Entre miles de olivos, los corazones de aceite que bombean el oro de Andalucía, sobresalen las cicatrices de tierra, el camino de los recolectores de olivas. La ruta de la dureza, el esfuerzo y el trabajo. En esas coordenadas se maneja de maravilla Alexey Lutsenko, un tipo duro, bizarro, que conquistó la carrera de la tierra y que en lugar de con una rama de olivo, le premiaron con una oliva gigante dorada. El fruto del olivar. Una versión peculiar del adoquín de la Roubaix. Lutsenko fue el Neptuno kazajo en el mar de los olivos. En esas veredas polvorientas, Lutsenko, que disfrutó del paisaje en solitario, hizo morder el polvo al resto. Tierra a la vista. Izó el kazajo la bandera del orgullo en una exhibición que ni Wellens, segundo, ni Vliegen, tercero, pudieron frenar. Ambos a casi un minuto del kazajo.
La tierra es para quién la trabaja. Nadie la sembró mejor que el kazajo, desatado en la que carrera que dibujó la imaginación de Pascual Momparler, seleccionador español de ciclismo, que trazó una clásica entre Baeza y Úbeda. 196 kilómetros para morder el polvo. Territorio comanche. A la Diputación de Jaén le entusiasmó la propuesta de esa Epifanía y nació la Clásica Jaén Patrimonio Interior, que pretende ser una Strade Bianche de un lunes cualquiera sin Siena y sin el paisaje evocador y sugerente de la Toscana. Tierra y olivos. Demasiado incluso cuando el día coincide con San Valentín. No hay amor que soporte la comparación.
Por eso, en la salida, había más pelotón que aficionados. Aunque el paisaje y el territorio eran un invitación a emplearse con las bicis de gravel, ese híbrido entre las monturas de carretera y las de ciclocross, Xabier Mikel Azparren, el hombre pegado a una fuga, decidió poner pies en polvorosa. No hay día de fiesta para el del Euskaltel-Euskadi. En guardia.
GRAN ACTUACIÓN DE IGOR ARRIETA
Con él se erizó Igor Arrieta, que en su sexto día de competición, asomó en el escaparate. Quiso mostrarse el jovencísimo navarro del Kern Pharma. Ambos apuntan al futuro y apuntalan el presente. Con ellos rodaron Berckmoes, Alba y Haga. La tierra se fue comienzo la ilusión de los fugados. Polvo eres y en polvo te convertirás. Arrieta, estupenda su estampa, mantuvo las constantes vitales. Solo entre el oleaje de los olivos al sol. Finalmente, a Arrieta le enterró el esfuerzo entre tramos de sterrato que horadaban los músculos. El Lotto gobernaba por detrás.
La clásica entró en tierra minada. Lutsenko, explosivo, irrumpió en escena. Bisonte en estampida. Arrancó el kazajo. Rompe y rasga. El empeño del ciclista del Astana desfiguró al resto. Cambio de registro. Kämna, Wellens y Swift tuvieron que perseguirle. Por un momento fueron capaces de soportar el estallido del kazajo, que no estaba dispuesto a hacer prisioneros. Camina o revienta. Sembraba Lutsenko la tierra, fuerte como un tractor, poderoso en las sendas de tierra que garabateaban caprichosas entre el olivar.
NADIE PUEDE FRENAR A LUTSENKO
Al forzudo kazajo no le asustaba la tierra. Tampoco el adoquín de Úbeda, donde se situaba la meta. En el paso anterior a la celebración, Lutsenko metió casi un minuto de ventaja en las alforjas. Su alimento. Puso tierra de por medio el kazajo. Kämna, Wellens, Vliegen y Swift no veían ni el humo que dejaba tras de sí el paso de Lutsenko, que coceaba los pedales cada vez que encaraba una tramo de tierra.
No faltaban olivos y tampoco tierra, pero en la Clásica de Jaén se echaban de menos las voces del entusiasmo de la afición, que solo se incorporó a la llegada. A Lutsenko, un animal salvaje, la soledad no le asustaba. Le gusta. Disfrutaba en cada palmo. Lutsenko corre a dentelladas. Sin tregua. Muerde.Ni el entendimiento entre el cuarteto perseguidor pudo con el caballaje de Lutsenko, un corredor sólido, rocoso. El último tramo de sterrato subrayó la jerarquía del kazajo, cómodo entre la tierra, el polvo y la gravilla. Cuando encaró el adoquín de Úbeda recordó que las piedras están hechas de tierra. La de la Clásica de Jaén es suya. Territorio Lutsenko.