Bilbao - El comienzo alpinista en el Estado es bicéfalo. Una cabeza es la de Josep Manuel Anglada (1933) y la otra es de su pareja, Elisabeth Vergés (1939). Los dos fueron parte de los primeros pasos en la montaña en diferentes ámbitos. Anglada atesora en sus piernas el honor de haber sido el primer español en coronar un sietemil y un ochomil. Asimismo, en su retrovisor está la primera expedición fuera del Estado, la que les llevó a los Andes peruanos. Ella, por su parte, ha sido la sombra de su marido y una inquieta espeleóloga y escaladora. Cuenta la catalana que “ya hacer en los sesenta deporte, era una victoria”. Ella ha sido fundamental en la montaña femenina.

Analiza Anglada que el veneno de la escalada, que aún le hierve las venas pasados los ochenta, comenzó en tiempos de hierro. “Tuve una infancia muy agradable y mi padre a los catorce años (1947) me envió a Manchester a estudiar. En Inglaterra ya buscábamos cosas para hacer. De allí, me mandó a Alemania, a Stuttgart. Me apunté al club alpino alemán, que tenía 200.000 socios. Yo quería hacer espeleología y estuve en la sección de montaña. Hice muchos amigos allí. Ese fue el inicio. Íbamos a todos los sitios en bicicleta, porque no había demasiadas conexiones. Acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial y la ciudad había sido bombardeada”, admite el alpinista catalán; mientras que Vergés revela que la pasión le nació “de pequeña”. “A los doce o catorce años me fui introduciendo. Mi hermano estaba en el club de montaña de Barcelona. Seguí el proceso normal de quien ve lo que hacen los demás y le gusta. Hice cursos de escalada y de técnica alpina. Empecé haciendo espeleología. Me interesaban las cavidades”, asevera. En el club Barcelonés coincidieron los dos, porque el hermano de Elisabeth compartía aventuras con Josep.

Prosigue su historia Anglada y explica que “cuando marché de Alemania, me fui a África del norte, entre Túnez, Argelia y Marruecos, haciendo autoestop. Pasé el desierto e hice el Toubkal. Fui de los primeros. Cuando llegué a Barcelona era el final del 53. Tenía mucho contacto con los alemanes y en el club organizaba conferencias. Hacían escaladas en los Dolomitas y los Alpes, cosas que no se habían visto”. Las casualidades se ataron a la vida de Anglada mientras estaba en África. Todo le indicaba que iba a lanzarse a las cotas más altas. “Estaba en Túnez, tenía una pequeña radio y escuché que se había hecho el Everest. Me acordaré toda la vida. Tenía 20 años”, evoca. Además, después, “al ir el Toubkal, dieron la película del Annapurna, de la primera ascensión a un ochomil de unos franceses. Me encantó”. El destino.

Después, llegó el servicio militar y Anglada paró dieciocho meses.

Las expediciones “Tras eso, de golpe y porrazo, los amigos de Stuttgart me llamaron que iban a hacer una expedición a los Andes de Perú. Duraba nueve meses, con un viaje en barco de un mes de ida y otro de vuelta. No podía ir porque llevaba mucho tiempo fuera y mi padre me decía que tocaba trabajar”, asevera el Josep Manuel. Su esposa, sin embargo, tiene la clave: “Le dio la idea para organizar una expedición propia”. La de Perú, que tardó en llegar. Mientras, en el 67 se lanzó a la aventura a los Dolomitas en una moto de 125 y dos días de viaje. “Hicimos dos vías importantes: una nivel cinco y otra, seis. Al verano siguiente, nos fuimos con una moto más grande”, analiza.

Más tarde se reunieron con los alemanes que viajaron a Perú, para que les contaran qué habían hecho y se decidieron a ir hasta allá. “Guillamón, Pons y yo lo preparamos. Entonces, cuando se enteró la Federación de España de montaña que estábamos montando una expedición así, nos dijeron que al ser la primera del país podían ir más montañeros del resto del Estado y que lo financiaban”, recuerda. Allí tuvo el único accidente de su carrera Anglada y murió un “alpinista de Madrid” en una brecha. En el 67 fue al sur de Argelia, visitó Groenlandia en el 73 y el 76, escaló el sietemil del Hindu-Kush, virgen, y todo apuntaba al hito que marcaría su carrera: el Annapurna. Fue la primera expedición de Estado a un ochomil en 1974. “Tenía mucha relación con Lionel Terray -uno de los alpinistas que holló el primer ochomil de la historia- y me recomendó que fuéramos al Annapurna oriental”, desgrana Anglada. Vergés apostilla que “es la montaña más peligrosa, por las avalanchas. Tiene un muro de hielo, que se llama La Hoz, que barre la montaña de forma periódica”. “El año anterior a nosotros fueron una expedición japonesa y una italiana que sufrieron aludes y murieron unos cuantos”, dice Josep Manuel, quien narra que “a nosotros nos pilló un pequeño alud cuando estábamos a 6.000 y pico en el segundo campamento. Estábamos a ochocientos metros de la pared. Era de noche. Había niebla y oímos un ruido de alud. El desplazamiento de aire casi nos barre”. Coronaron de forma poco ortodoxa: “Hicimos la cima del Annapurna de noche, cosa que está prohibida. Pero era o subir o no tener la oportunidad de hacerlo. No nos daba para bajar y volver a subir. Llegamos arriba, no hacía viento y había luna llena. Al bajar, la luna se escondió y tuvimos que hacer un vivac”.

El carácter de Vergés Con Elisabeth Vergés de punta de lanza, el alpinismo femenino ha crecido. Advierte que “el proceso ha sido lento, pero el golpe ha llegado con la escalada de competición. Al abrir la competición a mujeres ha subido el número de escaladoras. Nunca he tenido ningún problema, porque he ido con los que siempre han estado conmigo. Siempre he tenido carácter suficiente para hacer lo que me gustaba”.