la caída final. El Tour de Roglic no tiene remedio. Tampoco el de O'Connor, otra víctima.

POGACAR CONTRA EL MUNDO

Pogacar fue otra vez Gulliver en Lilliput en una etapa que resolvió en la agonía Simon Clarke entre los fugados. El Tour será lo que él quiera. Lo tiene en sus manos, prensado como un niño que estrangula un peluche. La etapa fue todo dureza. Pétrea. Pogacar, sublime, acumuló 13 segundos con los otros favoritos: Vingegaard, Vlasov, Thomas, Yates, Martínez, Mas, Quintana… pero mostró una superioridad monstruosa. El esloveno, valiente, no se parapetó en los sacos terreros. La mejor defensa es un ataque. Asusta.

El heredero de El Caníbal. Entre las piedras mordió a todos. A los que se libraron de sus colmillos, les hundió el mal fario. A Roglic le acompañó O’Connor en la pena. El australiano penalizó cuatro minutos por un avería mecánica antes de que se desatara un carrera por la supervivencia. Nadie está a salvo en el Tour de Francia. Un Saturno que devora a sus hijos. La Grande Boucle son las victorias, pero, sobre todo, las derrotas.

SUSTO DE VAN AERT

El festín de Van Aert, exuberante, la traca final de los fuegos artificiales, mutó antes de las piedras. Se enganchó con Kruijswijk. Cuerpo a tierra. Al suelo. El belga, cojeando, se enganchó a los pedales. Era el aviso de un día aciago para el Jumbo. En la persecución entre los coches, esquivó el choque con el coche del DSM de milagro.

Aún restaban varias brazadas para el contacto con la cantera del Tour, con sus piedras irregulares, y un escalofrío recorrió el espinazo de Van Aert, que cosió el hueco. La adrenalina, el escudo para combatir el miedo al pavés, barnizó las piernas. El frenesí, la tensión, el caos. Una estampida. Huir hacia la supervivencia. Las piedras las bautizaron Van der Hoorn, Cort, Powless, Boasson Hagen, Clarke y Gougeard, fugados de alto nivel. Al fin el Tour se rehabilitaba.

Pogacar comprendió que, debilitado su equipo, en los huesos, debía tomar el bastón de mando para tallar las piedras con sus propias manos. El esloveno, un ciclista mayúsculo, se encoló en la proa en el tramo inaugural del pedregal. Se hizo una estatua. No titubeó en medio de la locura. Líder in pectore. El primer sorbo de los duros adoquines lo resolvieron los favoritos de trago. Pogacar reprodujo la escena en el segundo trecho de empedrado. Un calco. El método esloveno.

Los lobos de Lefevere mordieron. Sedientos. Honoré arando las piedras. El polvo en suspensión se coló en los poros de la piel. Polvareda. Rostros sucios. Bocas secas. Pulmones de arena. Piernas apolilladas. El látigo troceando el grupo. Guerra en la trinchera infinita. O’Connor, que soñaba con las montañas, maldecía el adoquín. Un pinchazo le dejó sin aire. Tortura. Persecución.

AVERÍA DE VINGEGAARD

El grupo cogía oxígeno para bucear entre los adoquines. Siempre en apnea. Sagan se fue al fondo. Una caída le tachó. El Jumbo asomó. Pogacar, seguro de sí mismo, no se encogió ni un ápice. Van Baarle, campeón de la París-Roubaix, tomó el testigo. Thomas se colgó de él. Pogacar, solo ante el peligro, se soldó. Vlasov escaló en la cordada en medio de la polvareda. A Van der Poel se le posó todo el polvo encima. Polvo eres y en polvo te convertirás.

La carrera era un western crepuscular. Tiroteo. Una bala perdida alcanzó de lleno a Vingegaard por una avería mecánica. El danés entró en pánico. Van Hooydonck le cedió la bici, pero era gigante. Después asomó Kruijswijk, que prestó la suya. Apareció más tarde el coche de equipo. Vingegaard se ensilló con una bici hermana. A perseguir. Sirenas. Pogacar, Roglic, Vlasov, Thomas y Adam Yates silbaban entre las sacudidas del adoquín hasta que Pogacar se despidió de todos. Una vez más.

Roglic, tras su caída. Le Tour

CAÍDA DE ROGLIC

Sálvese quién pueda. McNulty, que escoltaba a Pogacar, se estrelló en una bala de paja suelta. Roglic también fue víctima de la paja. Algo que sirve para amortiguar dañó a Roglic hasta el alma. Derribado por un fardo. Se luxó el hombro. Se lo colocó el mismo. Desastre del Jumbo. Gabinete de crisis. Pogacar sonreía. Travieso. Aplastaba las piedras, sus aliadas. Apisonadora. Se alió con Stuyven. Persiguieron el rebufo de la fuga, que quedó reducida a Van der Hoorn, Boasson Hagen, Powless y Clarke, que tiraban los dados para repartirse la etapa. La agarró Clarke en un vis a vis agónico con Van der Hoorn. Por detrás, el Tour estaba en juego. Pogacar, intimidante, celebró una decena de segundos de renta. El resto tuvo que agachar la cabeza. Son conscientes de la superioridad del esloveno, que levitó entre los adoquines. Después los lanzó contra sus rivales. Con esas piedras construye su tercer Tour.