rehuyen de la toalla en la arena y la tumbona les da repelús. Estibaliz Kerexeta y David Díez son de los que por estas fechas colocan el cartel Colgados por vacaciones. Ya sea en una cumbre o bajo tierra, lo suyo, más que de bañador, es de arnés. Escaladora y espeleólogo son tan solo un ejemplo de los muchos aficionados vascos que aprovechan sus días de descanso para sudar la gota gorda practicando deportes de riesgo.
Dice Estibaliz Kerexeta, haciendo gala de su buen humor, que ella cuando está realmente “en peligro” es “de lunes a viernes” porque es profesora. Bromas aparte, reconoce que cuando empezó a escalar y carecía de preparación sufrió algún accidente y más de un susto. “Nadie estamos exentos de sufrirlos, pero evidentemente la formación reduce la probabilidad. Practico actividades que entrañan riesgo y parte de este deporte consiste en gestionarlo. He pasado malos momentos por no dar con la ruta, por frío...”, recapitula esta bilbaina. Incluso en alguna ocasión ha pensado que no tenía que haber llegado tan lejos, que a lo mejor debía haberse retirado. “En el momento lo he pensado cantidad de veces, pero con el paso de muy poco tiempo la sensación que me queda grabada es buena”, afirma.
Aficionada al monte desde pequeña, con 16 años ya le picaba el gusanillo del más difícil todavía. “Me atraían las montañas que tuvieran en su ruta alguna dificultad técnica y decidí hacer un cursillo de escalada”, cuenta. No le sirvió de gran cosa, porque “no eran como los de ahora”, pero avivó su ilusión. “Me pareció muy emocionante y seguí realizando ese tipo de actividades. Aunque al principio me interesaban las cumbres cada vez más altas o difíciles, a día de hoy con lo que más disfruto es con la escalada en roca”, aclara.
Casada, como no podía ser de otra manera, con un guía de montaña, Estibaliz cambiará este verano su residencia habitual por una autocaravana. “Salimos para dos meses con la idea de disfrutar de las increíbles rutas que nos ofrecen las distintas paredes de Europa: Pirineos, Alpes, Selva Negra, Dolomitas... Fijamos el primer destino y, a partir de ahí, decidimos en base a factores climáticos, condiciones de la nieve y el hielo, estado de forma...”, explica.
Provista de guías y tras consultar la información disponible de internet, Estibaliz prepara las actividades “a conciencia”. El maletero va a tope. “Llevo un montón de equipo para escalada deportiva, escalada de grandes paredes, alpinismo, bicicletas...”, detalla. La mayor parte del presupuesto, “muy ajustado”, la absorbe el combustible, al que hay que añadir “los 130 euros anuales del seguro de la Federación vasca de montaña con cobertura mundial”.
En el álbum de sus mejores recuerdos prende la primera vez que pisó la cumbre del Naranjo de Bulnes. “Me pareció un sueño. Posteriormente lo he escalado por rutas más difíciles, pero la sensación más fuerte es la de aquella primera ascensión”, confiesa. Algo similar le ocurre con la Torre del Diablo, en Wyoming, que escaló hace tres años. “Llevaba soñando con ello desde que empecé a escalar y vi a una de mis referentes, Catherine Destivelle, subiendo por esta montaña estéticamente perfecta”, relata. A la vuelta del verano, Estibaliz añadirá alguna nueva anécdota a su colección, como esa que le sucedió cuando fueron a Wadi Rum, en Jordania, y el beduino con el que contactaron les buscó un guía local. “Cuando nos dijo si nos importaba que no hablara, supusimos que no hablaba inglés y resulta que era sordomudo. Fue una experiencia muy buena, pero cuando lo perdía de vista y él intentaba llamar mi atención, emitía tales alaridos que automáticamente pensaba que se había despeñado. ¡No gané para sustos!, relata divertida.
VERANEO BAJO TIERRA A David Díez el protector solar como que le sobra. Más que nada porque va a pasarse dos semanas bajo tierra. La primera, en “una de las simas más profundas del mundo, la BU.56”, ubicada en Larra, en el Pirineo navarro. “Estamos levantando una nueva topografía de esta sima. Dada su profundidad y la lejanía de las puntas de exploración, haremos vivac subterráneo de una noche”, explica. La segunda semana se sumergirán “en otra gran cavidad en otra zona del macizo, el sistema de Añelarra, atravesando por un gran río subterráneo que recorre varias grandes cavernas” que están “intentando unir físicamente”. Nada nuevo en cuanto a material, técnica y medidas de prevención, con la salvedad, dice, de que estas cavidades “son más frías y profundas” que las que exploran los fines de semana. “Hay que tener muy en cuenta las previsiones meteorológicas, dado que los ríos son muy caudalosos y nos podrían bloquear o conducir a un accidente por hipotermia o ahogamiento. También la caída de piedras es más probable”, advierte. Y lo dice con conocimiento de causa. No en vano hace 30 años, descendiendo una sima, se vio sorprendido por una crecida subterránea originada por una fuerte tormenta. “El riachuelo se nos vino encima y una piedra nos partió la cuerda. Afortunadamente las verticales que quedaban eran más cortas y pudimos descenderlas. Después, tuvimos que avanzar 17 horas empapados hasta alcanzar una salida intermedia”, recuerda este bilbaino, que trabajaba en una aseguradora y ha realizado sendas expediciones a Venezuela.
David, que invertirá unos 600 euros en gasolina, comida y camping y dedicará otra semana a viajar con su pareja, apela al “sentido común” e insta a “no arriesgar más de la cuenta como el mejor antídoto para evitar el accidente, aunque el riesgo cero no existe”, asume. Entender su pasión no siempre resulta fácil. “La gente no se explica muy bien qué encontramos allá abajo y por qué entramos tantas veces”. Sobre todo, cuando el resto se tuesta al sol.