En Viana confluye el Renacimiento. César Borgia yace en la Iglesia de Santa María. Es el catalizador de la relación que une a Nicolás Maquiavelo y Leonardo da Vinci. La espada de César Borgia tenía escrito el lema que las legiones romanas gritaron cuando Julio César cruzó el río Rubicón para gobernar Roma en contra de los designios del Senado. "César o nada", bramó el ejército. César Borgia, hijo del Papa Alejandro VI, inscribió esa leyenda Aut Caesar aut nihil, en latín, en su espada para guerrear por Italia como capitán general de los ejércitos papales.

En la toma de Florencia, arrebatada a los Medici, se quedó con Leonardo da Vinci, el más brillante ingeniero militar de su época y uno de los mayores genios de la historia. El Renacimiento hecho hombre. Se cuenta que a Leonardo da Vinci le inspiró la Gioconda el velo que vestía la hermana de César Borgia, Lucrecia. Maquiavelo también se unió a César Borgia. Fallecido el militar, político y guerrero en una emboscada en Navarra, Maquiavelo cayó en desgracia. Lejos de todo, apartado del poder que recuperaron los Medici, Maquiavelo escribió El Príncipe, el manual de la política moderna, esa que establece que el fin justifica los medios. Los caprichos de la historia conducen a Viana. Los hilos de la Itzulia también tiran de ella. Atrajeron el talento de Julian Alaphilippe, que desplegó su arcoíris y cerró la puerta al sueño de Ibon Ruiz. "Alaphilippe o nada", exclamó el Quick-Step.

El bicampeón del Mundo, al que catapultó el forzudo Evenepoel, fue el más rápido, al que todos esperaban. A punto estuvo Ibon Ruiz de voltear la historia. El gasteiztarra, integrante de la fuga que cubrió más de 200 kilómetros con Azurmendi, Okamika y Amézqueta, se quedó a 400 metros de provocar una sorpresa extraordinaria. Pereció en la orilla. "Lo rocé con la punta de los dedos. Me ardía el pinganillo. A falta de un kilómetro creía que lo tenía, pero cuando he girado la cabeza a 500 metros y he visto el pelotón encima, se me ha caído el mundo encima", expuso Ibon Ruiz. Despiadado la manada de lobos. Hizo presa. Después Alaphilippe se impulsó al cielo de Viana, donde Roglic, sereno, continuó de líder.

HOMENAJE Y FUGA

La cuerda que llevaba a Viana era la más larga de la Itzulia, 207,5 kilómetros de metraje que comenzaron a tejerse en Leitza, un nudo de aizkolaris, harrijasotzailes, pelotaris y ciclistas. El humus del deporte en Euskal Herria. Otro Renacimiento. En el pueblo que tanto trabajó la piedra en sus canteras, puso el despertador la segunda jornada de la carrera. Unas tijeras sirvieron para desatar el día. Mikel Nieve e Ibai Azurmendi, hijos de Leitza, homenajeados por la Itzulia, cortaron la cinta. A Azurmendi, del Euskaltel-Euskadi, le entusiasmó el emotivo aurresku en su honor, pero prefirió autohomenajearse con una huida en las rampas de Uitzi.

Le acompañaron Ander Okamika, del Burgos BH, Ibon Ruiz, del Kern Pharma, y Julen Amézqueta, representante del Caja Rural. Una entente cordial entre ciclistas vascos apasionados en la carrera de casa. Roglic, magnánimo, miró hacia otro lado. Gobierna la Itzulia, pero esa batalla de la muchachada inconformista y rebelde, como aquellos personajes de Kerouac en En el camino que querían comerse el futuro y cambiar el mundo, no forma parte de su política. El imperio de Roglic es otro, distinto.

En la Itzulia mandaba la tradición. El costumbrismo. Sosegado el pelotón, entusiasmados los fugados, la renta en favor del cuarteto no tardó en tomar vuelo para enfrentarse al maratón. Los paisajes nevados se sumaron a la Itzulia en la Sakana. En Lizarraga, el alto más picudo del día, las cunetas saludaban blancas y frías. Azurmendi, Okamika, Amézqueta y Ruiz se animaron con entusiasmo. Se apoyaron con fruición los unos a los otros. Compartían idioma, lejos del Babel del pelotón. Por detrás, el Jumbo gestionaba el tiempo sin prisas.

RENTA DE CINCO MINUTOS

No les apretaba la fuga, que actuaba de lanzadera. El cuarteto se fue hasta los cinco minutos de renta. A partir de ese momento, con la calculadora en la mano, el Quick-Step puso en marcha el mecanismo de caza. Alaphilippe, que se quedó en un limbo en Hondarribia, quería desplegar su arcoíris. Sin presencia del viento, ausente, en la calma, afilaron el colmillo entre carreteras anchas. Les raparon un par de minutos. La manada de lobos de Lefevere al trote es para muchos un galope. Lo sufrieron en la escapada, que parecía controlada. El Jumbo, que protegía los intereses de Roglic, también se solidarizó con el sonido de la lijadora.

CRECE LA ESPERANZA

En Aguilar, el último puerto del trazado, una ascensión amable, con el pelotón a más de 30 km/h, se fijó cierto relax. Parecían condenados Azurmendi, Amézqueta, Okamika y Rui. En el gran grupo se jugaba con su destino. Vansevenant, uno de los porteadores de Evenepoel y Alaphilippe, se encendió para que no decayera demasiado el ritmo. El impulso del belga arrancó treinta segundos de ventaja a los fugados hasta que regresó la pausa. Solo se movían los molinos de viento ante los Quijotes. En la cima esprintaron los fugados que peleaban por el maillot de la montaña. Se la jugaban Ruiz y Okamika. El gasteiztarra, que creció en la escuela de ciclismo de Joseba Beloki, acabó en el podio como rey de la montaña.

"¿VAIS A GANAR A ALAPHILIPPE O QUÉ?"

No bajaron los brazos Azurmendi, Amézqueta, Okamika y Ruiz, que aún respiraban esperanza ante el desapego del pelotón, que les tuvo a un minuto, pero que no terminaba de acelerar. Doblaron la ventaja en la escapada, con un par de minutos a menos de 15 kilómetros de Viana. Ibon Ruiz se desató. Okamika, Azurmendi y Amézqueta cedieron entre dudas. Rubén Pérez, director de Okamika, vio cómo tiraba el Caja Rural en el pelotón. Se encendió. No entendía la maniobra. Una llegada en pelotón era ofrecerle la victoria a Alaphilippe en bandeja de plata. Se lo recordó al coche del Caja Rural. "¿Vais a ganar a Alaphilippe o qué?".

El lekeitiarra se desgañitó en la persecución. No encontró respuesta. Ruiz empujó como alma que lleva el diablo. Camina o revienta. Cuestión de fe. En el pelotón sonaron las alarmas. Ululó la preocupación. Ibon Ruiz giraba el cuello. Pendiente del retrovisor, del que colgaban Okamika, Azurmendi y Amézqueta. La emoción abrazó el final. Un thriller. Puro frenesí. Ibon Ruiz mantuvo el pulso hasta los estertores. A 400 metros, fundido a negro. Entonces salió el arcoíris de Alaphilippe en Viana.