El fin de semana este periódico contó en exclusiva la intención de Mauricio Pellegrino de demandar al Alavés el impago de una prima por objetivos que supuestamente se le adeuda. La no renovación del técnico argentino fue un fracaso de la directiva de Josean Querejeta y me recordó a su incapacidad para cerrar la de Velimir Perasovic hace un par de temporadas. De un tiempo a esta parte al presidente le ocurre una cosa. Muy pocos entrenadores le llenan y es incapaz de convencer económica o deportivamente a los pocos que sí le entran por la vista. Por su guillotina pasaron hombres como Pepe Bordalás o Sito Alonso pese a cumplir los objetivos y otros como Natxo, que también lo hicieron, nunca gozaron de una gran valoración profesional dentro de su despacho. Tanto Baskonia como Alavés siguen siendo un gran escaparate (cada uno a su nivel) para entrenadores emergentes o que buscan relanzar su carrera. Los que efectivamente lo consiguen se largan sin mirar atrás y dejan a Querejeta con sus contratos basura, su 1+1, sus atrasos en los pagos y el supuesto rateo con las primas. Desde fuera da la sensación de que el presidente ha ido vulgarizando el papel del entrenador y reduciendo al mínimo su confianza en esta figura. En Baskonia ha tenido ocho desde que en la primavera de 2013 destituyó a Dusko Ivanovic. Los perfiles de técnicos elegidos se han bifurcado en dos: entrenadores de clase media (o baja) con cierta trayectoria como en equipos menores y gente de la casa. En el Alavés también ha tenido ocho en seis años. Casi todos han tenido un halo de provisionalidad no tan alentado por el poco pedigrí de su nombre sino con la querencia de su jefe a fagocitarlos. Pablo Prigioni es la última elección de Querejeta para el banquillo del Baskonia. La gran ventaja del argentino respecto a cualquiera es que ninguno de los otros es Pablo Prigioni. La carta de poner a dirigir a una leyenda siempre concede algunas ventajas. El aficionado tiene más empatía con alguien a quien admira. La proximidad emocional le dará más tiempo, más crédito y menos debates mientras da forma a un equipo nuevo otra vez. En un club que se reinventa cada año, ganar tiempo en otoño es clave para entrenadores a los que no se les suele dar el mejor ecosistema para triunfar. Con el tiempo, a Prigioni se le evaluará por su trabajo y este vínculo afectivo irá desapareciendo. La gente le va a querer siempre, pero llegará un tiempo que será entrenador antes que leyenda. Ahora, mientras descubrimos qué tipo de director técnico es, es más el póster de un mito del club bajado del techo del pabellón a la banda que alguien a quien se escrute. Se le observa con una mezcla de admiración, curiosidad y buenas expectativas. Uno tiende a pensar que la experiencia es algo sobrevalorado cuando hablamos de banquillos. Zidane, Mourinho o Guardiola alcanzaron en los primeros años de sus carreras unos éxitos que difícilmente van a repetir, por mucho que entonces acumulen veinte años de vuelo. También Steve Kerr ha saboreado la gloria de inmediato casi debutando como entrenador. Si Prigioni tiene una idea clara de qué tipo de entrenador quiere ser y es capaz de transmitirla, no creo que el hecho de que sea rookie sea muy importante. Será clave ver cómo gestiona la transición al otro lado del vestuario y la percepción que su jefe tiene de él. En el momento que Querejeta lo vea solo como un entrenador, estará jodido.
el ejemplo de martín fiz El atleta vitoriano consiguió el domingo en Chicago su quinta victoria en Major (las seis más importantes del mundo) en la categoría para mayores de 50. Es el primero en conseguir este hito y además con récord de propina. Está a una victoria en la de Londres de cerrar el círculo y conseguir el objetivo que se propuso de hacer pleno en las seis grandes. La vigencia de Fiz continúa siendo el mayor reclamo de una marca-ejemplo de salud, valores y por supuesto competición. La gran aportación del vitoriano a la sociedad no son sus victorias, sino el ejemplo de superación que transmite. Fiz es una inspiración para mucha gente que, como su sobrino Miguel Churruca, nunca ganará una carrera pero su victoria le está esperando en la línea de llegada. Terminar un maratón no es acabar con varias horas de esfuerzo (y sufrimiento). Es culminar un reto que implica sacrificio y esfuerzo durante meses. Enhorabuena a Martín por inspirar y a Miguel por toda su dedicación que el domingo se plasmó durante más de tres horas y media.
PD: Tráeme algo típico de Chicago. Ron o algo de eso.