Empapelada. Una pasada. No puedo mostraros cómo era la habitación en la que vivía porque tiene que ir esta otra que veis en mitad del texto. Pero me gustaría que la vierais. Es que ni para los enchufes quedaba sitio. Lo de esta mujer con la pelota -y los pelotaris-, las tres mujeres, porque Txus es la excepción, es de traca, de récord, de asustar. A ese santuario le faltaba un detalle y sería la Meca, el Muro de las Lamentaciones, la catedral de Burgos y el Santo Sepulcro de la pelota; que la ventana se abriera en medio del frontis del Astelena o la pared derecha fuera a la vez pared izquierda del frontón de Dulantzi. Y en el altar de su particular sancta sanctorum, en el cabecero de la cama, el dios Irujo. Tiene tela. Todo quedó desmantelado cuando se cambió de casa y trasladó los trastos a Nájera, donde dudo que Jorge Larrea permita que el de Ibero vaya donde va la suya, la de la pareja, casada felizmente hace unas cuantas lunas. Cristina y Naroa, madre y hermana, padecen de las mismas fiebres mientras que, dicho está, a Txus, el deporte “se la resbala”, en vivo o por la tele. La pelota es un asunto de familia desde que ésta se trasladara a Dulantzi cuando Garazi sumaba sus primeros diez años de vida. Los Martínez Suárez socializaron su presencia en Alegría de Álava -donde no conocían a nadie- a través de la pelota. Las hermanas entraron en el Unión Alegre, integrarían luego la pelota en el C.D. Alegría y al final, con la madre de presidenta, crearían el club de pelota Eskuhuska. Txus se encargaría de los números y de vigilar los euros y Aitor Etxeberria sería directivo y entrenador. Garazi Martínez es mujer pelotari. Y manista sobre todas las cosas, aunque su gran título lo consiguiera con la pala y en el trinquete, junto a Ane Ibáñez, en la final sub’22 del GRAVNI contra Guipúzcoa en el Oberena. “Partiendo de la mano, en lo que empecé, me sentí mejor en pared izquierda, más natural”, se sincera. Las posturas y el golpeo en goma maciza -“ahí me desfogo”- recuerdan a las maneras del juego de mano “porque en el trinquete, con la saltarina, todo es mucho más técnico, de toque y colocación”. Garazi es de frontón. Definitivamente. Comenzó a jugar con diez años -Naroa le lleva tres- en la modalidad de mano. Primero juntas -eran las únicas- y luego con Unai Pérez, su compañero en tantos partidos. Hicieron grupo y hasta participaron en el torneo Interpueblos. Naroa jugó contra Jauregi y Garazi ante Mendinueta en la categoría pequeña. “En ese partido hicimos tres de los diez tantos que sumamos en toda la competición”. El compañero no podía con el saque de Mendinueta. “¿Nos cambiamos?, nos preguntamos en aquel cruce ante Maeztu. Mira no, mejor no. Cuánto menos dure el calvario mejor”, se dijeron. Desde los doce simultaneó mano y pala. La paleta le llevó un año a Errekaleor y luego a Etxarri, donde primero entrenaba a mano y, tras quitarse los tacos, a pala. Entre los chavalines con los que entrenaba estaban Adur Lasa y Bakaikoa. En el Escolar fue la única hasta que vino Aitziber Asteasuinzarra y luego “una chavala de Amurrio con diadema en la cabeza”. Otra más, Maider González, de Nanclares, no llegó a competir. Nunca jugó contra los buenos, “no destacaba”, pero es que entrenaba con el Ponja, el Maqui, el Varas, el Piojo? Así es imposible. Con 16 se decanta por la herramienta. “Con los muy pequeños no era cuestión y con los mayores ya no podía” pero ha vuelto a la mano con la Emakume Master Cup, con las veteranas Maider Mendizabal y Maite Ruiz de Larramendi y las más jóvenes Olatz Ruiz, Arrate, Alba y Leire Garai con quien ganara en Santo Domingo el último verano. El pasado 4 de febrero la volvimos a ver de blanco dándole a la goxua en el Ogueta. Disfrutando. Con la paleta, junto a Yanira Aristorena, se impondría en un Open de Álava en el que las alavesas mezclaban con gente de fuera. Isasmendi, Ibáñez, Etxeberria, Gómez de Segura, Dorronsoro eran las otras representantes alavesas. No obstante, el debut, el primer torneo oficial y federado le tocó disputarlo en Vizcaya, con apenas 14 años y acompañando -“nunca mejor dicho, porque toqué muy poca bola”- a Susana Muneta, toda una campeona del Mundo. Quedaron en segunda posición. En aquella cita de goma en Muzkiz, Naroa jugó con Larramendi. Chicas de otra liga. A pesar de todo, su mejor recuerdo data de su estreno de blanco en Etxarri, siendo aún infantil y jugando junto a la hermana. “Con la pala podíamos defendernos”. Hoy, con licencia riojana, sigue practicando y lleva un grupo en Albelda. Con la pelota a mano tiene previsto formar equipo en Fuenmayor, junto a Aitziber Labayen y, por las cosas del “querer”, defenderá a La Rioja en el GRAVNI. Pelotazale por encima de todo. Si conoce bien Euskal Herria es por culpa de sus frontones. El del Espinal, el Labrit y el de Dulantzi son sus cachas preferidas. Junto a Maider González, Xabi Judez y Aratz Castresana vivió su niñez persiguiendo a los pelotaris hasta el vestuario y sala de prensa. Con Oinatz, recién debutado, “había muy buen rollo”, igual que con Irujo. Pero es con los aficionados -que muchos de ellos pasarían luego a profesionales- con quienes hubo verdadera relación: con Beroiz, Yoldi, Urtasun, con Ibai Jauregi, Bergera, Iturrioz, Peñas, Ander Elezkano e Iza? Y muchos más. No se rollos, pero emparejar no emparejó hasta que Larrea se cruzó en su camino. Primero por las redes, hasta que “el brutico y aldeanico,-igual que yo, me convenció”. Con Martínez de Irujo, su preferido, sudó lo indecible para conseguir su muñequera. Tras intentarlo cuatro o cinco veces -Irujo pasaba- decidió sacar una pancarta en el Ogueta, en la semifinal del parejas. Decía: No pido sudadera, sólo muñequeras. No te hagas el orejas, aunque sean unas viejas. Con aquello le convenció. Ese día, la gente de Aspe les prometió entrada para la final si redactaban otra buena pancarta. Allí que se fueron, al Atano, en 2005, con el mensaje: ¡Qué regalazo, las muñequeras molan mazo! Luego, el dios Irujo se hizo hombre y en la pequeña cripta en la que su habitación se había convertido con el paso de los años, su venerada figura fue a parar donde el Grial Santo le corresponde, a la cabecera, el lugar más sagrado del sagrado templo. La habitación del pánico.